¡Esa arrogancia la enoja a más no poder! —No estoy diciendo cosas que no son. Es lo que ha dicho. Que no diga que soy la madre. Pues, ¿Quién más será la madre? No haré esto —para María Teresa ésta cercanía acorrala su sentidos. Ni siquiera puede verlo y toda su respiración se entrecorta. Porque la respiración de Luis Ángel Torrealba está cercana de su nunca y el estremecimiento es inevitable para ella. Sin embargo, la voz de Luis Ángel vuelve a oírse, colocando sus pelos de punta. —Llévese el documento si así lo quiere. Y lealo. Pero soy yo quien le dice a usted que mi palabra vale. Ya le hice una promesa. No voy a apartar al niño de su madre. Y es lo único que haré. No es nadie para decirme cómo actuar. No olvide su posición, señorita. María Teresa lo mira de reojo. Y con la fuerza que tiene se gira. Los ojos de Luis Ángel se aferran a ella una vez más. La siente tragar saliva y por esa razón intensifica más su mirada. —¿Se lo llevará? —Luis Ángel le señala los documentos. No ob
María Teresa quita rápidamente la mirada y se aleja de Tomás Torrealba para llegar hacia las mujeres. Cuando mira sobre su hombro, Amanda Torrealba se está dirigiendo hacia ella y su corazón empieza a palpitar con rapidez. Su rostro indica con severidad una profunda molestia que hace a María Teresa encaminarse hacia la salida. Deja el mantel en sus brazos y traga saliva, porque al dar el primer paso hacia las afueras de la casa, justo en donde se encuentra la piscina, oye un exclamar. —¡Alto ahí! María Teresa se gira. Es sin duda Amanda. —Señorita —pronuncia en un balbuceo. —¿Tú…? ¿De nuevo tú? ¿Quién te crees para venir a mi casa…? ¿Estás trabajando aquí…? —Amanda no puede creer lo que ve y la mira de arriba hacia abajo como si hubiese visto un fantasma. —Soy solo una empleada. No tiene por qué preocuparse —habla María Teresa con ojos de preocupación. Y trata María Teresa de dirigirse hacia las casas de las mujeres empleadas pero Amanda la toma de la mano con fuerza. —No,
Cuando puede darse cuenta María Teresa los brazos de este hombre la estrujan con ligereza, al tiempo que el movimiento de sus labios la conducen hacia aquel toque celestial. Un movimiento incapaz de controlar. Nunca hubiese imaginado que aquellos labios tocarían los suyos de esa manera, como desesperados, esperando encontrarla también. El estado de sorpresa que sobrepasa a María Teresa es abismal, e inevitablemente cierra los ojos. El beso la hace volar incluso cuando no es el hombre bueno para ella, no es el lugar y no son las condiciones. El atrevimiento que tuvo Luis Ángel Torrealba para besarla así sin más la congela, pero su cuerpo y sus labios reaccionan. Tanto tiempo había pasado desde la última vez que un hombre la había besado de esa manera. María Teresa no quiere involucrar el pasado, pero ese hambre feroz que emana Luis Ángel por ella la aturde, la lleva hacia el cielo y la baja ahí mismo. ¡Vuelve a la realidad en un santiamén! El hechizo se quiebra. Sus ojos se abren de
María Teresa queda anonadada por esta situación. El reojo que le da Luis Ángel a esta nueva mujer da incentivo para conseguir una mirada capaz de sobrellevar esto. ¿Su novia…? —Ni siquiera sabías que estabas aquí —es lo que responde Luis Ángel una vez comprueba que efectivamente, es una de sus socias de la compañía—. Pudiste avisar, Angélica. —Oh, sabes que yo no necesito eso. Vine por mi cuenta a buscarte, amor —Angélica susurra lo último casi en la oreja. Al saber que están siendo observados por María Teresa, suelta el brazo de Luis Ángel y la mira, de arriba hacia abajo, pero aún así sonríe—. ¿Puedo ayudarte en algo? —¿A mí? No, no, señorita —luego mira a Luis Ángel—. Perdón, señor. Disculpe que lo moleste —y se apresura a irse, agarrando las mantas con fuerza. Su cara está roja por la vergüenza, quizás más de lo que puede controlar, porque no esperaba encontrarse con una situación idéntica a esa misma. ¡Por supuesto que no! Pues, ¿En que estaba creyendo? ¡Es un hombre rico! —Es
¿Qué es lo que ha dicho?—No, perdone —el tartamudeo deja su boca a causa del aturdimiento por sus palabras—. Debe estar confundido. Es imposible —vuelve a decir María Teresa. No falta mucho para que aparte la mirada de Maximino Carvajal.Por su lado, el hombre queda tan sólo unos segundos observándola, como si quisiera averiguar algo más en esa sencilla y humilde chica que trata de evitar esas ojeadas dispuestas a conseguir los más íntimos secretos que guarda su alma. Pero después se le ve alzando sus hombros, como si María Teresa hubiese tenido razón. Se echa a reír con suavidad.—Lo más probable es que así. Disculpa mi imprudencia —consigue Maximino apaciguar el momento con una sonrisa amable—. De hecho sí, nos hemos visto en la fiesta de la familia Torrealba. Estabas ahí como mesera, ¿No es así? Tal cual como lo había mencionado, María Teresa ya había visto a este hombre. Estaba en la cena donde Amanda Torrealba se dignó a ofenderla. Hace varias noches ya. —Es así, señor Carvaj
Había prometido con todas sus fuerzas, incluso soñado, que ese recuerdo jamás reluciría en su mente. ¿Acaso sería capaz de olvidarlo? Cierta presión en el pecho de María Teresa salta una vez la sensación de cálidez que tan sólo los labios de Luis Ángel pudieron ser capaces de hacerle sentir. Se aparta lo tanto que puede de la poca distancia que ambos consiguen. —Está equivocado —es capaz de mencionar una vez mira hacia el frente. Deja caer la respiración—. No sé de qué habla. —¿Es capaz de olvidar ese beso, señorita? No se dirija hacía mí como si no supiera. María Teresa tiene que inflar el pecho ante la gravedad de tal palabra, y la gravedad de tener la memoria. ¡¿Por qué tiene que hacerle esto?! —Lo haré, señor Torralba. Ese beso…nunca existió —responde una vez más. Luis Ángel conserva la mirada penetrante en ella, como si pudiese refugiar algo más, otra palabra. Esas facciones, ligeramente conocidas, en un recuerdo borroso del pasado. Difuso esa manera de hablar, esos ojos…y h
El vacío en su estómago es capaz de hacerla temblar. —Señorita, ¿Qué está diciendo —María Teresa niega con la cabeza. No puede resignarse en creer sus palabras. —Calma, calma —le repite Amanda con suavidad—. Entiendo que estés desconcertada, pero debes entenderme. Sé que lo harás. ¿Verdad? Tiene que dejar María Teresa el jarrón en la mesa.—No entiendo —dice con fuerza. Su ceño se frunce—. ¿Qué trata de decir? ¿Por qué me echa de aquí?—Oh, ¿Y te dignas a preguntar? —Amanda suelta una risa, dandose la vuelta. La punta de sus tacones resuenan como el tictac del reloj. El cabello castaño oscuro prevalece en la mirada de María Teresa cuando ve su espalda. Los ojos verdes, distintivos de la familia Torrealba, se lanzan hacia ella de una manera déspota. Amanda alza sus hombros—. No creerás que te dejaré aquí. ¿Cuánto dinero quieres? Puedo darte eso y más, pero quiero que te marches.—No me trate como una interesada, señorita —advierte María Teresa, calmando la impotencia de sus palabras
—¿¡Pero qué sucede aquí?!Esa voz no proviene de ningún lado sino desde la distancia que separa el salón con el pasillo.Y es la primera señal para que de un paso hacia atrás, creando en María Teresa el sentido de la realidad. Un momento después consigue tomar una respiración y observar que el fuerte golpe de la cachetada palpita, y duele. Se lleva la mano hacia ese lugar, ya razonando en qué también le alzó la mano a la misma mujer que jadea, incomprendida, incrédula y alterada. Las voces de acercan hacia el lugar y el único que reacciona es Luis Ángel, quien trata de calmar a Angélica cuando observa otro nuevo movimiento. —Es que has perdido la razón por completo ¿Cómo eres capaz de alzarle una mano a esta mujer?—Tienes que darme mi lugar. ¡Yo soy tu mujer! ¿Acaso no ves que me acaba de golpear? —Angélica quita la mano de su mejilla para enfrentar los ojos penetrantes de Luis Ángel, furibundo también.—Tú no eres nada mío, y aunque lo seamos o no, eso no te da ningún derecho