El regreso a la manada fue silencioso. Emma sentía la energía de Diego vibrando con tensión a su lado y sabía que su mente estaba llena de estrategias y cálculos. La amenaza de Marcus no podía tomarse a la ligera, y ahora tenían un nuevo dilema: Caleb y su oferta de alianza. La luna brillaba alta en el cielo cuando cruzaron el umbral del territorio. Todo estaba en calma, pero Emma podía sentir la tensión en el aire, como si el bosque mismo contuviera la respiración. Cuando llegaron a la cabaña principal, Madelin los esperaba en la puerta, con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Su postura rígida delataba su inquietud. —Los vi desde la torre de vigilancia —dijo en tono serio—. ¿Quién era el forastero? Diego intercambió una mirada con Emma antes de responder. —Un lobo llamado Caleb. Dice que Marcus está reuniendo un ejército. Madelin frunció aún más el ceño. —No me gusta. Puede ser una trampa. Emma entendía la desconfianza de Madelin. Caleb había aparecido demasiado
El sol aún no había salido cuando Emma sintió que alguien tocaba la puerta de su cabaña con insistencia. Soltó un gruñido de protesta y se frotó los ojos, pero sabía que no tenía opción. Se había comprometido a entrenar, y Diego no era del tipo que aceptaba excusas. Cuando abrió la puerta, se encontró con Madelin, quien la observaba con una sonrisa burlona y los brazos cruzados. —Hora de entrenar, princesa —dijo con sorna. Emma soltó un suspiro y apoyó la cabeza contra el marco de la puerta. —No puedes dejar que duerma un poco más antes de patearme el trasero. Madelin fingió pensarlo. —Mmm… no. Emma rodó los ojos y se obligó a moverse. Se cambió rápidamente con ropa cómoda y salió al fresco aire matutino. El bosque estaba cubierto por una fina niebla, y el canto lejano de los pájaros anunciaba el amanecer. Cuando llegó al claro de entrenamiento, encontró a Diego esperándola. Estaba sin camisa, con los músculos tensos mientras realizaba movimientos de calentamiento. Su
El bosque estaba en calma, pero Diego sentía en su interior que algo no estaba bien. Desde que comenzaron a entrenar a Emma, su instinto de Alfa le advertía que no estaban solos. Había algo en el aire, un olor tenue, una presencia que parecía deslizarse entre los árboles como una sombra. Y ahora, después de que Emma regresara a su cabaña agotada por el entrenamiento, Diego patrullaba los límites del territorio con Jack y Edward. —¿Lo sientes? —preguntó Jack en voz baja mientras caminaban en silencio entre la maleza. —Sí —respondió Diego, con la mandíbula apretada—. Nos están observando. Edward olfateó el aire y frunció el ceño. —No están solos. Hay al menos tres, pero podrían ser más. Diego asintió. Su lobo rugía en su interior, ansioso por salir y cazar a los intrusos. —No ataquen todavía —ordenó—. Quiero saber qué están buscando. Se movieron con sigilo entre los árboles, sus sentidos agudizados, sus cuerpos tensos. De pronto, un ruido en la distancia los alertó.
El amanecer trajo consigo una sensación de inquietud. El aire en la manada estaba cargado de tensión tras el descubrimiento de la noche anterior. Aquel espía había dejado más preguntas que respuestas, y la certeza de que Marcus no era la única amenaza hacía que cada segundo contara. Diego se encontraba en la cabaña principal, revisando un mapa extendido sobre la gran mesa de madera. A su lado, Jack y Edward discutían sobre las posiciones de vigilancia, mientras Madelin observaba desde un rincón con los brazos cruzados. —No podemos seguir esperando —dijo Jack, golpeando la mesa con el puño—. Si Marcus está reuniendo un ejército, nosotros deberíamos hacer lo mismo. —Lo sé —gruñó Diego, pasando una mano por su cabello negro—. Por eso hoy nos reuniremos con Caleb. El nombre del lobo forastero hizo que Madelin resoplara con desconfianza. —No me gusta —dijo—. Caleb apareció en el momento justo con la información que necesitábamos. Es demasiado conveniente. —Lo sé —admitió Diego—
El sonido de la lluvia repiqueteaba contra los ventanales de la moderna oficina de Emma Baker. Sentada detrás de su escritorio, revisaba los últimos contratos de su agencia de publicidad. La luz de su computadora iluminaba su rostro de rasgos delicados, sus ojos lila resplandecientes con una intensidad única. A pesar de su éxito profesional, sintió un vacío inexplicable, una sensación de que algo le faltaba.Su vida había dado un giro inesperado hacía unos meses. Después de la traición de Derek, su expareja, había decidido centrarse en su carrera y en su mayor sueño: ser madre. No necesitaba un hombre para lograrlo, y por eso había optado por la fertilización in vitro. Ahora, su vientre albergaba una nueva vida, una decisión que había tomado con plena convicción, sin saber que aquel embarazo cambiaría su mundo de maneras que jamás imaginó.Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos.—Emma, tienes una llamada importante—dijo Sofía, su mejor amiga y asistente.Emma sospechó y
Emma caminaba por las calles de la ciudad con la mente revuelta. La revelación del doctor la había dejado helada. Su embarazo no era un error médico cualquiera. Alguien había cambiado la muestra de esperma intencionalmente. ¿Pero quién y por qué?Las luces de los autos iluminaban su rostro pálido. La sensación de que su vida estaba a punto de desmoronarse se apoderó de ella. Nunca había creído en el destino, pero esto... parecía esto obra de algo mucho más grande.Apretó los documentos que llevaba en la mano. Los resultados mostraron que el ADN de su hijo pertenecía a un hombre con un linaje genético excepcional. Pero no había nombres, solo códigos.—Tengo que descubrir la verdad —susurró para sí misma.Las preguntas la devoraban por dentro. Si alguien había cambiado la muestra, eso significaba que estaban observándola. Que su embarazo no había sido producto del azar, sino de una elección meticulosa.Y eso la asustaba.En el bosque, Diego estaba inquieto.Desde el entrenamiento con Ja
Emma pasó la noche en vela, incapaz de ignorar la sensación de que algo estaba terriblemente mal. Las sombras de su departamento parecían más oscuras de lo normal, y cada ruido en la calle la hacía sobresaltarse. Se abrazó el vientre, una costumbre que había desarrollado en los últimos días. Nunca había sentido una conexión tan fuerte con algo como la que sentía con sus bebés.La noticia del incendio en la clínica la inquietaba demasiado. Su instinto le decía que no era una coincidencia. Algo en su interior gritaba que ese fuego no había sido un accidente, que alguien estaba tratando de borrar toda evidencia de lo que le habían hecho.Apenas amaneció, Emma tomó su bolso y se dirigió a la puerta. Necesitaba respuestas. Tal vez la policía, tal vez un abogado. Alguien tenía que ayudarla a descubrir la verdad.Pero cuando abrió la puerta, su corazón casi se detuvo.Frente a ella, un hombre alto y de expresión imponente la observaba con intensidad. Su cabello castaño oscuro estaba un poco
El silencio entre ellos se volvió espeso, cargado de tensión. Emma sentía que su corazón latía con fuerza descontrolada. Había algo en Diego, en la forma en que la miraba con intensidad depredadora, que la inquietaba profundamente. Su mente le gritaba que se alejara, pero su instinto—ese mismo instinto que últimamente parecía más agudo—le decía que no lo hiciera.Diego exhaló lentamente y se pasó una mano por el cabello, claramente frustrado.—Emma, sé que esto es difícil de creer. No tienes razones para confiar en mí, pero te juro que no tengo intención de hacerte daño. Solo quiero ayudarte.Emma apretó los puños.—¿Ayudarme? ¿Por qué? ¿Qué ganas tú con esto?Los labios de Diego se curvaron apenas en una sonrisa amarga.—Más de lo que imaginas.Emma cruzó los brazos, su cuerpo rígido por la tensión.—Entonces dime la verdad. Quiero saber qué está pasando y por qué tengo la sensación de que no me has contado todo.Diego asintió lentamente.—Está bien, pero prométeme que escucharás has