¡Nos vemos en el Epílogo! ¡Feliz año nuevo! Gracias por leer hasta aquí!!!!!!!
EPÍLOGOCarmen y Maximino Carvajal fueron sentenciados a cadena perpetua por múltiples acusaciones: lavado de dinero, asesinato, extorsión y narcotráfic0 son algunos de las acusaciones que se dijeron el juicio. Y sin ya escapatoria, tanto madre e hijo no volverían a ver la luz del sol por mucho tiempo. Antonio Guiterrez fue condenado a prisión por abuso de menores y maltrato físico. Había sido uno de los secuestradores del pequeño Ángel Torrealba, a quién aprisionaron tratando de salir del país al lado de Leonardo, otro de los tantos extorsionistas que habían mentido con la prueba de ADN al pagar millones. Era cierto que era hermano de Angélica, pero por parte materna. Angélica Rincón también recibió su castigo al ser cómplice de la muerte de su hermana, Magdalena Fuentes y haber sido cómplice de Maximino Carvajal.Amanda Torrealba, también a cadena perpetua, por ser cómplice de la muerte de Magdalena Fuentes, mentir acerca de la acusación contra María Teresa Carvajal, haber sido cóm
—¡No, por favor! ¡No te atrevas a decir otra palabras más! ¡No te acerques, Antonio! Y su voz se desgarra mientras el llanto de su hijo se pierde entre los gritos de la tormenta. —¿¡Y qué quieres que te diga?! ¡Siempre me has mentido! Me mentiste con ese niño en brazos y ahora quieres que sea un idiota. Yo no soy un idiota María Teresa. ¡Vas a pagar caro por lo que me has hecho…! Y el primer empujón la lleva hasta la pared, y la hace gemir de susto. Sus ojos se abren y su único miedo es su bebé, que continúa llorando y no hay nada la calme porque está cara a cara con un hombre cegado por la ira. "Si no me marcho ahora. Él podrá matarme…¡Te matará, María Teresa…! —¡Mírame cuando te hablo, sucia mentirosa! —y Antonio la toma del brazo para zarandear contra él en cuanto tiene la oportunidad y consciente de que sólo está con ella, aprovecha la situación para apretar su brazo—. No te escaparás de esta, no sabrás con quién te metiste y a quien le mentiste. ¡Esta me la pagarás…! —Yo
Y su alivio es atronador, rápido y solloza. —Ayuda…—quiere gritar pero la voz le desgarra y no siente que es escuchada—. Ayuda… Del coche entonces observa a una figura salir, rápidamente puede notar que es de una mujer y la observa tapándose la cabeza con un abrigo. María Teresa tiene la respiración entrecortada y no puede continuar así, apenas da unos pasos por la debilidad, pero a la vez siente fuerza, porque no está sola. Tiene a su pequeño. —¡Bendito Dios…! —oye exclamar en cuanto puede vérselas con una señora aproximándose a los cincuenta—. ¡Tienes un bebé! —Señora, se lo ruego —María Teresa tiene que casi colocarse de rodillas en cuanto la observa—. Por favor, sólo quiero que mi hijo esté bien. Sólo eso, no le pido más. Ayúdeme a salir de aquí, se lo ruego. Mi niño está recién nacido, yo no sé… —¡Madre! —una voz por detrás que viene desde el carro atormenta la propia tormenta—. ¡Regresa al carro! ¡Ahora mismo! Pero la señora no atiende al llamado. Ve a María Teresa con oj
María Teresa siente el cuerpo irse hacia un lado, incluso desmayarse. ¿Un seguro? ¿Pagar? ¡Por Dios! Nada tenía en este mundo. ¡Nada! Ni para cubrir ni siquiera el gasto de un alimento para darle a su hijo y mucho menos pagar todos estos exámenes. No puede ser esto posible. Esto no puede estar pasando. Su pequeño se encuentra en un estado grave y no carga ni un sólo peso encima. Cae en la desesperación, no puede pensar en otra cosa sino en la severa realidad en la que se encuentra. Sin embargo, tampoco puede decidir por la vida de su pequeño a menos que traiga una nueva esperanza. —Esto no puede estar pasando —balbucea María Teresa—. No puede ser, señorita. Yo no tengo cómo pagar, yo ni siquiera…¿Ha visto a una mujer? La mujer que estaba a mi lado cuando llegué. ¿La ha visto? ¿La ha visto, señorita? La recepcionista niega con ojos preocupados. —No, señora. Disculpe pero yo no he visto a nadie. María Teresa empieza poco a poco a colapsar y sin medir consecuencias vuelve a negar.
¡Darle su apellido a su hijo! Un completo extraño. María Teresa no sabe a dónde mirar, en qué pensar e incluso en qué creer. ¿Escuchó acaso bien? ¡Este hombre completamente extraño! Qué por alguna extraña razón cree haber escuchado su voz antes, o incluso verlo, pero la mente no puede seguir con certeza después de lo que acaba de escuchar. Se atreve a mirar hacia otro lado al tiempo que abre y cierra los ojos incontables veces. —¿Qué está diciendo, señor? ¿Su apellido? —Luis Ángel —responde el hombre aún erguido de alguna manera con normalidad, como si no le hubiese dicho aquello—. Luis Ángel Torrealba es mi nombre. ¿Acepta mi contrato? Es todo lo que puedo ofrecerle. Y a cambio, recibirá su hijo lo que le corresponde por llevar mi apellido. —¿Cómo es posible? —María Teresa alza su mirada, llena de las lágrimas que nunca escaparon. Ahora está confundida—. ¿Quiere darle su apellido a mi niño? El hombre frente a ella asiente. No puede creerlo. —¿Cuáles son sus razones? ¿Cuáles?
Pero María Teresa es mucho más rápida y se suelta de él mientras traga saliva y lo señala.—¡Es un cínico! —exclama—. ¡Es un completo cínico! ¿Me quiere mentir? Pues, no. No se atreverá a mentirme. Luis Ángel Torrealba entrecierra sus ojos, y se mete las manos en los bolsillos. —Cómo guste. Yo no la obligaré a hacer algo que no debe. Pero es algo…Pero María Teresa vuelve a la negación junto a sus movimientos y toma el pomo de la puerta justo para salir de aquel sitio.—Señorita…—Le advierto, no se acerque a mí. Porque si no…no respondo —y María Teresa se apresura entonces a dirigirse por el mismo pasillo hasta que vuelve a respirar, y acometer una pequeña pero gigantesca respiración. Se afianza a la pared para solventar todo lo que siente y abre los ojos.Pero María Teresa no puede continuar con esto. Explotará nuevamente si alguien se atraviesa en su camino, sólo traga saliva y continúa con su camino. Debe salir de ahí, al menos, para pensar en lo que deberá hacer a partir de aho
—Un momento —lo detiene María Teresa—. Yo no me iré con usted. Luis Ángel se detiene en seco cuando oye esto, y no comprende. —¿Qué ha dicho? —Que no iré, señor. Yo misma puedo ir hacia su casa, tan sólo deme su dirección. Puede ser que hicimos un trato pero no significa que confíe en usted. —¿Acaso no sabe quién soy yo? María Teresa alza sus cejas con impresión. —¿No es el dueño de este hospital…? —Por supuesto que no —responde Luis Ángel con sus ojos llenos de soberbia—. Conozco al director y al doctor que atiende a su hijo, pero no soy el dueño. Mi empresa es Global Exportation y tuvo la suerte de que yo estuviese aquí para atender su problema. María Teresa frunce su ceño y quiere decir algo, no obstante, se adelanta Luis Ángel. —Pero como prefiera —suelta con voz arrogante—. No me encargo de usted a partir de ahora. Afuera está mi asistente, Ximena. Pregúntele a ella la dirección. Hoy mismo la quiero a las ocho en la casa. Ni un minuto más, señorita. Con permiso. Y Ma
Patricio Torrealba se endereza y señala a María Teresa. —¿Qué significa esto, Luis Ángel? ¿Otros de tus jueguitos? Te advierto, hijo, que no estás para jugar con muchachas jóvenes y menos en mi casa. Te ordeno que saques a esta mujer de aquí. Pero Luis Ángel sólo mira la escena con la seriedad y la soberbia que lo caracteriza. Por un momento sus ojos se encuentran con María Teresa pero vuelve a su padre cuando lo oye suspirar con fuerza. —Es una doméstica, una nueva domestica. Imelda ya lo sabe, quería a otra mujer. —¿Una doméstica? ¡Pero ésta! Que parece de un inmundo pueblo —escupe Patricio—. No eres de esta índole, Luis Ángel. Pero no quiero que una segunda vez suceda, porque su incompetencia no es algo que toleraré. Tampoco sé qué harás ahora, porque a esta mujer no la quiero aquí. Te equivocaste cuando podías decidir aquí en la casa pero se te olvida que sigo mandando yo. Patricio pasa por su lado y su hermano, niega con la cabeza con la misma sorna, mientras desaparece