María Teresa queda anonadada por esta situación. El reojo que le da Luis Ángel a esta nueva mujer da incentivo para conseguir una mirada capaz de sobrellevar esto. ¿Su novia…? —Ni siquiera sabías que estabas aquí —es lo que responde Luis Ángel una vez comprueba que efectivamente, es una de sus socias de la compañía—. Pudiste avisar, Angélica. —Oh, sabes que yo no necesito eso. Vine por mi cuenta a buscarte, amor —Angélica susurra lo último casi en la oreja. Al saber que están siendo observados por María Teresa, suelta el brazo de Luis Ángel y la mira, de arriba hacia abajo, pero aún así sonríe—. ¿Puedo ayudarte en algo? —¿A mí? No, no, señorita —luego mira a Luis Ángel—. Perdón, señor. Disculpe que lo moleste —y se apresura a irse, agarrando las mantas con fuerza. Su cara está roja por la vergüenza, quizás más de lo que puede controlar, porque no esperaba encontrarse con una situación idéntica a esa misma. ¡Por supuesto que no! Pues, ¿En que estaba creyendo? ¡Es un hombre rico! —Es
¿Qué es lo que ha dicho?—No, perdone —el tartamudeo deja su boca a causa del aturdimiento por sus palabras—. Debe estar confundido. Es imposible —vuelve a decir María Teresa. No falta mucho para que aparte la mirada de Maximino Carvajal.Por su lado, el hombre queda tan sólo unos segundos observándola, como si quisiera averiguar algo más en esa sencilla y humilde chica que trata de evitar esas ojeadas dispuestas a conseguir los más íntimos secretos que guarda su alma. Pero después se le ve alzando sus hombros, como si María Teresa hubiese tenido razón. Se echa a reír con suavidad.—Lo más probable es que así. Disculpa mi imprudencia —consigue Maximino apaciguar el momento con una sonrisa amable—. De hecho sí, nos hemos visto en la fiesta de la familia Torrealba. Estabas ahí como mesera, ¿No es así? Tal cual como lo había mencionado, María Teresa ya había visto a este hombre. Estaba en la cena donde Amanda Torrealba se dignó a ofenderla. Hace varias noches ya. —Es así, señor Carvaj
Había prometido con todas sus fuerzas, incluso soñado, que ese recuerdo jamás reluciría en su mente. ¿Acaso sería capaz de olvidarlo? Cierta presión en el pecho de María Teresa salta una vez la sensación de cálidez que tan sólo los labios de Luis Ángel pudieron ser capaces de hacerle sentir. Se aparta lo tanto que puede de la poca distancia que ambos consiguen. —Está equivocado —es capaz de mencionar una vez mira hacia el frente. Deja caer la respiración—. No sé de qué habla. —¿Es capaz de olvidar ese beso, señorita? No se dirija hacía mí como si no supiera. María Teresa tiene que inflar el pecho ante la gravedad de tal palabra, y la gravedad de tener la memoria. ¡¿Por qué tiene que hacerle esto?! —Lo haré, señor Torralba. Ese beso…nunca existió —responde una vez más. Luis Ángel conserva la mirada penetrante en ella, como si pudiese refugiar algo más, otra palabra. Esas facciones, ligeramente conocidas, en un recuerdo borroso del pasado. Difuso esa manera de hablar, esos ojos…y h
El vacío en su estómago es capaz de hacerla temblar. —Señorita, ¿Qué está diciendo —María Teresa niega con la cabeza. No puede resignarse en creer sus palabras. —Calma, calma —le repite Amanda con suavidad—. Entiendo que estés desconcertada, pero debes entenderme. Sé que lo harás. ¿Verdad? Tiene que dejar María Teresa el jarrón en la mesa.—No entiendo —dice con fuerza. Su ceño se frunce—. ¿Qué trata de decir? ¿Por qué me echa de aquí?—Oh, ¿Y te dignas a preguntar? —Amanda suelta una risa, dandose la vuelta. La punta de sus tacones resuenan como el tictac del reloj. El cabello castaño oscuro prevalece en la mirada de María Teresa cuando ve su espalda. Los ojos verdes, distintivos de la familia Torrealba, se lanzan hacia ella de una manera déspota. Amanda alza sus hombros—. No creerás que te dejaré aquí. ¿Cuánto dinero quieres? Puedo darte eso y más, pero quiero que te marches.—No me trate como una interesada, señorita —advierte María Teresa, calmando la impotencia de sus palabras
—¿¡Pero qué sucede aquí?!Esa voz no proviene de ningún lado sino desde la distancia que separa el salón con el pasillo.Y es la primera señal para que de un paso hacia atrás, creando en María Teresa el sentido de la realidad. Un momento después consigue tomar una respiración y observar que el fuerte golpe de la cachetada palpita, y duele. Se lleva la mano hacia ese lugar, ya razonando en qué también le alzó la mano a la misma mujer que jadea, incomprendida, incrédula y alterada. Las voces de acercan hacia el lugar y el único que reacciona es Luis Ángel, quien trata de calmar a Angélica cuando observa otro nuevo movimiento. —Es que has perdido la razón por completo ¿Cómo eres capaz de alzarle una mano a esta mujer?—Tienes que darme mi lugar. ¡Yo soy tu mujer! ¿Acaso no ves que me acaba de golpear? —Angélica quita la mano de su mejilla para enfrentar los ojos penetrantes de Luis Ángel, furibundo también.—Tú no eres nada mío, y aunque lo seamos o no, eso no te da ningún derecho
El silencio es sepulcral y de una vez consigue reflejar la misma penuria. Hasta que tiene que colocarse Amanda enfrente de su hermano, devastada al escuchar eso, pero sin demostrarlo, más bien permanece observando a Luis Ángel. Y enfrenta la cara de su mismo hermano. —Perdiste la cabeza —jadea Amanda, finalmente —. Tu no tienes ningún hijo.Ahora es María Teresa quien necesita todo el aire posible, agarrando las bandejas sobre su cuerpo para controlar el temblor, los nervios, el impacto que trajo las palabras de Luis Ángel en la mesa de Los Torrealba. Esa sensación contrae los pensamientos, los estruja. Es que…no puede pensar en las consecuencias. María Teresa está en la misma posición que los demás. Impactada. Porque lo ha confesado. Su bebé, su pequeño. ¡Ella es su madre! ¿Sería capaz de decir la verdad, en medio de todos? —¿¡Un hijo?! —Santiago dispara con prontitud, sorprendido. —¿Es una broma, cierto? Estás diciendo locuras ahora —Bernán recupera las fuerzas para
Un momento en silencio tiene que quedarse María Teresa, porque la consecuencia de haber pensando en voz alta es atroz. ¿Cómo podría defenderse ahora? Es más, ¿Cómo lograría mentir otra vez? Porque no es cualquier persona. Es nada más ni nada menos que Juan Miguel. Aguantando la respiración, a la vez que pasan infinitos escenarios por su cabeza, María Teresa mueve la cabeza para negar. —No —rápidamente suelta—. Señor Juan Miguel, escuchó mal. ¿De qué habla…? —No mientas, María Teresa. Escuché perfectamente lo que dijiste hace un momento. De que tu eres… —¡Señor! —alza las manos para acallarlo. También las espabila para que no continúe—. ¡Está equivocado! Es imposible. ¿Yo, la madre…? Debe haber confundido mis palabras. Seguro fue así. —Me tocará preguntarselo a Luis Ángel entonces —y se voltea Juan Miguel, dispuesto a dejarla. —No vaya con el señor Torrealba —pide de una vez, acercándose—. No lo haga. Juan Miguel queda observando a María Teresa por el hombro. La expresión es pr
—¡Papá! ¡Por favor…! Respóndeme. ¡Alguien que me ayude! ¡Alguien! Los gritos de la mujer se oyen a metros. María Teresa necesita tranquilizarla pero ¿Cómo hacerlo? Si su padre está colapsando sobre sus brazos.—¡Óscar! —exclama María Teresa—. ¡Ayúdanos! ¡Pide ayuda! —¡Señor Ricardo! —y entonces expresan los jardineros y carpinteros de la casa grande hacia el señor—. ¡Una ambulancia! ¡Rápido!—¡Papá! —la preocupación inunda las facciones de la hija del señor Ricardo.La mayoría de los trabajadores ayudan al cuerpo inerte del hombre para subirlo al único carro. —Debo ir con papá —dice la mujer, ya acercándose hacia el carro. Se gira hacia María Teresa—. Perdoname. Pero ¿Podrías avisarle a Luis Ángel…?—Como guste, señorita —balbucea María Teresa. Y al ver las lágrimas del Abigail, se saca el pañuelo que conserva de su pequeño y se lo estira—. Todo lo que usted pida…—¡Abigail! —oyen detrás de ellas. Reconoce ese rostro, es aquel doctor Escalonte—. ¿¡Qué sucede?!—Pablo, mi papá, está