Un momento en silencio tiene que quedarse María Teresa, porque la consecuencia de haber pensando en voz alta es atroz. ¿Cómo podría defenderse ahora? Es más, ¿Cómo lograría mentir otra vez? Porque no es cualquier persona. Es nada más ni nada menos que Juan Miguel. Aguantando la respiración, a la vez que pasan infinitos escenarios por su cabeza, María Teresa mueve la cabeza para negar. —No —rápidamente suelta—. Señor Juan Miguel, escuchó mal. ¿De qué habla…? —No mientas, María Teresa. Escuché perfectamente lo que dijiste hace un momento. De que tu eres… —¡Señor! —alza las manos para acallarlo. También las espabila para que no continúe—. ¡Está equivocado! Es imposible. ¿Yo, la madre…? Debe haber confundido mis palabras. Seguro fue así. —Me tocará preguntarselo a Luis Ángel entonces —y se voltea Juan Miguel, dispuesto a dejarla. —No vaya con el señor Torrealba —pide de una vez, acercándose—. No lo haga. Juan Miguel queda observando a María Teresa por el hombro. La expresión es pr
—¡Papá! ¡Por favor…! Respóndeme. ¡Alguien que me ayude! ¡Alguien! Los gritos de la mujer se oyen a metros. María Teresa necesita tranquilizarla pero ¿Cómo hacerlo? Si su padre está colapsando sobre sus brazos.—¡Óscar! —exclama María Teresa—. ¡Ayúdanos! ¡Pide ayuda! —¡Señor Ricardo! —y entonces expresan los jardineros y carpinteros de la casa grande hacia el señor—. ¡Una ambulancia! ¡Rápido!—¡Papá! —la preocupación inunda las facciones de la hija del señor Ricardo.La mayoría de los trabajadores ayudan al cuerpo inerte del hombre para subirlo al único carro. —Debo ir con papá —dice la mujer, ya acercándose hacia el carro. Se gira hacia María Teresa—. Perdoname. Pero ¿Podrías avisarle a Luis Ángel…?—Como guste, señorita —balbucea María Teresa. Y al ver las lágrimas del Abigail, se saca el pañuelo que conserva de su pequeño y se lo estira—. Todo lo que usted pida…—¡Abigail! —oyen detrás de ellas. Reconoce ese rostro, es aquel doctor Escalonte—. ¿¡Qué sucede?!—Pablo, mi papá, está
María Teresa aguanta la respiración. La suavidad de sus manos la hacen parpadear. La misma suavidad con la que ha soltado sus palabras hacen que desaparezca por un instante esa penuria. La caricia que reposa en sus mejillas la estremecen, porque esta sensación es nueva, es confusa, es como un hechizo.—Yo…—Es la madre de Ángel, y eso nadie lo cambiará. Tiene la misma posición, pero ahora debe permanecer así.—Pero me hace daño tener a mi hijo lejos…—Le prometo que —Luis Ángel quiere conocer el camino de su piel, por eso acaricia su mejilla una vez más—, estará con su hijo.Ante la luz de la noche, donde es dueña la luz de la luna, el estremecimiento se marcha para dar camino a la calma, y en donde esos ojos verdes resplandecen de una forma que nunca antes había visto. ¿Y si pudieran…? Inevitablemente, sus ojos bajan hacia los labios de Luis Ángel. ¿En qué está pensando? ¿En qué piensa en este instante donde no vale ya un contrato…el mundo prohibido…la cercanía con este hombre…? Sien
María Teresa se levanta con rapidez, jadeando, sudada, con el cabello adherido a su frente. Ha tenido una pesadilla. Busca la imagen de la virgen al lado de su mesa, y empieza a suspirar. —Dios —suelta—. Sólo…protege a mi hijo. Rosario la ve levantada cuando toca y abre la puerta de su cuarto y le pregunta qué cosa ocurre. —No es nada —bebe el vaso de agua, sonriéndole—. No te preocupes. ¿Qué haces levantada tan temprano? —Sabes que rezo hasta tarde, muchacha. Y observé que fuiste a buscar agua, eres tú quién está levantada tan temprano —le devuele Rosario la sonrisa—. ¿Y tu hijo? ¿Cómo está? ¿Quién lo cuida? Hace ya bastante que no vas al hospital. —Ah —balbucea María Teresa, arreglándose el peinado de lado que observa cuando gira hacia el espejo de su pequeño cuarto—, le pago a una mujer para que me lo cuide. —Se te irá todo el dinero…—Rosario la ve con pena, pero da una sonrisa suave y le sostiene la puerta—. Es hora de que descanses ahora sí. Hay que levantarse temprano. M
—¿Por qué me dice esto, señor? ¿Qué hago aquí…? Dios Mío.Luis Ángel se da cuenta de lo que acaba de decir. Quita la mirada de María Teresa con lentitud. Un suspiro suave sale de él. Al cabo de un momento se levanta para pasarle una toalla. —La encontré en un bar. —Yo estaba con la señorita…Amanda —responde María Teresa, tomando con suavidad lo que le estira—. Lo lamento tanto, señor. Yo no sé qué sucedió.—Sólo —Luis Ángel la mira con calma—. Tome una ducha. La llevaré a la casa grande.—¿Y qué dirá el señor Patricio? ¡Esta vez si no tendré perdón! —Amanda deberá arreglar este asunto, yo me encargaré de que así sea. Allí está el baño.María Teresa camina con los pies descalzos hacia la ducha. Es un sentimiento lleno de opresión, de incomodidad…de expectación a lo que está viviendo ahora mismo. Está Luis Ángel Torrealba al otro lado de la pared. Está desnuda en su baño, con una o más preguntas en la mente. Tiene que regresar a la casa grande. Se apresura a controlar las ligeras naú
—¡Patrón! —expresa Imelda.María Teresa siente que desfallece. ¿Y si lo dice? ¿Cuáles cosas son las que ella sabe…? Perderá la cordura. ¡Lo hará!—Es que…—¡Imelda tan sólo dice eso por diversión! —responde Rosario de repente, incrementando aún más la pesada tensión frente a Patricio Torrealba—. Si, patrón. Nada más. No se preocupe.—Es verdad —María Teresa observa de reojo al señor Patricio. Con las fuerzas necesarias asiente a su vez—. Imelda sólo me estaba fastidiando.Imelda mueve ese gesto de disgusto hacia ella pero sigue otra vez la mentira.—Es cierto, patrón —termina diciendo. Patricio Torrealba infla el pecho en señal de irritación. —Entonces dejen sus parloterías. Aborrezco que cuchicheen por aquí. ¡Es la hora de su trabajo! No hora de estar por los pasillos hablando de cosas sin sentido. ¡Ahora largo!—Patrón —Rosario se despide, tomando del brazo a María Teresa—¿No lo sabe, patrón? —Imelda se detiene abruptamente, pero con la cabeza agachada, observándola—. María Tere
Es la segunda vez en su vida que alguien vuelve a mirarla con ojos de terror, de impresión. La mente no quiere dar suposiciones pero con estas coincidencias, de éstas magnitudes, se vuelve díficil no ponerse a pensar. Esas palabras nuevamente dejan anonadada a María Teresa. Laura la toma del brazo para jalarla hacia atrás, disculpándose con la señora. —Ve tú —le murmura María Teresa—. Anda, ve, yo me quedo aquí. —De acuerdo, pero no tardes —responde Laura, tomando sus cosas y despidiéndose de la nueva mujer. Al estar a solas, ni sabe qué decir, ni sabe qué hacer, pero recupera una respiración al observar la expresión conmocionada de ésta nueva dama. —Mi señora, ¿Está bien? —le pregunta. La señora parece parpadear al unísono. Empieza a arreglarse el cabello con disimulo. —Si, por supuesto —traga saliva y sonríe con un poco de detenimiento—. Disculpame, estoy un poco confundida. No me hagas caso. María Teresa quiere olvidar que su nombre ha salido de esos labios, y a punto de p
María Teresa siente que sus nervios incrementan aún más. Aún así, inclina su rostro, contemplado a Luis Ángel de la misma manera que él lo hace. —¿Qué es lo que está diciendo…?—murmura en un hilo de voz. Sabe que el señor Torrealba está borracho, de seguro no es verdad sus palabras. Y aún así, la misma cantidad de sorpresa que recibe es gigantesca. Luis Ángel se acerca un poco más hacia el rostro de María Teresa. Y ella no se aparta. Toma su mejilla con suavidad. —Yo a usted… Esa necesidad de María Teresa por escuchar a Luis Ángel se convirtie en un mismo anhelo. Los dedos que acarician su mejilla hacen que cierre los ojos, y los vuelva abrir, sintiéndose con la poca esperanza que reúne este simple acto. —Señor Torrealba, debe saber que… Pero Luis Ángel no dice ya nada. Cae durmiendo en su pecho. María Teresa tiene que tomar un suspiro, gigante, al recordar. Lo abraza con cuidado, casi sonriendo. Entre sus brazos, parece sólo un niño pequeño, entretanto el cabello negro se enre