Pero María Teresa es mucho más rápida y se suelta de él mientras traga saliva y lo señala.
—¡Es un cínico! —exclama—. ¡Es un completo cínico! ¿Me quiere mentir? Pues, no. No se atreverá a mentirme.
Luis Ángel Torrealba entrecierra sus ojos, y se mete las manos en los bolsillos.
—Cómo guste. Yo no la obligaré a hacer algo que no debe. Pero es algo…
Pero María Teresa vuelve a la negación junto a sus movimientos y toma el pomo de la puerta justo para salir de aquel sitio.
—Señorita…
—Le advierto, no se acerque a mí. Porque si no…no respondo —y María Teresa se apresura entonces a dirigirse por el mismo pasillo hasta que vuelve a respirar, y acometer una pequeña pero gigantesca respiración. Se afianza a la pared para solventar todo lo que siente y abre los ojos.
Pero María Teresa no puede continuar con esto. Explotará nuevamente si alguien se atraviesa en su camino, sólo traga saliva y continúa con su camino. Debe salir de ahí, al menos, para pensar en lo que deberá hacer a partir de ahora.
¿Qué es este sentimiento que abarca su completa desesperación? ¿Qué tuvieron aquellos ojos para ponerla en aquel estado? ¿Quién es Luis Ángel Torrealba y por qué cree que tiene el derecho de hablarle así? De tomarla así…de decirle aquello. María Teresa no controla su acelerado pulso y sin mirar hacia atrás sale del pasillo y camina entre la poca gente que se encuentra en la clínica, porque lo único que parece calmar es la serenidad que golpea su rostro y su cabello castaño.
¿Lo volvería a ver?
Ah, María Teresa en tan sólo un día te ha pasado de todo. ¡Qué suerte la tuya! Su único deseo es ver a su pequeño, a su vida, a su luz. Y ha tomado una decisión cuando vuelve a sentarse en las sillas metálicas y se toma del rostro.
—Mi pequeño —recuerda a su ángel, lejos de ella ahora mismo—. Haré todo lo posible por conseguirlo. Por darte la vida que mereces. Lo cumpliré, lo haré. Tan sólo, Dios Mío, mándame consuelo, mandame una esperanza. Te lo ruego…
Sin embargo, de pronto ocurre algo que la hace quedar inmóvil en su sitio, al tiempo que las lágrimas caen sobre sus mejillas morenas. Porque cuando puede voltearse, una enfermera se acerca para entregarle un sobre. María Teresa no puede comprenderlo.
—¿Qué es esto?
Al instante que pregunta, no se imagina nunca lo que llega a sus oídos de una manera impresionante.
—Es el pago ya sellado y realizado para la manutención de su hijo.
María Teresa mira lo que se le entrega, sin saber cómo reaccionar. Niega rotundamente.
—No, señorita. Debe estar equivocada, yo no he pagado nada.
—Eso me indicaron justo hace un momento, señora. El seguro y todos los gatos de su hijo ya fueron pagados
—¿Pagados? —María Teresa tiene que calmarse para poder conciliar lo que se le dice.
—Señora, debe saber que el estado de su bebé es muy grave, hasta que el doctor diga lo contrario. Y está prohibido que salga junto a él, porque el niño está en un estado delicado de salud, así que debe quedarse. Todo los servicios están pagados, su hijo estará bien.
—¿Pero quién pagó esto? ¿Quién los firmó, señorita?
La enfermera entonces le entrega el sobre, y María Teresa lo contempla con mohínes desconcertados y sorprendidos.
—Todo gasto corre por la cuenta del señor Luis Ángel Torrealba. Ahora sí me permite, señorita, tengo que retirarme.
Conforme la enfermera avanza por el pasillo, María Teresa no puede creerlo
Tiene que girarse y sentarse en un estado de shock. Y cuando puede apenas entender que el apellido de ese hombre salió por ese único motivo, su corazonada se hace realidad. La luz que observa ahora es sólo un destello, porque sin pensarlo y sin imaginarlo, observa entonces al mismo hombre que acaba de ser nombrado. Se levanta de su asiento, agonizando y sin entender todo esto.
—Señor —pronuncia entre la espada y la pared.
Parece no ser un sueño aquel hombre. Porque es el mismo de hace tan sólo unos momentos. Aquel, que había dicho las palabras que se quedaron en María Teresa cómo se queda un recuerdo que nunca se olvidará.
—No se preocupe. Estoy cumpliendo con lo prometido —y es lo que recibe por su parte. Luis Ángel Torrealba no es una visión de la imaginación. Es él quien está enfrente de María Teresa.
Tiene ella que observar el cheque en sus manos.
—Es que no lo comprendo. Mi cabeza me duele de tanto buscar una respuesta a esto, pero yo —traga saliva y alza su mirada para averiguar la suya—. Gracias por preocuparse por mi hijo. Yo no sé qué…
—Ya le dije, no me lo agradezca. Ya le he dicho mi propuesta, y lo que le espera de mi trato. Sin más qué decirle, espero que pueda recuperarse. Está en buenas manos. Buenas noches, señorita.
—Espere —María Teresa lo detiene—. ¿Por qué razón lo ha hecho? ¿Qué tengo que hacer ahora para pagarle todo esto? Debió preguntar antes de hacerlo.
—No tengo motivos. Su hijo recibirá las mayores atenciones, señorita, y no creo que importe ahora las denegaciones por su parte. Y no se preocupe, no pido nada a cambio. No quiero que me pague lo que he hecho. Debe preocuparse por usted ahora, y buscar la manera de pasar la noche.
María Teresa cierra los ojos con fuerza. Este hombre es un huracán de contradicciones, con aquella soberbia y arrogancia que inunda sus ojos. Destila la compasión que debe ser adorada porque viene de un millonario como él. Y María Teresa tiene tantas cosas en la cabeza que ni siquiera tiene ya las fuerzas para continuar recriminando. ¿Lo haría? Ha pagado los gastos de su bebé, cuando ella nunca iba a poder hacerlo.
—No tengo —se moja los labios y suspira—. No tengo donde pasar la noche. Pero no se preocupe por mí. Estoy en deuda con usted por lo que ha hecho. Y haré lo necesario para pagarle cada centavo que ha gastado en mi hijo.
Luis Ángel Torrealba queda un momento en silencio. Se gira nuevamente hacia María Teresa. Aquella mirada esmeralda se adentra nuevamente en su alma.
—Entonces trabajé para mí, mientras su hijo se recupera. De esa manera estará al tanto de él, y como me ha dicho que no recibirá nada de mí, le ofrezco un trabajo.
María Teresa lo ve fijamente.No recibirá nada por parte de él, y lo único que quiere es que su hijo esté bien. Alza la mirada. Sabe qué es lo que quiere este hombre.
—Está bien —asiente—. Está bien, trabajaré para usted y así saldaré mi deuda, porque no recibiré nada que venga de usted. Sé que quiere darle su apellido a mi hijo —María Teresa se moja los labios—. Lo aceptaré. Dejaré que usted reconozca a mi niño. Pero con la única condición de que yo estaré al lado de él siempre y para siempre, y no lo dejaré solo, incluso cuando usted…lo presente como su hijo.
Luis Ángel hace un sonido. Se gira.
—Yo nunca dije que la apartaría de su hijo. Sólo quiero darle el apellido, y cuando lo haga, su hijo recibirá toda mi herencia. ¿Comprende?
María Teresa no podría comprender esa magnitud aunque quisiera. Porque es algo bastante serio. Todo eso se acopla en un mundo donde…todo su alrededor pensaría que tuvo un hijo con este hombre. Pero qué importa ella. El amor que tiene por su hijo es lo más grande e importante. Observó las acciones de este hombre, y la deuda y el contrato que la perseguía es la razón por la que están nuevamente cara a cara: Luis Ángel Torrealba quiere darle su apellido a su hijo.
—Lo comprendo.
El señor Torrealba la observa de arriba hacia abajo.
—Primero tenemos que poner en regla los papeles del niño, buscar el acta de nacimiento, y esperar a que el papeleo de la paternidad esté listo. Mientras tanto, se quedará trabajando en la casa de mi familia, ya que no acepta ni mi dinero ni mi presencia. Al menos que haya un requisito para cumplir con lo acordado —Luis Ángel se dirige hacia ella con la misma seriedad y soberbia que inunda su rostro—, cumpliremos todo al pie de la letra.
—¿Eso qué significa?
—Significa, señorita, que si debemos casarnos para que no haya duda y ningún problema, lo haremos.
María Teresa da un paso hacia atrás. ¿¡Qué clase de trato es este?!
—¡Casarme, señor! ¿Con usted? No, no. Está muy equivocado, yo creo que se confundió de…
—No he dicho que lo haría. Tan sólo le advierto que si hay que hacerlo, se hará.
María Teresa tuvo que recordar la imagen de su pequeño para no perder la fuerza que le queda. Niega una y otra vez con la cabeza.
—Nuestro trato será este, señor: yo trabajaré para usted y así estaré al pendiente de mi hijo, no necesito casarme. Porque usted sólo debe velar por él si es que le dará su apellido. Sólo tenga cuidado con mi pequeño Y de mí no se preocupe. Trabajaré en su casa hasta que mi niño se recupere, hasta que usted lo reconozca. Pero yo no me casaré con usted, y mucho menos a la fuerza. Yo a usted ni siquiera lo conozco, ni siquiera lo amo.
Luis Ángel Torrealba sólo asiente, girándose, como si no le hubiese importado ninguna palabra dicha por María Teresa, y pronuncia destilando altanería.
—Como guste, señorita, ya queda advertida y un trato es un trato. Ahora caminemos. A partir de hoy es mi empleada.
—Un momento —lo detiene María Teresa—. Yo no me iré con usted. Luis Ángel se detiene en seco cuando oye esto, y no comprende. —¿Qué ha dicho? —Que no iré, señor. Yo misma puedo ir hacia su casa, tan sólo deme su dirección. Puede ser que hicimos un trato pero no significa que confíe en usted. —¿Acaso no sabe quién soy yo? María Teresa alza sus cejas con impresión. —¿No es el dueño de este hospital…? —Por supuesto que no —responde Luis Ángel con sus ojos llenos de soberbia—. Conozco al director y al doctor que atiende a su hijo, pero no soy el dueño. Mi empresa es Global Exportation y tuvo la suerte de que yo estuviese aquí para atender su problema. María Teresa frunce su ceño y quiere decir algo, no obstante, se adelanta Luis Ángel. —Pero como prefiera —suelta con voz arrogante—. No me encargo de usted a partir de ahora. Afuera está mi asistente, Ximena. Pregúntele a ella la dirección. Hoy mismo la quiero a las ocho en la casa. Ni un minuto más, señorita. Con permiso. Y Ma
Patricio Torrealba se endereza y señala a María Teresa. —¿Qué significa esto, Luis Ángel? ¿Otros de tus jueguitos? Te advierto, hijo, que no estás para jugar con muchachas jóvenes y menos en mi casa. Te ordeno que saques a esta mujer de aquí. Pero Luis Ángel sólo mira la escena con la seriedad y la soberbia que lo caracteriza. Por un momento sus ojos se encuentran con María Teresa pero vuelve a su padre cuando lo oye suspirar con fuerza. —Es una doméstica, una nueva domestica. Imelda ya lo sabe, quería a otra mujer. —¿Una doméstica? ¡Pero ésta! Que parece de un inmundo pueblo —escupe Patricio—. No eres de esta índole, Luis Ángel. Pero no quiero que una segunda vez suceda, porque su incompetencia no es algo que toleraré. Tampoco sé qué harás ahora, porque a esta mujer no la quiero aquí. Te equivocaste cuando podías decidir aquí en la casa pero se te olvida que sigo mandando yo. Patricio pasa por su lado y su hermano, niega con la cabeza con la misma sorna, mientras desaparece
¡Esa arrogancia la enoja a más no poder! —No estoy diciendo cosas que no son. Es lo que ha dicho. Que no diga que soy la madre. Pues, ¿Quién más será la madre? No haré esto —para María Teresa ésta cercanía acorrala su sentidos. Ni siquiera puede verlo y toda su respiración se entrecorta. Porque la respiración de Luis Ángel Torrealba está cercana de su nunca y el estremecimiento es inevitable para ella. Sin embargo, la voz de Luis Ángel vuelve a oírse, colocando sus pelos de punta. —Llévese el documento si así lo quiere. Y lealo. Pero soy yo quien le dice a usted que mi palabra vale. Ya le hice una promesa. No voy a apartar al niño de su madre. Y es lo único que haré. No es nadie para decirme cómo actuar. No olvide su posición, señorita. María Teresa lo mira de reojo. Y con la fuerza que tiene se gira. Los ojos de Luis Ángel se aferran a ella una vez más. La siente tragar saliva y por esa razón intensifica más su mirada. —¿Se lo llevará? —Luis Ángel le señala los documentos. No ob
María Teresa quita rápidamente la mirada y se aleja de Tomás Torrealba para llegar hacia las mujeres. Cuando mira sobre su hombro, Amanda Torrealba se está dirigiendo hacia ella y su corazón empieza a palpitar con rapidez. Su rostro indica con severidad una profunda molestia que hace a María Teresa encaminarse hacia la salida. Deja el mantel en sus brazos y traga saliva, porque al dar el primer paso hacia las afueras de la casa, justo en donde se encuentra la piscina, oye un exclamar. —¡Alto ahí! María Teresa se gira. Es sin duda Amanda. —Señorita —pronuncia en un balbuceo. —¿Tú…? ¿De nuevo tú? ¿Quién te crees para venir a mi casa…? ¿Estás trabajando aquí…? —Amanda no puede creer lo que ve y la mira de arriba hacia abajo como si hubiese visto un fantasma. —Soy solo una empleada. No tiene por qué preocuparse —habla María Teresa con ojos de preocupación. Y trata María Teresa de dirigirse hacia las casas de las mujeres empleadas pero Amanda la toma de la mano con fuerza. —No,
Cuando puede darse cuenta María Teresa los brazos de este hombre la estrujan con ligereza, al tiempo que el movimiento de sus labios la conducen hacia aquel toque celestial. Un movimiento incapaz de controlar. Nunca hubiese imaginado que aquellos labios tocarían los suyos de esa manera, como desesperados, esperando encontrarla también. El estado de sorpresa que sobrepasa a María Teresa es abismal, e inevitablemente cierra los ojos. El beso la hace volar incluso cuando no es el hombre bueno para ella, no es el lugar y no son las condiciones. El atrevimiento que tuvo Luis Ángel Torrealba para besarla así sin más la congela, pero su cuerpo y sus labios reaccionan. Tanto tiempo había pasado desde la última vez que un hombre la había besado de esa manera. María Teresa no quiere involucrar el pasado, pero ese hambre feroz que emana Luis Ángel por ella la aturde, la lleva hacia el cielo y la baja ahí mismo. ¡Vuelve a la realidad en un santiamén! El hechizo se quiebra. Sus ojos se abren de
María Teresa queda anonadada por esta situación. El reojo que le da Luis Ángel a esta nueva mujer da incentivo para conseguir una mirada capaz de sobrellevar esto. ¿Su novia…? —Ni siquiera sabías que estabas aquí —es lo que responde Luis Ángel una vez comprueba que efectivamente, es una de sus socias de la compañía—. Pudiste avisar, Angélica. —Oh, sabes que yo no necesito eso. Vine por mi cuenta a buscarte, amor —Angélica susurra lo último casi en la oreja. Al saber que están siendo observados por María Teresa, suelta el brazo de Luis Ángel y la mira, de arriba hacia abajo, pero aún así sonríe—. ¿Puedo ayudarte en algo? —¿A mí? No, no, señorita —luego mira a Luis Ángel—. Perdón, señor. Disculpe que lo moleste —y se apresura a irse, agarrando las mantas con fuerza. Su cara está roja por la vergüenza, quizás más de lo que puede controlar, porque no esperaba encontrarse con una situación idéntica a esa misma. ¡Por supuesto que no! Pues, ¿En que estaba creyendo? ¡Es un hombre rico! —Es
¿Qué es lo que ha dicho?—No, perdone —el tartamudeo deja su boca a causa del aturdimiento por sus palabras—. Debe estar confundido. Es imposible —vuelve a decir María Teresa. No falta mucho para que aparte la mirada de Maximino Carvajal.Por su lado, el hombre queda tan sólo unos segundos observándola, como si quisiera averiguar algo más en esa sencilla y humilde chica que trata de evitar esas ojeadas dispuestas a conseguir los más íntimos secretos que guarda su alma. Pero después se le ve alzando sus hombros, como si María Teresa hubiese tenido razón. Se echa a reír con suavidad.—Lo más probable es que así. Disculpa mi imprudencia —consigue Maximino apaciguar el momento con una sonrisa amable—. De hecho sí, nos hemos visto en la fiesta de la familia Torrealba. Estabas ahí como mesera, ¿No es así? Tal cual como lo había mencionado, María Teresa ya había visto a este hombre. Estaba en la cena donde Amanda Torrealba se dignó a ofenderla. Hace varias noches ya. —Es así, señor Carvaj
Había prometido con todas sus fuerzas, incluso soñado, que ese recuerdo jamás reluciría en su mente. ¿Acaso sería capaz de olvidarlo? Cierta presión en el pecho de María Teresa salta una vez la sensación de cálidez que tan sólo los labios de Luis Ángel pudieron ser capaces de hacerle sentir. Se aparta lo tanto que puede de la poca distancia que ambos consiguen. —Está equivocado —es capaz de mencionar una vez mira hacia el frente. Deja caer la respiración—. No sé de qué habla. —¿Es capaz de olvidar ese beso, señorita? No se dirija hacía mí como si no supiera. María Teresa tiene que inflar el pecho ante la gravedad de tal palabra, y la gravedad de tener la memoria. ¡¿Por qué tiene que hacerle esto?! —Lo haré, señor Torralba. Ese beso…nunca existió —responde una vez más. Luis Ángel conserva la mirada penetrante en ella, como si pudiese refugiar algo más, otra palabra. Esas facciones, ligeramente conocidas, en un recuerdo borroso del pasado. Difuso esa manera de hablar, esos ojos…y h