Episodio 4

— ¡Hola, mami! — Gritó Ryle , acomodando la mochila sobre sus hombros cuando divisó a su madre en el jardín, podando las flores. Sus ojos por completos iluminados ante la preciosa imagen— . Oh, que bonitas.

— Hola, mi amor — saludó la omega mayor, regalándole una pronta sonrisa— . Llegas un poco tarde, eh. Muy tarde, a decir verdad.

— Sí, lo siento mucho — se disculpó de inmediato, arrodillándose a un lado de ella, y acariciando los pétalos de las preciosas margaritas— . Salí con Darrel y Joel, debí avisarte. ¿Me perdonas?

— Uhm... déjame pensarlo — bromeó, dejando un suave beso en la mejilla del omega, quien prontamente sonrió ensimismado— . Están muy hermosas, ¿eh?

— Sí — dejó salir, por completo emocionado— . ¿Puedo coger algunas para nuevas coronas, sí?

— Por supuesto que no, cariño — reprendió la omega, pareciendo prontamente escandalizada, aunque Ryle sabía que aquello no era nada más que broma— . ¿Acaso quieres que tengamos un jardín sin flores? No dejaré que las acabes todas.

— Pero mamá... — Lloriqueó, poniéndose de pie y quitándose la corona que llevaba aquel día, mostrándola— . Mira, ya necesito otra.

— Lo sé, y puedo darte dinero para que vayas a la floristería, si quieres — le sonrió, guiñándole un ojo. Ryle entrecerró los suyos, y haciendo un puchero, intentó convencerla— . Oh, no. Esta vez no, Ryle Santos .

— Bueno... — murmuró, pareciendo desganado y volviendo a reposar la suave corona sobre su omega cabello— . Estaré adentro, si cambias de idea, llámame.

— No lo haré, cielo.

Y con una última sonrisa, Ryle se adentró en su hogar.

La tarde junto a sus amigos había sido fabulosa, desde que entró en la universidad no había salido mucho con Joel y Darrel, pero definitivamente, amaba hacerlo. Los chicos eran por completo divertidos y lograban hacerlo reír con sus extraños chistes; aunque Ryle debía admitir que, en ocasiones, él no comprendía su humor.

A veces ellos hacían chistes por completo crueles, que más que risa, le ocasionaban al menor un completo remordimiento.

Cuando él estuvo pasando por el salón, captó de inmediato el precioso ramo de flores que adornaba la mesa ratona rodeada por sofás. Sus ojos volviendo a poseer el brillo anterior y su cabeza dejando de pensar en el almuerzo junto a sus dos amigos.

Sonrió con la malicia que su cuerpo no poseía, y sintiéndose como un niño a punto de cometer una travesura, cogió todas las margaritas que al florero adornaban. Sabía que su madre sería incapaz de obsequiarle alguna de sus flores para hacer coronitas, pero sí podría utilizarlas para hacer bonitos floreros. De igual manera, no sería la primera vez que Ryle se comportaba como un auténtico ladrón; porque eso era lo que él pensaba de sí mismo cada vez que cometía el acto.

Cuando las tuvo en sus manos, evitó sentirse culpable, y con una pronta sonrisa extendiendo sus mejillas, pensó que su mamá tendría muchas más margaritas de dónde sacó aquellas, pero era definitivo; Ryle no se quedaría sin su corona.

Llegando a su habitación y deshaciéndose de su bolso, se sentó en su cama, dispuesto a comenzar a tejer la preciosa corona, como ya hacía muchos años había aprendido. Los sutiles tallos enredándose entre sí mientras sus dedos trataban las flores con cuidado, y su lengua salía por un costado de su boca, demostrando concentración. Cuando hubo terminado, se sintió por completo feliz.

Poniéndose rápidamente de pie, y enfrentándose contra su espejo de cuerpo completo, se quitó la corona de flores violetas que llevaba puesta, dejándola junto a las otras que aún se mantenían, y descansando la nueva sobre su cabeza. De inmediato sonrió, pensando que había quedado ridículamente preciosa, y esperando lucirla fuera de su casa.

De inmediato, él se imaginó a sí mismo caminando, sonriendo a todos y siendo amable, como lo habían enseñado; pero lo mejor de su fantasía no fue el maravilloso clima, ni tampoco el delicioso aroma a mar que dejaba el muelle de Carolina del Norte  , sino que, a lo lejos, divisó aquel precioso hombre que había estado deambulando por su cabeza desde el primero de enero.

Y es que simplemente no podía dejar de pensar en él.

— Oh, Dios. Desearía volver a verte — murmuró, sonriéndose a sí mismo y juntando sus manos. Suspiros enamorados saliendo de sus labios cuando mandó la frustración al demonio; porque sabía que, a pesar de todo, tenía una posibilidad de volver a encontrarlo.

Porque nada era realmente imposible. Y él más que nadie, confiaba en aquella frase.

— ¡Ryle , te has robado las margaritas del florero! — Por supuesto, aquel grito lo sacó de su maravillosa ensoñación, y cubriendo su boca con las manos, evitó soltar la carcajada que lo delatase.

— ¿Qué? No, ¿qué dices? — Apaciguando su risa, él volvió a mirarse en el espejo. Su mente imaginativa creando una vívida imagen del guapo Alfa, de pie detrás de él. Sonrió, completamente enamoradizo— . No sé de qué hablas.... Mamá.

Sí, debería volver a verlo pronto. Y aunque tuviera que buscar bajo las rocas; se proponía a encontrarlo.

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