—¿¡De qué hablas, Eva?! —la toma de los brazos.—No consiguen a Angelito por ningún lado. Los policías dicen que la mujer que lo cuidaba estaba tirada en el piso, desmayada. Además, la casa del señor Carvajal está…está…—Roselia —jadea María Teresa—. ¿Qué quieres decir con la casa…?—Está incendiándose —Eva se lleva la mano hacia los labios—. Tu casa se incendia, María Teresa. Luis Ángel me pidió que no te dejara ir y que mucho menos te-María Teresa suelta a Eva y por poco trastabilla hacia un lado. Pero Eva la sostiene mucho antes de que pueda golpearse con la pared.—Mi hijo, mi papá…Siente desfallecer. —Por Dios —jadea. ¿Hasta cuándo? ¿Por qué si hace sólo unos momentos estaba compartiendo con Luis Ángel la felicidad…? Ya no usa el ascensor sino las escaleras mientras Eva la sigue por detrás, gritándole que se detenga.Se monta en el auto y junto a Eva acelera hacia la casa de los Carvajal. Cuando llega, ni siquiera las llamas dejan acercarse a la casa. El fuego devora todo a s
—Nada le sucederá. Nuestro hijo está bien, amor mío. Estará bien y estará junto a nosotros.Cualquier palabra dicha por Luis Ángel en estos momentos no es suficiente, porque dentro de su corazón la esperanza yace al borde del colapso, y ninguna fuerza es capaz de tranquilizarla. Pero su corazón se envuelven con el de Luis Ángel, porque también lo nota tenso, rígido y con facciones preocupadas. Se separan. Una mano de Luis Ángel se acurruca en su mandíbula y cuello.—Escúchame, María Teresa —Luis Ángel le dedica una mirada fija—. Me encargaré de buscar a nuestro hijo y de mandar a ese imbécil a la cárcel. Me parte el corazón verte así pero te pediré que confíes en mí. ¿De acuerdo? Amor.María Teresa descansa su mirada en él, y acaricia su mano. Asiente.—Lo hago —murmura—, confío en ti más que a nadie.Y acerca a María Teresa para besar su frente.—Estoy aquí, cariño. Traeré a nuestro hijo de vuelta.—¡María Teresa! —exclama Eva una vez se dirige hacia los dos—. Por Dios, me diste un
Mientras la policía rodea el patio de la mansión de los Carvajal, Amanda sigue caminando hacia María Teresa. Los ojos de María Teresa están abiertos en su totalidad, conmocionada, anonadada, llena de preocupación. Sus manos tiemblan al observar los ojos verdes de su hijo en los brazos de su tía, pero está sano, sólo está tranquilo en aquellos brazos. Su esperanza vuelve al verlo cerca de ella, y María Teresa suelta un jadeo vigoroso al mirar a su ángel. Alza la vista y de inmediato observa los ojos de Amanda, ésta baja la vista hacia su sobrino y un momento después, estira sus brazos para entregalo a su madre. Anonadada, María Teresa siente el cuerpo de su hijo y gime de desconsuelo, como si fuese un sueño, arropando a su hijo con sus brazos, comenzando a llorar por el alivio de tenerlo con ella, de esta manera. —Mi niño —jadea María Teresa en llanto—. Mi pequeño, gracias mi Dios. Mi bebé…—sus ojos vuelven a caer sobre Amanda. —Cuida mucho a Angelito —es lo que dice—, cuídalo
EPÍLOGOCarmen y Maximino Carvajal fueron sentenciados a cadena perpetua por múltiples acusaciones: lavado de dinero, asesinato, extorsión y narcotráfic0 son algunos de las acusaciones que se dijeron el juicio. Y sin ya escapatoria, tanto madre e hijo no volverían a ver la luz del sol por mucho tiempo. Antonio Guiterrez fue condenado a prisión por abuso de menores y maltrato físico. Había sido uno de los secuestradores del pequeño Ángel Torrealba, a quién aprisionaron tratando de salir del país al lado de Leonardo, otro de los tantos extorsionistas que habían mentido con la prueba de ADN al pagar millones. Era cierto que era hermano de Angélica, pero por parte materna. Angélica Rincón también recibió su castigo al ser cómplice de la muerte de su hermana, Magdalena Fuentes y haber sido cómplice de Maximino Carvajal.Amanda Torrealba, también a cadena perpetua, por ser cómplice de la muerte de Magdalena Fuentes, mentir acerca de la acusación contra María Teresa Carvajal, haber sido cóm
—¡No, por favor! ¡No te atrevas a decir otra palabras más! ¡No te acerques, Antonio! Y su voz se desgarra mientras el llanto de su hijo se pierde entre los gritos de la tormenta. —¿¡Y qué quieres que te diga?! ¡Siempre me has mentido! Me mentiste con ese niño en brazos y ahora quieres que sea un idiota. Yo no soy un idiota María Teresa. ¡Vas a pagar caro por lo que me has hecho…! Y el primer empujón la lleva hasta la pared, y la hace gemir de susto. Sus ojos se abren y su único miedo es su bebé, que continúa llorando y no hay nada la calme porque está cara a cara con un hombre cegado por la ira. "Si no me marcho ahora. Él podrá matarme…¡Te matará, María Teresa…! —¡Mírame cuando te hablo, sucia mentirosa! —y Antonio la toma del brazo para zarandear contra él en cuanto tiene la oportunidad y consciente de que sólo está con ella, aprovecha la situación para apretar su brazo—. No te escaparás de esta, no sabrás con quién te metiste y a quien le mentiste. ¡Esta me la pagarás…! —Yo
Y su alivio es atronador, rápido y solloza. —Ayuda…—quiere gritar pero la voz le desgarra y no siente que es escuchada—. Ayuda… Del coche entonces observa a una figura salir, rápidamente puede notar que es de una mujer y la observa tapándose la cabeza con un abrigo. María Teresa tiene la respiración entrecortada y no puede continuar así, apenas da unos pasos por la debilidad, pero a la vez siente fuerza, porque no está sola. Tiene a su pequeño. —¡Bendito Dios…! —oye exclamar en cuanto puede vérselas con una señora aproximándose a los cincuenta—. ¡Tienes un bebé! —Señora, se lo ruego —María Teresa tiene que casi colocarse de rodillas en cuanto la observa—. Por favor, sólo quiero que mi hijo esté bien. Sólo eso, no le pido más. Ayúdeme a salir de aquí, se lo ruego. Mi niño está recién nacido, yo no sé… —¡Madre! —una voz por detrás que viene desde el carro atormenta la propia tormenta—. ¡Regresa al carro! ¡Ahora mismo! Pero la señora no atiende al llamado. Ve a María Teresa con oj
María Teresa siente el cuerpo irse hacia un lado, incluso desmayarse. ¿Un seguro? ¿Pagar? ¡Por Dios! Nada tenía en este mundo. ¡Nada! Ni para cubrir ni siquiera el gasto de un alimento para darle a su hijo y mucho menos pagar todos estos exámenes. No puede ser esto posible. Esto no puede estar pasando. Su pequeño se encuentra en un estado grave y no carga ni un sólo peso encima. Cae en la desesperación, no puede pensar en otra cosa sino en la severa realidad en la que se encuentra. Sin embargo, tampoco puede decidir por la vida de su pequeño a menos que traiga una nueva esperanza. —Esto no puede estar pasando —balbucea María Teresa—. No puede ser, señorita. Yo no tengo cómo pagar, yo ni siquiera…¿Ha visto a una mujer? La mujer que estaba a mi lado cuando llegué. ¿La ha visto? ¿La ha visto, señorita? La recepcionista niega con ojos preocupados. —No, señora. Disculpe pero yo no he visto a nadie. María Teresa empieza poco a poco a colapsar y sin medir consecuencias vuelve a negar.
¡Darle su apellido a su hijo! Un completo extraño. María Teresa no sabe a dónde mirar, en qué pensar e incluso en qué creer. ¿Escuchó acaso bien? ¡Este hombre completamente extraño! Qué por alguna extraña razón cree haber escuchado su voz antes, o incluso verlo, pero la mente no puede seguir con certeza después de lo que acaba de escuchar. Se atreve a mirar hacia otro lado al tiempo que abre y cierra los ojos incontables veces. —¿Qué está diciendo, señor? ¿Su apellido? —Luis Ángel —responde el hombre aún erguido de alguna manera con normalidad, como si no le hubiese dicho aquello—. Luis Ángel Torrealba es mi nombre. ¿Acepta mi contrato? Es todo lo que puedo ofrecerle. Y a cambio, recibirá su hijo lo que le corresponde por llevar mi apellido. —¿Cómo es posible? —María Teresa alza su mirada, llena de las lágrimas que nunca escaparon. Ahora está confundida—. ¿Quiere darle su apellido a mi niño? El hombre frente a ella asiente. No puede creerlo. —¿Cuáles son sus razones? ¿Cuáles?