Ryle sostenía a su hijo con una ternura infinita, casi con temor de quebrarlo, como si aquel pequeño ser fuese de cristal. Destiny apenas había abierto sus ojos, y aunque su mirada aún era borrosa y confusa, Ryle se sentía embelesado por la increíble similitud entre él y Leonidas. Observaba con asombro los pequeños rasgos del bebé: el mismo cabello negro azabache, las cejas definidas y esa expresión serena que tanto le recordaba a su alfa.De pronto, la voz de su madre llenó el cuarto, suave pero inesperada.—Hijo…Ryle alzó la mirada, sus ojos brillando de emoción al reconocer esa voz. No pudo contener una exclamación.—¡Mamá! —dijo con entusiasmo, luchando por no alterarse demasiado. Angela se acercó con una sonrisa, aunque su rostro mostraba un dejo de culpa. Se inclinó hacia él, besando primero su frente y luego su mejilla, como si quisiera reconectar con ese niño que había extrañado tanto. Al posar su mirada en Destiny, los ojos se le llenaron de lágrimas.—Es hermoso, mi pequeñ
Enero 01. San Antonio, Texas.El día permanecía increíblemente soleado y caluroso, aunque tal vez, ésto se debiera a las miles de personas que llenaban las calles de la ciudad; brincando, aplaudiendo, silbando y gritando ante el magnífico desfile que se desataba.Minutos antes, Leonidas había decidido alejarse un poco de aquel gentío, pero le fue imposible cuando su mejor amigo, Jacob, lo jaló del brazo; íntegramente emocionado y metiéndolo aún más entre la multitud. Pronto él percibió como el aire comenzó a faltarle, pero pudo respirar una vez más cuando la barandilla chocó contra su abdomen, indicándole que no podían ir más allá de lo que, posiblemente, Jacob deseaba.— ¡Oh, por Dios! ¡Mira que hermosa esa! — Gritó, haciéndose escuchar por entre la bulla. Leonidas admiró la carroza que había señalado el Enigma, y con una sonrisa poco entusiasmada, él asintió.Era cierto, todas eran preciosas, pero él ya se estaba aburriendo. Y es que nunca fue especial fanático de los festejos, y aq
Abril 29. Carolina del Norte . Leonidas miró su reloj. Ocho en punto. Corriendo por toda la cafetería, cambió el letrero a "abierto" y después de pedirle a sus empleados que limpiasen una nueva vez las mesas, él se apresuró hasta quedar frente al gran cristal de la ventana. Tomando asiento en la mesa más recóndita y por la cual, tenía visión hacia la acera de enfrente. Él sabía que no faltaba mucho tiempo para verlo pasar, y sintió extrañas cosquillas en su estómago de pura anticipación. Hacía casi dos meses, él había estado observando a un joven risueño que caminaba cada mañana y cada tarde frente a su cafetería, irradiando ternura y entusiasmo; correspondiendo a todas las sonrisas que iban dirigidas hacia él. Y eso no era lo que más le atraía a Leonidas, sino que, indudablemente, aquél era el rubiecito que había estado mirando en el Desfile. Por supuesto, Leonidas jamás imaginó que él vivía en Carolina del Norte , y menos, que lo encontraría pasando cada día y a la misma hora p
Los dos chicos restantes dejaron escapar una animada risa, logrando que el omega se encogiera de hombros y sonriera, confundido. Joel y Darrel eran un par de años mayores que él, y se ofrecieron de voluntarios para acogerlo bajo sus alas cuando él pisó la universidad.Ryle no lo comprendió enseguida, pero luego supuso que era por su facilidad de encantar a las personas. No estaba especialmente equivocado.Sus dos amigos estaban totalmente encantados con él y su completa inocencia.A las personas que lo rodeaban, se les hacía inusualmente adorable el hecho de que fuera tan tierno, y no tan sólo por parecer un simple omega, también, el adorno sobre su cabello ayudaba a conseguir miradas de más. Nunca se interesó especialmente por lo que las demás personas, y vivía continuamente en un mundo completamente aislado e irreal.En ocasiones, le costaba comprender el humor de otros, y sin duda alguna, podía notar que algunas personas eran completamente malvadas. Sin embargo, él huía de ellas la
Tras unos segundos de suspenso, él se golpeó mentalmente, diciéndose que estaba actuando como un psicópata y decidiendo seguir su camino. Todo esto, no sin antes mirar su reflejo en el impecable vidrio. Sonrió con adoración y re acomodó la corona sobre su cabello, echando a andar como si de verdad, aquel sentimiento no lo hubiera golpeado hacía tan sólo segundos.Por su parte, Leonidas permanecía mudo, sus ojos bien abiertos y el corazón en los oídos, pensando que había estado inconcebiblemente cerca de ser descubierto; y también, diciéndose que más pronto que tarde, debería dejarse conocer por el rubiecito.Más que nada, afirmándose que aquel omega, era increíblemente más hermoso de lo que pensaba.El omega salió de su última clase y caminó con desgano hacia el cafetín. Aquel día no se sentía especialmente feliz por recorrer la universidad, ni tampoco para esperar a que sus dos amigos salieran de clases, pero se los había prometido.Y Ryle siempre cumplía sus promesas, pues, él creía
— ¡Hola, mami! — Gritó Ryle , acomodando la mochila sobre sus hombros cuando divisó a su madre en el jardín, podando las flores. Sus ojos por completos iluminados ante la preciosa imagen— . Oh, que bonitas.— Hola, mi amor — saludó la omega mayor, regalándole una pronta sonrisa— . Llegas un poco tarde, eh. Muy tarde, a decir verdad.— Sí, lo siento mucho — se disculpó de inmediato, arrodillándose a un lado de ella, y acariciando los pétalos de las preciosas margaritas— . Salí con Darrel y Joel, debí avisarte. ¿Me perdonas?— Uhm... déjame pensarlo — bromeó, dejando un suave beso en la mejilla del omega, quien prontamente sonrió ensimismado— . Están muy hermosas, ¿eh?— Sí — dejó salir, por completo emocionado— . ¿Puedo coger algunas para nuevas coronas, sí?— Por supuesto que no, cariño — reprendió la omega, pareciendo prontamente escandalizada, aunque Ryle sabía que aquello no era nada más que broma— . ¿Acaso quieres que tengamos un jardín sin flores? No dejaré que las acabes todas.
El fin de semana había resultado ser catastrófico para Leonidas , y es que no pudo sacarse de la mente que el omega hubiera estado con aquellos chicos. Mirándose tan contento como a él le gustaría hacerlo.Feliz.Sus celos habían ido en ascenso, y cuando fue la hora de cerrar la cafetería aquel día, Leonidas podía sentir como de sus orejas salía disparado un humo caliente, haciéndolo hervir y reprocharse a sí mismo el ser tan cobarde e inmaduro. Porque no había duda alguna, eso era.Su cabeza estaba vuelta un lío, más enredada que antes, cuando miró por primera vez a aquel precioso omega en Texas, y desde luego, aquel par de días en los que estuvo consumiéndose en sus celos, pensó mejor las cosas. Él quería conocerlo, hablarle y estar a su lado, ¿por qué no se permitía hacerlo?Había tomado una decisión, aunque resultó ser inconcebiblemente complicada. Jacob había pasado la mayor parte de aquellas cuarenta y ocho horas a su lado, motivándolo, y realmente había funcionado. Al menos un
— ¡Hey! ¡Ryle! — Bramó Joel, agitando su mano por la altura y dándole una seña a Darrel para que fueran en busca de su floreado amigo. El omega de inmediato se emocionó, corriendo hacia su encuentro como si se tratase de un pequeño niño, y cuando estuvo con ellos no dudó saludarlos a ambos con un amigable abrazo— . ¿Cómo te va, amigo?— Muy bien — respondió encantador y cogiendo las correas de su mochila, sonriendo enormemente. Darrel le devolvió el gesto, por completo enternecido— . ¿Y ustedes? Quise hablarles el fin de semana, pero tenía mucha tarea.— Oh, no te preocupes, — dejó saber el Beta, moviendo su mano con despreocupación y pasando su brazo por sobre los hombros del omega, para pronto comenzar a caminar detrás de los pasos del otro adelantado— . Nosotros estuvimos bien.— Eso me alegra mucho, Darrel — dijo, sonriente y mordiendo el interior de su mejilla. El ojiavellana le echó un vistazo por encima de su hombro y le sonrió, esperándolo hasta que se pusiese a su lado.— ¿Ir