Mientras el coche avanzaba por las calles, el silencio entre Leonidas y Patrick era pesado, pero lleno de entendimiento mutuo. Ambos sabían que la situación no era fácil, pero al menos compartían el mismo deseo: ver feliz a Ryle.Patrick rompió el silencio, su voz cargada de compasión y sinceridad.—Lamento mucho esta situación, Leonidas —dijo, suspirando suavemente—. Espero que con la llegada del bebé, Angela cambie y te acepte. No mereces este trato. Eres un buen alfa para mi hijo, lo amas y lo proteges, tal como me prometiste que harías cuando nos conocimos.Leonidas, con los ojos fijos en la carretera, apretó el volante con un poco más de fuerza. Las palabras de Patrick le dieron una extraña mezcla de alivio y dolor.—No entiendo por qué ella me odia tanto, señor Patrick —dijo con un suspiro—. Nunca he hecho nada para dañarlo, jamás pondría a Ryle en peligro. Aun si en algún momento me equivoqué, ella no me da ninguna oportunidad. Desde el primer día, me rechazó sin conocerme real
Siete meses habían pasado, y el brillo en los ojos de Ryle era inconfundible. Su barriga redondeada era un recordatorio constante de la vida que crecía en su interior, llenándolo de una felicidad que no había sentido jamás. Cada mañana, al verse en el espejo, acariciaba su pancita, imaginando el rostro de su bebé y sintiendo un amor tan profundo que apenas podía describirlo. Preparaba su nido con entusiasmo y cada detalle era un reflejo de su amor y expectativa. Sin embargo, había una regla clara: nadie podía entrar allí, solo su alfa. Ni siquiera sus amigos o su propio padre. La idea de que otro olor, otro rastro de feromonas que no fueran las de Leonidas, invadiera su espacio, lo hacía sentirse incómodo. La presencia de su alfa lo tranquilizaba, su aroma lo hacía sentir protegido, y eso era todo lo que necesitaba para estar en paz.Leonidas, con una sonrisa amorosa y paciente, había estado observando esta transformación. Sabía cuánto significaba cada pequeño detalle para su omega, a
En ese momento, Patrick salió del hospital acompañado por un grupo de médicos y enfermeras que traían una silla de ruedas. Al verlos, Ryle suspiró profundamente, como si apenas estuviera procesando que en unas pocas horas conocería a su cachorro. La emoción se mezclaba con un poco de miedo en sus ojos, y Leonidas lo notó de inmediato. Le apretó la mano, brindándole un último gesto de seguridad antes de que se lo llevaran.Uno de los médicos se acercó a ellos, con una expresión profesional y calmada.—Necesito que se quede aquí afuera del salón. Como sabe, no puede entrar —dijo el médico a Leonidas con firmeza.Leonidas asintió, aunque sus manos se aferraban a las de Ryle como si fuera incapaz de soltarlas.—Entiendo… —respondió con voz seria, pero luego volvió a enfocarse en Ryle, sabiendo que necesitaba despedirse con todo el amor que sentía en ese instante.Se inclinó para darle un beso en los labios, suave, pero lleno de significado, deseándole toda la fuerza que necesitaba.—Mi am
Leonidas caminó hacia la camilla con los ojos llenos de ternura, y en cuanto sus miradas se cruzaron, sintió cómo todo a su alrededor desaparecía, dejando solo a Ryle y a su pequeño en ese instante de paz y amor absoluto. Ryle, con una enorme sonrisa que irradiaba felicidad, le mostró al bebé que descansaba tranquilo en sus brazos.—¿Viste qué hermoso es, Leo? —susurró Ryle, su voz llena de asombro y admiración—. Se parece tanto a ti… tiene tu cabello negro y esos ojos tuyos, como si desde siempre estuviera destinado a parecerse a su papá.Leonidas se inclinó para observar más de cerca al recién nacido, y una sonrisa suave y llena de orgullo se dibujó en su rostro.—Es tan hermoso como tú, amor —respondió, con una voz que contenía una mezcla de emoción y asombro—. Mira, tiene tu nariz y tu boquita… Cada rasgo suyo es perfecto.Ryle rio suavemente, su alegría era tan contagiosa que hacía que Leonidas sintiera que podía tocar el cielo solo con mirarlo. Después de un momento, Ryle bajó l
Ryle sostenía a su hijo con una ternura infinita, casi con temor de quebrarlo, como si aquel pequeño ser fuese de cristal. Destiny apenas había abierto sus ojos, y aunque su mirada aún era borrosa y confusa, Ryle se sentía embelesado por la increíble similitud entre él y Leonidas. Observaba con asombro los pequeños rasgos del bebé: el mismo cabello negro azabache, las cejas definidas y esa expresión serena que tanto le recordaba a su alfa.De pronto, la voz de su madre llenó el cuarto, suave pero inesperada.—Hijo…Ryle alzó la mirada, sus ojos brillando de emoción al reconocer esa voz. No pudo contener una exclamación.—¡Mamá! —dijo con entusiasmo, luchando por no alterarse demasiado. Angela se acercó con una sonrisa, aunque su rostro mostraba un dejo de culpa. Se inclinó hacia él, besando primero su frente y luego su mejilla, como si quisiera reconectar con ese niño que había extrañado tanto. Al posar su mirada en Destiny, los ojos se le llenaron de lágrimas.—Es hermoso, mi pequeñ
Enero 01. San Antonio, Texas.El día permanecía increíblemente soleado y caluroso, aunque tal vez, ésto se debiera a las miles de personas que llenaban las calles de la ciudad; brincando, aplaudiendo, silbando y gritando ante el magnífico desfile que se desataba.Minutos antes, Leonidas había decidido alejarse un poco de aquel gentío, pero le fue imposible cuando su mejor amigo, Jacob, lo jaló del brazo; íntegramente emocionado y metiéndolo aún más entre la multitud. Pronto él percibió como el aire comenzó a faltarle, pero pudo respirar una vez más cuando la barandilla chocó contra su abdomen, indicándole que no podían ir más allá de lo que, posiblemente, Jacob deseaba.— ¡Oh, por Dios! ¡Mira que hermosa esa! — Gritó, haciéndose escuchar por entre la bulla. Leonidas admiró la carroza que había señalado el Enigma, y con una sonrisa poco entusiasmada, él asintió.Era cierto, todas eran preciosas, pero él ya se estaba aburriendo. Y es que nunca fue especial fanático de los festejos, y aq
Abril 29. Carolina del Norte . Leonidas miró su reloj. Ocho en punto. Corriendo por toda la cafetería, cambió el letrero a "abierto" y después de pedirle a sus empleados que limpiasen una nueva vez las mesas, él se apresuró hasta quedar frente al gran cristal de la ventana. Tomando asiento en la mesa más recóndita y por la cual, tenía visión hacia la acera de enfrente. Él sabía que no faltaba mucho tiempo para verlo pasar, y sintió extrañas cosquillas en su estómago de pura anticipación. Hacía casi dos meses, él había estado observando a un joven risueño que caminaba cada mañana y cada tarde frente a su cafetería, irradiando ternura y entusiasmo; correspondiendo a todas las sonrisas que iban dirigidas hacia él. Y eso no era lo que más le atraía a Leonidas, sino que, indudablemente, aquél era el rubiecito que había estado mirando en el Desfile. Por supuesto, Leonidas jamás imaginó que él vivía en Carolina del Norte , y menos, que lo encontraría pasando cada día y a la misma hora p
Los dos chicos restantes dejaron escapar una animada risa, logrando que el omega se encogiera de hombros y sonriera, confundido. Joel y Darrel eran un par de años mayores que él, y se ofrecieron de voluntarios para acogerlo bajo sus alas cuando él pisó la universidad.Ryle no lo comprendió enseguida, pero luego supuso que era por su facilidad de encantar a las personas. No estaba especialmente equivocado.Sus dos amigos estaban totalmente encantados con él y su completa inocencia.A las personas que lo rodeaban, se les hacía inusualmente adorable el hecho de que fuera tan tierno, y no tan sólo por parecer un simple omega, también, el adorno sobre su cabello ayudaba a conseguir miradas de más. Nunca se interesó especialmente por lo que las demás personas, y vivía continuamente en un mundo completamente aislado e irreal.En ocasiones, le costaba comprender el humor de otros, y sin duda alguna, podía notar que algunas personas eran completamente malvadas. Sin embargo, él huía de ellas la