¡Darle su apellido a su hijo!
Un completo extraño. María Teresa no sabe a dónde mirar, en qué pensar e incluso en qué creer. ¿Escuchó acaso bien? ¡Este hombre completamente extraño! Qué por alguna extraña razón cree haber escuchado su voz antes, o incluso verlo, pero la mente no puede seguir con certeza después de lo que acaba de escuchar.Se atreve a mirar hacia otro lado al tiempo que abre y cierra los ojos incontables veces.—¿Qué está diciendo, señor? ¿Su apellido?—Luis Ángel —responde el hombre aún erguido de alguna manera con normalidad, como si no le hubiese dicho aquello—. Luis Ángel Torrealba es mi nombre. ¿Acepta mi contrato? Es todo lo que puedo ofrecerle. Y a cambio, recibirá su hijo lo que le corresponde por llevar mi apellido.—¿Cómo es posible? —María Teresa alza su mirada, llena de las lágrimas que nunca escaparon. Ahora está confundida—. ¿Quiere darle su apellido a mi niño?El hombre frente a ella asiente.No puede creerlo.—¿Cuáles son sus razones? ¿Cuáles? Para pedirme esto. No es más que usted un desconocido, a quién apenas conozco. ¿No cree que podré dudar de cualquier cosa que me diga? Señor…—No tengo porqué decir mis razones. Está en su decisión aceptar lo que le he propuesto.—¿Y cómo sé que no lo hace para perjudicarme a mí y a mí niño? Pues, ¿Por quién me toma? ¿Darle a un desconocido a mi pequeño? Puede que usted crea que soy una tonta, una bruta, pero no lo soy cuando se trata de mi hijo —y se levanta María Teresa, limpiándose las lágrimas que atesoran sus mejillas, ahora con cierto fuego inundando dentro de ella. Algo ha nacido dentro suyo—. Pues, ¿Quién se cree que es…? Pidiéndome esto. Ni siquiera lo conozco.—Ya sabe quién soy yo, no merece saber nada más. Y si ya sabe quién soy, sabrá ya todas las comodidades y cuidados que tendrá su hijo si lleva mi apellido. La escuché que está desesperada, desamparada, y no tiene a nadie en este mundo a excepción de usted misma. Le estoy brindando una oportunidad para solventar el futuro de su hijo, y no pido más nada. Sólo que lleve mi apellido.—¡Su apellido, señor! —María Teresa está en plena crisis de conmoción cuando lo oye—. ¿Y por qué mi hijo llevaría su apellido? El apellido de un desconocido. No, no lo voy a dejar que se aproveche de mí. Sí le dije esas cosas pero no esperé recibir esta propuesta. ¿Cómo quiere que esté? ¡Yo a usted no lo conozco…!Luis Ángel Torrealba fruncía ligeramente su ceño al mirar a la mujer desenfrenada, no duda enojada, por lo que acaba de decirle. Ya sabe que pensó bastante mal y tergiversó sus palabras. No le queda más que explicarle. Pero antes, esta mujer debía calmarse.María Teresa se limpia otra vez las lágrimas, y niega.—No creo que sea bueno seguir aquí, señor. Olvide todo lo que le dije, pero no me extorsionará con esto. Porque usted. ¿Acaso se burla de mí? —pregunta con un profundo dolor María Teresa. Pero Luis Ángel no mueve ningún gesto, sólo la mira con aquella soberbia mirada—. Se burla de mí. Es lo que hace —María Teresa le tiemblan los labios y se apresura a darse la vuelta.Pero Luis Ángel es mucho más rápido y se interpone en su camino. Inclina la cabeza, negando. Suspira.—Usted está malinterpretando mis intenciones, señorita.—No lo creo, señor. Me tiene aquí, extorsionandome. ¿Cómo quiere que piense de eso? Quiere darle su apellido a un hijo de un completo extraño. ¡No creo que eso sea de lo más sensato!—¿Sensato? —inquiere Luis Ángel, con un tono casi malhumorado—. No creo que sea usted, entonces, sensata. Porque si pasa por esa puerta quedará en la misma situación precaria en la que está, y no será usted quien sufra, sino su hijo. Es más, sería una completa irresponsabilidad de una madre que interponga su bienestar antes que la de su hijo. Porque si sale de aquí su hijo no será atendido como debe ser ya que cree en sus equivocados pensamientos y no le interesa la vida de su hijo. Aquí, señorita, es usted la irresponsable.María Teresa abre sus labios y sus ojos, de pronto tan enojada por sus palabras que lo primero que hace es alzar su mano hacia este hombre para atizarle una cachetada por su atrevimiento.—¿¡Cómo se atreve…?!Pero de pronto, su mano nunca toca su rostro, sino que es atajada por la mano de este soberbio y atrevido hombre para arrinconar y tomar con su mano libre su cintura y así unir sus cuerpo en este abrasador encuentro. María Teresa ha quedado tan cerca de su rostro que hasta puede sentir su aliento y los rigurosos músculos que la envuelven. Sus narices rozan tan prontamente que ambos mantienen sus labios entreabiertos en esta penuria que alcanza el atesorado encuentro.María Teresa de pronto se ha perdido en sus ojos, y traga saliva al ver que la distancia no existe ya en ellos.También se queda aquel hombre admirando el rostro de esta misteriosa mujer que ha llegado a su vida por alguna extraña razón, porque la siente familiar, como si ya la hubiese visto, y su interés comenzó desde en el momento en que puso sus ojos en los suyos.—¿No lo cree así? —y se asemeja esta pregunta a un susurro, que hace a María Teresa tragar saliva y suspirar por la boca. Sus labios ya están rozando—. Antes de marcharse deberá escucharme, porque hay un convenio que debemos firmar, y ante todo esto, deberá saber que lo me importa en todo esto, es el bienestar del niño.María Teresa aprieta sus ojos y su respiración se entrecorta aún más, cada vez más. Luis Ángel observa todo su rostro, e incluso baja hacia sus labios. Intenta decir algo pero no logra hacerlo. María Teresa también se digna, inconscientemente, en ver sus labios. Está cegada por este acalorado choque.—Señorita —y dice Luis Ángel al someterse también a este perpetuo encuentro. María Teresa no es capaz de mencionar algo—. Si sigue mirándome de esa manera, no tendré más opción que besarla.Pero María Teresa es mucho más rápida y se suelta de él mientras traga saliva y lo señala.—¡Es un cínico! —exclama—. ¡Es un completo cínico! ¿Me quiere mentir? Pues, no. No se atreverá a mentirme. Luis Ángel Torrealba entrecierra sus ojos, y se mete las manos en los bolsillos. —Cómo guste. Yo no la obligaré a hacer algo que no debe. Pero es algo…Pero María Teresa vuelve a la negación junto a sus movimientos y toma el pomo de la puerta justo para salir de aquel sitio.—Señorita…—Le advierto, no se acerque a mí. Porque si no…no respondo —y María Teresa se apresura entonces a dirigirse por el mismo pasillo hasta que vuelve a respirar, y acometer una pequeña pero gigantesca respiración. Se afianza a la pared para solventar todo lo que siente y abre los ojos.Pero María Teresa no puede continuar con esto. Explotará nuevamente si alguien se atraviesa en su camino, sólo traga saliva y continúa con su camino. Debe salir de ahí, al menos, para pensar en lo que deberá hacer a partir de aho
—Un momento —lo detiene María Teresa—. Yo no me iré con usted. Luis Ángel se detiene en seco cuando oye esto, y no comprende. —¿Qué ha dicho? —Que no iré, señor. Yo misma puedo ir hacia su casa, tan sólo deme su dirección. Puede ser que hicimos un trato pero no significa que confíe en usted. —¿Acaso no sabe quién soy yo? María Teresa alza sus cejas con impresión. —¿No es el dueño de este hospital…? —Por supuesto que no —responde Luis Ángel con sus ojos llenos de soberbia—. Conozco al director y al doctor que atiende a su hijo, pero no soy el dueño. Mi empresa es Global Exportation y tuvo la suerte de que yo estuviese aquí para atender su problema. María Teresa frunce su ceño y quiere decir algo, no obstante, se adelanta Luis Ángel. —Pero como prefiera —suelta con voz arrogante—. No me encargo de usted a partir de ahora. Afuera está mi asistente, Ximena. Pregúntele a ella la dirección. Hoy mismo la quiero a las ocho en la casa. Ni un minuto más, señorita. Con permiso. Y Ma
Patricio Torrealba se endereza y señala a María Teresa. —¿Qué significa esto, Luis Ángel? ¿Otros de tus jueguitos? Te advierto, hijo, que no estás para jugar con muchachas jóvenes y menos en mi casa. Te ordeno que saques a esta mujer de aquí. Pero Luis Ángel sólo mira la escena con la seriedad y la soberbia que lo caracteriza. Por un momento sus ojos se encuentran con María Teresa pero vuelve a su padre cuando lo oye suspirar con fuerza. —Es una doméstica, una nueva domestica. Imelda ya lo sabe, quería a otra mujer. —¿Una doméstica? ¡Pero ésta! Que parece de un inmundo pueblo —escupe Patricio—. No eres de esta índole, Luis Ángel. Pero no quiero que una segunda vez suceda, porque su incompetencia no es algo que toleraré. Tampoco sé qué harás ahora, porque a esta mujer no la quiero aquí. Te equivocaste cuando podías decidir aquí en la casa pero se te olvida que sigo mandando yo. Patricio pasa por su lado y su hermano, niega con la cabeza con la misma sorna, mientras desaparece
¡Esa arrogancia la enoja a más no poder! —No estoy diciendo cosas que no son. Es lo que ha dicho. Que no diga que soy la madre. Pues, ¿Quién más será la madre? No haré esto —para María Teresa ésta cercanía acorrala su sentidos. Ni siquiera puede verlo y toda su respiración se entrecorta. Porque la respiración de Luis Ángel Torrealba está cercana de su nunca y el estremecimiento es inevitable para ella. Sin embargo, la voz de Luis Ángel vuelve a oírse, colocando sus pelos de punta. —Llévese el documento si así lo quiere. Y lealo. Pero soy yo quien le dice a usted que mi palabra vale. Ya le hice una promesa. No voy a apartar al niño de su madre. Y es lo único que haré. No es nadie para decirme cómo actuar. No olvide su posición, señorita. María Teresa lo mira de reojo. Y con la fuerza que tiene se gira. Los ojos de Luis Ángel se aferran a ella una vez más. La siente tragar saliva y por esa razón intensifica más su mirada. —¿Se lo llevará? —Luis Ángel le señala los documentos. No ob
María Teresa quita rápidamente la mirada y se aleja de Tomás Torrealba para llegar hacia las mujeres. Cuando mira sobre su hombro, Amanda Torrealba se está dirigiendo hacia ella y su corazón empieza a palpitar con rapidez. Su rostro indica con severidad una profunda molestia que hace a María Teresa encaminarse hacia la salida. Deja el mantel en sus brazos y traga saliva, porque al dar el primer paso hacia las afueras de la casa, justo en donde se encuentra la piscina, oye un exclamar. —¡Alto ahí! María Teresa se gira. Es sin duda Amanda. —Señorita —pronuncia en un balbuceo. —¿Tú…? ¿De nuevo tú? ¿Quién te crees para venir a mi casa…? ¿Estás trabajando aquí…? —Amanda no puede creer lo que ve y la mira de arriba hacia abajo como si hubiese visto un fantasma. —Soy solo una empleada. No tiene por qué preocuparse —habla María Teresa con ojos de preocupación. Y trata María Teresa de dirigirse hacia las casas de las mujeres empleadas pero Amanda la toma de la mano con fuerza. —No,
Cuando puede darse cuenta María Teresa los brazos de este hombre la estrujan con ligereza, al tiempo que el movimiento de sus labios la conducen hacia aquel toque celestial. Un movimiento incapaz de controlar. Nunca hubiese imaginado que aquellos labios tocarían los suyos de esa manera, como desesperados, esperando encontrarla también. El estado de sorpresa que sobrepasa a María Teresa es abismal, e inevitablemente cierra los ojos. El beso la hace volar incluso cuando no es el hombre bueno para ella, no es el lugar y no son las condiciones. El atrevimiento que tuvo Luis Ángel Torrealba para besarla así sin más la congela, pero su cuerpo y sus labios reaccionan. Tanto tiempo había pasado desde la última vez que un hombre la había besado de esa manera. María Teresa no quiere involucrar el pasado, pero ese hambre feroz que emana Luis Ángel por ella la aturde, la lleva hacia el cielo y la baja ahí mismo. ¡Vuelve a la realidad en un santiamén! El hechizo se quiebra. Sus ojos se abren de
María Teresa queda anonadada por esta situación. El reojo que le da Luis Ángel a esta nueva mujer da incentivo para conseguir una mirada capaz de sobrellevar esto. ¿Su novia…? —Ni siquiera sabías que estabas aquí —es lo que responde Luis Ángel una vez comprueba que efectivamente, es una de sus socias de la compañía—. Pudiste avisar, Angélica. —Oh, sabes que yo no necesito eso. Vine por mi cuenta a buscarte, amor —Angélica susurra lo último casi en la oreja. Al saber que están siendo observados por María Teresa, suelta el brazo de Luis Ángel y la mira, de arriba hacia abajo, pero aún así sonríe—. ¿Puedo ayudarte en algo? —¿A mí? No, no, señorita —luego mira a Luis Ángel—. Perdón, señor. Disculpe que lo moleste —y se apresura a irse, agarrando las mantas con fuerza. Su cara está roja por la vergüenza, quizás más de lo que puede controlar, porque no esperaba encontrarse con una situación idéntica a esa misma. ¡Por supuesto que no! Pues, ¿En que estaba creyendo? ¡Es un hombre rico! —Es
¿Qué es lo que ha dicho?—No, perdone —el tartamudeo deja su boca a causa del aturdimiento por sus palabras—. Debe estar confundido. Es imposible —vuelve a decir María Teresa. No falta mucho para que aparte la mirada de Maximino Carvajal.Por su lado, el hombre queda tan sólo unos segundos observándola, como si quisiera averiguar algo más en esa sencilla y humilde chica que trata de evitar esas ojeadas dispuestas a conseguir los más íntimos secretos que guarda su alma. Pero después se le ve alzando sus hombros, como si María Teresa hubiese tenido razón. Se echa a reír con suavidad.—Lo más probable es que así. Disculpa mi imprudencia —consigue Maximino apaciguar el momento con una sonrisa amable—. De hecho sí, nos hemos visto en la fiesta de la familia Torrealba. Estabas ahí como mesera, ¿No es así? Tal cual como lo había mencionado, María Teresa ya había visto a este hombre. Estaba en la cena donde Amanda Torrealba se dignó a ofenderla. Hace varias noches ya. —Es así, señor Carvaj