Emma sintió el frío recorrer su piel cuando salió de la cabaña. A pesar de la tranquilidad aparente, su instinto le gritaba que algo se cernía sobre ellos. Diego la alcanzó rápidamente, su mano firme en la suya, transmitiéndole seguridad.—No debimos haber salido tan pronto —murmuró él, escrutando la oscuridad del bosque.Emma asintió. Sus sentidos estaban en alerta, captando cada sonido entre las ramas, cada susurro del viento. Desde su transformación, su conexión con su loba, Ayla, era más fuerte que nunca.Un crujido los hizo detenerse.Diego gruñó y colocó a Emma detrás de él.—Sal de una vez —ordenó con voz autoritaria.De entre las sombras emergió una figura delgada y alta. Su cabello rubio se agitaba con la brisa nocturna, y sus ojos azulados reflejaban la luna.—No pretendía asustarlos —dijo con una sonrisa ladeada. —Pero sí necesitaba ver a la legendaria Emma Baker con mis propios ojos.Emma frunció el ceño.—¿Quién eres?—Me llaman Caleb. Y he venido a advertirles que Marcus
El regreso a la manada fue silencioso. Emma sentía la energía de Diego vibrando con tensión a su lado y sabía que su mente estaba llena de estrategias y cálculos. La amenaza de Marcus no podía tomarse a la ligera, y ahora tenían un nuevo dilema: Caleb y su oferta de alianza. La luna brillaba alta en el cielo cuando cruzaron el umbral del territorio. Todo estaba en calma, pero Emma podía sentir la tensión en el aire, como si el bosque mismo contuviera la respiración. Cuando llegaron a la cabaña principal, Madelin los esperaba en la puerta, con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Su postura rígida delataba su inquietud. —Los vi desde la torre de vigilancia —dijo en tono serio—. ¿Quién era el forastero? Diego intercambió una mirada con Emma antes de responder. —Un lobo llamado Caleb. Dice que Marcus está reuniendo un ejército. Madelin frunció aún más el ceño. —No me gusta. Puede ser una trampa. Emma entendía la desconfianza de Madelin. Caleb había aparecido demasiado
El sol aún no había salido cuando Emma sintió que alguien tocaba la puerta de su cabaña con insistencia. Soltó un gruñido de protesta y se frotó los ojos, pero sabía que no tenía opción. Se había comprometido a entrenar, y Diego no era del tipo que aceptaba excusas. Cuando abrió la puerta, se encontró con Madelin, quien la observaba con una sonrisa burlona y los brazos cruzados. —Hora de entrenar, princesa —dijo con sorna. Emma soltó un suspiro y apoyó la cabeza contra el marco de la puerta. —No puedes dejar que duerma un poco más antes de patearme el trasero. Madelin fingió pensarlo. —Mmm… no. Emma rodó los ojos y se obligó a moverse. Se cambió rápidamente con ropa cómoda y salió al fresco aire matutino. El bosque estaba cubierto por una fina niebla, y el canto lejano de los pájaros anunciaba el amanecer. Cuando llegó al claro de entrenamiento, encontró a Diego esperándola. Estaba sin camisa, con los músculos tensos mientras realizaba movimientos de calentamiento. Su
El bosque estaba en calma, pero Diego sentía en su interior que algo no estaba bien. Desde que comenzaron a entrenar a Emma, su instinto de Alfa le advertía que no estaban solos. Había algo en el aire, un olor tenue, una presencia que parecía deslizarse entre los árboles como una sombra. Y ahora, después de que Emma regresara a su cabaña agotada por el entrenamiento, Diego patrullaba los límites del territorio con Jack y Edward. —¿Lo sientes? —preguntó Jack en voz baja mientras caminaban en silencio entre la maleza. —Sí —respondió Diego, con la mandíbula apretada—. Nos están observando. Edward olfateó el aire y frunció el ceño. —No están solos. Hay al menos tres, pero podrían ser más. Diego asintió. Su lobo rugía en su interior, ansioso por salir y cazar a los intrusos. —No ataquen todavía —ordenó—. Quiero saber qué están buscando. Se movieron con sigilo entre los árboles, sus sentidos agudizados, sus cuerpos tensos. De pronto, un ruido en la distancia los alertó.
El amanecer trajo consigo una sensación de inquietud. El aire en la manada estaba cargado de tensión tras el descubrimiento de la noche anterior. Aquel espía había dejado más preguntas que respuestas, y la certeza de que Marcus no era la única amenaza hacía que cada segundo contara. Diego se encontraba en la cabaña principal, revisando un mapa extendido sobre la gran mesa de madera. A su lado, Jack y Edward discutían sobre las posiciones de vigilancia, mientras Madelin observaba desde un rincón con los brazos cruzados. —No podemos seguir esperando —dijo Jack, golpeando la mesa con el puño—. Si Marcus está reuniendo un ejército, nosotros deberíamos hacer lo mismo. —Lo sé —gruñó Diego, pasando una mano por su cabello negro—. Por eso hoy nos reuniremos con Caleb. El nombre del lobo forastero hizo que Madelin resoplara con desconfianza. —No me gusta —dijo—. Caleb apareció en el momento justo con la información que necesitábamos. Es demasiado conveniente. —Lo sé —admitió Diego—
El plan estaba en marcha. Después de la reunión con Caleb, Diego reunió a sus mejores guerreros en la cabaña principal para trazar la estrategia. La idea de infiltrarse en los campamentos de Marcus para liberar a los prisioneros era arriesgada, pero también era su única oportunidad para debilitarlo antes del ataque definitivo. Emma estaba sentada junto a Madelin, observando cómo Diego, Jack y Edward analizaban el mapa que Caleb les había entregado. La tensión era palpable en la sala. —El campamento más cercano está aquí —señaló Caleb, marcando un punto en el mapa—. Es una de sus bases temporales, pero guarda a por lo menos diez prisioneros. Jack frunció el ceño. —¿Cuántos hombres tiene custodiándolo? —Aproximadamente quince guerreros de élite —respondió Caleb—. Pero el problema no son ellos. Emma sintió un escalofrío. —¿Entonces qué es lo que debemos temer? Caleb la miró con gravedad. —Marcus ha estado experimentando con algo. Algo oscuro. El silencio cayó sobre l
Los gruñidos y rugidos llenaban el aire. La batalla había comenzado. Emma sintió cómo la adrenalina se disparaba en su cuerpo. A su alrededor, los prisioneros intentaban correr hacia la libertad, pero las criaturas que una vez fueron lobos les bloqueaban el paso. Eran enormes, deformadas por lo que fuera que Marcus les había hecho. Sus ojos brillaban con un rojo antinatural y sus cuerpos eran más grandes de lo normal, como si hubieran sido alterados con magia oscura. Uno de ellos se lanzó directamente hacia Emma con una velocidad aterradora. —¡Emma, cuidado! —gritó Caleb. Pero Emma ya estaba en movimiento. Su cuerpo reaccionó antes de que pudiera pensarlo. Se agachó en el último segundo y rodó hacia un lado, esquivando las enormes garras del lobo monstruoso. Diego, en su forma de lobo, se lanzó sobre la criatura, chocando contra ella con una fuerza devastadora. Sus colmillos se hundieron en su garganta, pero en lugar de caer, la bestia se sacudió violentamente y lo lanzó con
El bosque estaba en calma después de la batalla, pero la tensión en el aire era innegable. Emma y los demás habían logrado rescatar a los prisioneros, pero sabían que Marcus no se quedaría quieto tras lo ocurrido. El grupo avanzó entre los árboles, agotados pero alerta. Diego iba al frente, con su postura rígida y su mirada oscura. Emma podía sentir la furia contenida en su cuerpo, el instinto protector de su Alfa al máximo. Cuando finalmente cruzaron los límites del territorio de la manada, los lobos de Diego que habían quedado atrás corrieron a recibirlos. —¡Abran paso, hay heridos! —gritó Edward, guiando a algunos de los prisioneros que apenas podían mantenerse en pie. Madelin y Jack ayudaron a llevar a los más débiles a la enfermería improvisada que tenían en la cabaña principal. Emma se quedó de pie, observando todo a su alrededor, tratando de procesar lo que acababa de suceder. Su mirada se encontró con la de Diego. Él caminó hacia ella con pasos firmes, su expresió