El bosque estaba en calma, pero Diego sentía en su interior que algo no estaba bien. Desde que comenzaron a entrenar a Emma, su instinto de Alfa le advertía que no estaban solos. Había algo en el aire, un olor tenue, una presencia que parecía deslizarse entre los árboles como una sombra. Y ahora, después de que Emma regresara a su cabaña agotada por el entrenamiento, Diego patrullaba los límites del territorio con Jack y Edward. —¿Lo sientes? —preguntó Jack en voz baja mientras caminaban en silencio entre la maleza. —Sí —respondió Diego, con la mandíbula apretada—. Nos están observando. Edward olfateó el aire y frunció el ceño. —No están solos. Hay al menos tres, pero podrían ser más. Diego asintió. Su lobo rugía en su interior, ansioso por salir y cazar a los intrusos. —No ataquen todavía —ordenó—. Quiero saber qué están buscando. Se movieron con sigilo entre los árboles, sus sentidos agudizados, sus cuerpos tensos. De pronto, un ruido en la distancia los alertó.
El amanecer trajo consigo una sensación de inquietud. El aire en la manada estaba cargado de tensión tras el descubrimiento de la noche anterior. Aquel espía había dejado más preguntas que respuestas, y la certeza de que Marcus no era la única amenaza hacía que cada segundo contara. Diego se encontraba en la cabaña principal, revisando un mapa extendido sobre la gran mesa de madera. A su lado, Jack y Edward discutían sobre las posiciones de vigilancia, mientras Madelin observaba desde un rincón con los brazos cruzados. —No podemos seguir esperando —dijo Jack, golpeando la mesa con el puño—. Si Marcus está reuniendo un ejército, nosotros deberíamos hacer lo mismo. —Lo sé —gruñó Diego, pasando una mano por su cabello negro—. Por eso hoy nos reuniremos con Caleb. El nombre del lobo forastero hizo que Madelin resoplara con desconfianza. —No me gusta —dijo—. Caleb apareció en el momento justo con la información que necesitábamos. Es demasiado conveniente. —Lo sé —admitió Diego—
El plan estaba en marcha. Después de la reunión con Caleb, Diego reunió a sus mejores guerreros en la cabaña principal para trazar la estrategia. La idea de infiltrarse en los campamentos de Marcus para liberar a los prisioneros era arriesgada, pero también era su única oportunidad para debilitarlo antes del ataque definitivo. Emma estaba sentada junto a Madelin, observando cómo Diego, Jack y Edward analizaban el mapa que Caleb les había entregado. La tensión era palpable en la sala. —El campamento más cercano está aquí —señaló Caleb, marcando un punto en el mapa—. Es una de sus bases temporales, pero guarda a por lo menos diez prisioneros. Jack frunció el ceño. —¿Cuántos hombres tiene custodiándolo? —Aproximadamente quince guerreros de élite —respondió Caleb—. Pero el problema no son ellos. Emma sintió un escalofrío. —¿Entonces qué es lo que debemos temer? Caleb la miró con gravedad. —Marcus ha estado experimentando con algo. Algo oscuro. El silencio cayó sobre l
Los gruñidos y rugidos llenaban el aire. La batalla había comenzado. Emma sintió cómo la adrenalina se disparaba en su cuerpo. A su alrededor, los prisioneros intentaban correr hacia la libertad, pero las criaturas que una vez fueron lobos les bloqueaban el paso. Eran enormes, deformadas por lo que fuera que Marcus les había hecho. Sus ojos brillaban con un rojo antinatural y sus cuerpos eran más grandes de lo normal, como si hubieran sido alterados con magia oscura. Uno de ellos se lanzó directamente hacia Emma con una velocidad aterradora. —¡Emma, cuidado! —gritó Caleb. Pero Emma ya estaba en movimiento. Su cuerpo reaccionó antes de que pudiera pensarlo. Se agachó en el último segundo y rodó hacia un lado, esquivando las enormes garras del lobo monstruoso. Diego, en su forma de lobo, se lanzó sobre la criatura, chocando contra ella con una fuerza devastadora. Sus colmillos se hundieron en su garganta, pero en lugar de caer, la bestia se sacudió violentamente y lo lanzó con
El bosque estaba en calma después de la batalla, pero la tensión en el aire era innegable. Emma y los demás habían logrado rescatar a los prisioneros, pero sabían que Marcus no se quedaría quieto tras lo ocurrido. El grupo avanzó entre los árboles, agotados pero alerta. Diego iba al frente, con su postura rígida y su mirada oscura. Emma podía sentir la furia contenida en su cuerpo, el instinto protector de su Alfa al máximo. Cuando finalmente cruzaron los límites del territorio de la manada, los lobos de Diego que habían quedado atrás corrieron a recibirlos. —¡Abran paso, hay heridos! —gritó Edward, guiando a algunos de los prisioneros que apenas podían mantenerse en pie. Madelin y Jack ayudaron a llevar a los más débiles a la enfermería improvisada que tenían en la cabaña principal. Emma se quedó de pie, observando todo a su alrededor, tratando de procesar lo que acababa de suceder. Su mirada se encontró con la de Diego. Él caminó hacia ella con pasos firmes, su expresió
El amanecer trajo consigo un aire de incertidumbre. Emma se despertó con el cuerpo adolorido por el combate del día anterior, pero su mente estaba más clara que nunca.El Templo de la Luna.Ese lugar, envuelto en misterio y peligro, era la clave para descubrir su verdadero poder.Cuando salió de la cabaña, el campamento estaba en movimiento. Guerreros entrenaban, los heridos eran atendidos y un grupo de prisioneros liberados se preparaban para partir a otros territorios donde estarían a salvo.Diego la esperaba en la entrada de la cabaña principal, con los brazos cruzados y una expresión sombría.—Dormiste poco —comentó.Emma se encogió de hombros.—No había mucho tiempo para eso.Diego asintió.—Hoy partimos al Templo.Emma tragó saliva. Sabía que no iba a ser un viaje fácil, pero no había vuelta atrás.—¿Quiénes vendrán con nosotros?—Jack, Madelin, Caleb y yo —respondió Diego—. No podemos llevar a más guerreros, no sabemos qué nos espera ahí.Emma asintió.—¿Y qué dicen los anciano
El bosque se volvía más denso a medida que el grupo avanzaba. El aire era más frío, más pesado, como si el propio ambiente les advirtiera que estaban cruzando un umbral prohibido. Emma no dejaba de sentir la presencia de algo… o alguien. Esa voz que la había llamado seguía resonando en su mente, suave pero insistente. Caleb caminaba unos pasos adelante, con el ceño fruncido. —Este lugar ha estado oculto por siglos… pero no siempre fue así —murmuró. Emma levantó la mirada. —¿Qué quieres decir? Caleb exhaló y miró a los demás antes de continuar. —Hace mucho tiempo, el Templo de la Luna no era solo un mito. Era un santuario sagrado, un lugar donde los primeros Alfas venían a recibir las bendiciones de la Diosa. Mi manada solía contar la historia de cómo el poder de los Blancos nació aquí… y cómo fue destruido. Emma sintió un escalofrío. —Cuéntanos la historia. Caleb asintió y comenzó a relatar. —Dicen que hace siglos, cuando los primeros lobos caminaban por la tierr
El aire seguía cargado de energía cuando Emma se puso de pie. Sus piernas temblaban, pero no por debilidad, sino por la intensidad de lo que acababa de vivir. Diego seguía sujetándola por la cintura, con su mirada fija en la de ella. —¿Estás segura de que estás bien? —preguntó con voz tensa. Emma asintió. —Sí… solo que ahora lo entiendo todo. Madelin cruzó los brazos. —¿Y qué es "todo"? Emma respiró hondo, recordando las palabras de la Diosa Luna. —Marcus no es el verdadero enemigo. Hay alguien más detrás de todo esto… alguien que ha estado manipulándolo desde las sombras. Caleb maldijo en voz baja. —Sabía que ese bastardo no tenía la inteligencia suficiente para haber llegado tan lejos solo. Jack miró a Emma con seriedad. —¿La Diosa te dijo quién es? Emma negó con la cabeza. —No. Pero su linaje nunca desapareció. Y está volviendo para terminar lo que comenzó. Diego apretó la mandíbula. —Entonces necesitamos llegar al Templo cuanto antes. Emma asintió.