Leonidas había tenido un día largo en el negocio familiar, pero al abrir la puerta del departamento, todas sus preocupaciones se desvanecieron. Apenas cruzó el umbral, Ryle salió corriendo hacia él, su expresión radiante y su entusiasmo palpable.—¡Mi amor, al fin llegas! —exclamó Ryle, lanzándose sobre los brazos de Leonidas. Leonidas no pudo evitar soltar una risa al sentir la calidez de su omega. Rodeándolo con sus brazos, lo besó profundamente, saboreando el dulzor de sus labios y notando que había algo diferente en su aroma, un toque particularmente dulce que llenaba el aire.—¿Por qué hueles tan diferente hoy? —preguntó Leonidas, su tono lleno de curiosidad.Ryle sonrió de oreja a oreja, sus ojos brillaban de emoción.—¡Me desmayé! —dijo, como si aquello fuera motivo de felicidad.Leonidas frunció el ceño, la preocupación asomándose en su rostro.—¿Qué? ¿Cómo que te desmayaste, Ryle? ¿Por qué no me llamaste? ¿Estás bien? ¿Qué te pasó?Lo soltó con cuidado sobre el sofá, sin apa
A la mañana siguiente, los primeros rayos de sol apenas asomaban cuando Leonidas abrió los ojos. Miró el rostro apacible de Ryle, dormido a su lado, y no pudo evitar sonreír. Había algo en la fragilidad de su omega, en esa paz que emanaba al dormir, que le recordaba por qué haría cualquier cosa por él. Sin hacer ruido, Leonidas se levantó con cuidado, dejó una notita sobre la almohada de Ryle, junto con un mensaje cariñoso: *“Duerme un poco más, amor. El desayuno está en la cocina. Nos vemos pronto, cuídate mucho.”*Preparó un desayuno con esmero, llenando la cocina de un aroma dulce y cálido. Antes de salir, echó una última mirada al departamento, queriendo que Ryle encontrara un poco de tranquilidad y felicidad cuando despertara. Tomó las llaves de su coche y salió con sigilo, asegurándose de no hacer ruido y evitar que Ryle se despertara antes de tiempo.En el elevador, su teléfono emitió un leve sonido. Era un mensaje de su madre: una felicitación por la noticia de que sería padre
Mientras el coche avanzaba por las calles, el silencio entre Leonidas y Patrick era pesado, pero lleno de entendimiento mutuo. Ambos sabían que la situación no era fácil, pero al menos compartían el mismo deseo: ver feliz a Ryle.Patrick rompió el silencio, su voz cargada de compasión y sinceridad.—Lamento mucho esta situación, Leonidas —dijo, suspirando suavemente—. Espero que con la llegada del bebé, Angela cambie y te acepte. No mereces este trato. Eres un buen alfa para mi hijo, lo amas y lo proteges, tal como me prometiste que harías cuando nos conocimos.Leonidas, con los ojos fijos en la carretera, apretó el volante con un poco más de fuerza. Las palabras de Patrick le dieron una extraña mezcla de alivio y dolor.—No entiendo por qué ella me odia tanto, señor Patrick —dijo con un suspiro—. Nunca he hecho nada para dañarlo, jamás pondría a Ryle en peligro. Aun si en algún momento me equivoqué, ella no me da ninguna oportunidad. Desde el primer día, me rechazó sin conocerme real
Siete meses habían pasado, y el brillo en los ojos de Ryle era inconfundible. Su barriga redondeada era un recordatorio constante de la vida que crecía en su interior, llenándolo de una felicidad que no había sentido jamás. Cada mañana, al verse en el espejo, acariciaba su pancita, imaginando el rostro de su bebé y sintiendo un amor tan profundo que apenas podía describirlo. Preparaba su nido con entusiasmo y cada detalle era un reflejo de su amor y expectativa. Sin embargo, había una regla clara: nadie podía entrar allí, solo su alfa. Ni siquiera sus amigos o su propio padre. La idea de que otro olor, otro rastro de feromonas que no fueran las de Leonidas, invadiera su espacio, lo hacía sentirse incómodo. La presencia de su alfa lo tranquilizaba, su aroma lo hacía sentir protegido, y eso era todo lo que necesitaba para estar en paz.Leonidas, con una sonrisa amorosa y paciente, había estado observando esta transformación. Sabía cuánto significaba cada pequeño detalle para su omega, a
En ese momento, Patrick salió del hospital acompañado por un grupo de médicos y enfermeras que traían una silla de ruedas. Al verlos, Ryle suspiró profundamente, como si apenas estuviera procesando que en unas pocas horas conocería a su cachorro. La emoción se mezclaba con un poco de miedo en sus ojos, y Leonidas lo notó de inmediato. Le apretó la mano, brindándole un último gesto de seguridad antes de que se lo llevaran.Uno de los médicos se acercó a ellos, con una expresión profesional y calmada.—Necesito que se quede aquí afuera del salón. Como sabe, no puede entrar —dijo el médico a Leonidas con firmeza.Leonidas asintió, aunque sus manos se aferraban a las de Ryle como si fuera incapaz de soltarlas.—Entiendo… —respondió con voz seria, pero luego volvió a enfocarse en Ryle, sabiendo que necesitaba despedirse con todo el amor que sentía en ese instante.Se inclinó para darle un beso en los labios, suave, pero lleno de significado, deseándole toda la fuerza que necesitaba.—Mi am
Leonidas caminó hacia la camilla con los ojos llenos de ternura, y en cuanto sus miradas se cruzaron, sintió cómo todo a su alrededor desaparecía, dejando solo a Ryle y a su pequeño en ese instante de paz y amor absoluto. Ryle, con una enorme sonrisa que irradiaba felicidad, le mostró al bebé que descansaba tranquilo en sus brazos.—¿Viste qué hermoso es, Leo? —susurró Ryle, su voz llena de asombro y admiración—. Se parece tanto a ti… tiene tu cabello negro y esos ojos tuyos, como si desde siempre estuviera destinado a parecerse a su papá.Leonidas se inclinó para observar más de cerca al recién nacido, y una sonrisa suave y llena de orgullo se dibujó en su rostro.—Es tan hermoso como tú, amor —respondió, con una voz que contenía una mezcla de emoción y asombro—. Mira, tiene tu nariz y tu boquita… Cada rasgo suyo es perfecto.Ryle rio suavemente, su alegría era tan contagiosa que hacía que Leonidas sintiera que podía tocar el cielo solo con mirarlo. Después de un momento, Ryle bajó l
Ryle sostenía a su hijo con una ternura infinita, casi con temor de quebrarlo, como si aquel pequeño ser fuese de cristal. Destiny apenas había abierto sus ojos, y aunque su mirada aún era borrosa y confusa, Ryle se sentía embelesado por la increíble similitud entre él y Leonidas. Observaba con asombro los pequeños rasgos del bebé: el mismo cabello negro azabache, las cejas definidas y esa expresión serena que tanto le recordaba a su alfa.De pronto, la voz de su madre llenó el cuarto, suave pero inesperada.—Hijo…Ryle alzó la mirada, sus ojos brillando de emoción al reconocer esa voz. No pudo contener una exclamación.—¡Mamá! —dijo con entusiasmo, luchando por no alterarse demasiado. Angela se acercó con una sonrisa, aunque su rostro mostraba un dejo de culpa. Se inclinó hacia él, besando primero su frente y luego su mejilla, como si quisiera reconectar con ese niño que había extrañado tanto. Al posar su mirada en Destiny, los ojos se le llenaron de lágrimas.—Es hermoso, mi pequeñ
Enero 01. San Antonio, Texas.El día permanecía increíblemente soleado y caluroso, aunque tal vez, ésto se debiera a las miles de personas que llenaban las calles de la ciudad; brincando, aplaudiendo, silbando y gritando ante el magnífico desfile que se desataba.Minutos antes, Leonidas había decidido alejarse un poco de aquel gentío, pero le fue imposible cuando su mejor amigo, Jacob, lo jaló del brazo; íntegramente emocionado y metiéndolo aún más entre la multitud. Pronto él percibió como el aire comenzó a faltarle, pero pudo respirar una vez más cuando la barandilla chocó contra su abdomen, indicándole que no podían ir más allá de lo que, posiblemente, Jacob deseaba.— ¡Oh, por Dios! ¡Mira que hermosa esa! — Gritó, haciéndose escuchar por entre la bulla. Leonidas admiró la carroza que había señalado el Enigma, y con una sonrisa poco entusiasmada, él asintió.Era cierto, todas eran preciosas, pero él ya se estaba aburriendo. Y es que nunca fue especial fanático de los festejos, y aq