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35. Una pasión y un rencor inmenso

El beso los hace retroceder cada vez más, y ni siquiera pueden tener la oportunidad de controlar eso que sienten. Ya no hay marcha atrás, porque el deseo que se apoderaba de ambos no es el mejor, pero se dejan llevar. Luis Ángel la encierran en la pared mientras devora sus labios. María Teresa no tiene tiempo en que pensar, porque no puede pensar en nadie más, salvo su necesidad gigantesca de rodearlo con sus brazos, como si algo se hubiese apoderado de ella para hacer esto.

—Pueden vernos —es lo que balbucea María Teresa, repleta de esa sensación intrínseca que se apodera de ella cada vez.

Luis Ángel está sumergido en el deseo de poseerla como un desquiciado pero no puede decir otra cosa más. Suelta ese beso de una vez por todas. No dice nada más, tan sólo carga su cuerpo sin ningún tipo de esfuerzo. Desaparecen de aquel pasillo, porque sabe que nadie está autorizado a pasar hacia las docenas de recamaras que existen ahí.

María Teresa se agarra bien de su cuerpo. Observa a Luis Ánge
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