Es la segunda vez en su vida que alguien vuelve a mirarla con ojos de terror, de impresión. La mente no quiere dar suposiciones pero con estas coincidencias, de éstas magnitudes, se vuelve díficil no ponerse a pensar. Esas palabras nuevamente dejan anonadada a María Teresa. Laura la toma del brazo para jalarla hacia atrás, disculpándose con la señora. —Ve tú —le murmura María Teresa—. Anda, ve, yo me quedo aquí. —De acuerdo, pero no tardes —responde Laura, tomando sus cosas y despidiéndose de la nueva mujer. Al estar a solas, ni sabe qué decir, ni sabe qué hacer, pero recupera una respiración al observar la expresión conmocionada de ésta nueva dama. —Mi señora, ¿Está bien? —le pregunta. La señora parece parpadear al unísono. Empieza a arreglarse el cabello con disimulo. —Si, por supuesto —traga saliva y sonríe con un poco de detenimiento—. Disculpame, estoy un poco confundida. No me hagas caso. María Teresa quiere olvidar que su nombre ha salido de esos labios, y a punto de p
María Teresa siente que sus nervios incrementan aún más. Aún así, inclina su rostro, contemplado a Luis Ángel de la misma manera que él lo hace. —¿Qué es lo que está diciendo…?—murmura en un hilo de voz. Sabe que el señor Torrealba está borracho, de seguro no es verdad sus palabras. Y aún así, la misma cantidad de sorpresa que recibe es gigantesca. Luis Ángel se acerca un poco más hacia el rostro de María Teresa. Y ella no se aparta. Toma su mejilla con suavidad. —Yo a usted… Esa necesidad de María Teresa por escuchar a Luis Ángel se convirtie en un mismo anhelo. Los dedos que acarician su mejilla hacen que cierre los ojos, y los vuelva abrir, sintiéndose con la poca esperanza que reúne este simple acto. —Señor Torrealba, debe saber que… Pero Luis Ángel no dice ya nada. Cae durmiendo en su pecho. María Teresa tiene que tomar un suspiro, gigante, al recordar. Lo abraza con cuidado, casi sonriendo. Entre sus brazos, parece sólo un niño pequeño, entretanto el cabello negro se enre
Los ojos de Ricardo Carvajal están llenos de suavidad. La expresión de María Teresa es de confusión, pero aún así, la forma en la que lo observa es de calidez. —¿Y en dónde está su esposa, señor? —se atreve a preguntar. —Ella…—Ricardo vuelve a mirar el dije—. Murió hace ya tanto tiempo. María Teresa cierra los ojos con pesar. En el rostro del señor Ricardo se observa una nostalgia vívida. —Lo lamento tanto, señor. No lo hubiese imaginado… —No te preocupes, María Teresa. Te agradezco que hayas visto este dije, sabía que lo había perdido aquí, exactamente ese día —toma suavemente el dije entre sus dedos, y lo encierra en su mano como si tocara un frágil recuerdo—, ¿Hace cuánto que trabajas para la familia Torrealba? —Hace unas pocas semanas, señor —María Teresa sonríe un poco—. Déjeme ayudarlo a subir. Venga. Ricardo le sonríe con ligereza también. Está muchacha servicial, sus gestos, sus sonrisas, todo de ella… —¿Cuántos años tienes, María Teresa? —se atreve entonces a de
Es irremediable como María Teresa tensa la mandíbula al dejar de oír sus palabras. Ambas mujeres se observan con la misma vileza, con la misma fuerza presión que destilan rigidez. María Teresa traga saliva no porque está nerviosa, sino porque es demasiada su irritación por la manera en la que se está dedicando Amanda en decirle las cosas. La memoria funciona tan rápido como puede, cuando recuerda sus cuestiones en el bar, y hasta su desaparición repentina.—¿De qué está hablando? —pregunta, sin embargo. Amanda inclina el rostro. Sus ojos verdes, encendiendo la vileza una vez más.—Querida amiga, realmente perdóname. No sabía que te habías ido. Yo me fui al baño, te deje con un amigo y cuando volví ya no estabas. Cómo tenía tanto trabajo no medí el tiempo y mi padre pudo comprenderlo, ya que yo fui la culpable de que te hayas marchado —Amanda tiene una expresión de culpabilidad. Pero María Teresa no recuerda que haya dicho algo como eso, irse al baño. Claro que no, solo recuerda sus p
La sentencia que han oído ambos hombre los hace tragar saliva y de una vez se apresuran en alejarse de la muchacha que tenían entre sus manos, y entre disculpas hacia su jefe superior, se alejan de aquel lugar, volviendo al edificio. Juan Miguel se apresura hacia María Teresa para preguntar si está bien. A más de estar enojada por este tipo de trato en la soñadora ciudad, simplemente da una sonrisa para reconfortar a Juan Miguel—Lo estoy, gracias —responde con seguridad—. No me acostumbro a que exista gente con esta clase de pensamiento.—No sabrás la tanta cantidad de gente que todavía piensa de esa manera, pero cualquier que lo haga debe ser enjuiciado por su conducta. Pero, ¿Qué haces aquí, María Teresa? Mientras trata de saber que es lo que dirá, sus ojos se vuelven a encontrar con los de Luis Ángel. —Necesito hablar con usted, señor. Luis Angel se la queda viendo con interés. Pero como están en medio de todo el mundo, quienes se habían detenido para observar la escena del mi
—¿¡Me puedes explicar…?! Angelica tira su cartera hacia un lado mientras tiene esa expresión cínica de enojo en su rostro. María Teresa se aleja del cuerpo de Luis Angel. Todo aquel ensueño desaparece. Aún más cuando ya las manos de Luis Ángel no se encuentran en su cintura. Cierra los ojos con cansancio. No puede ser.—Eres una ma@ldita cínica. Te lo advertíAngélica se abalanza hacia María Teresa, pero Luis Ángel se interpone entre las dos. —¡Está mujer es una aprovechada! ¡Tú también! ¡¿Cómo eres capaz de hacerme esto?! Estabas a punto de besarla —Luis Angél tiene que sostenerla para alejarla de María Teresa. —¡Angelica basta! —la agarra con fuerza para que no perjudique a María Teresa. —¡Una aprovechada! ¡Una…ramera! Grita Angelica. María Teresa abre su boca con impresión. —¡No vuelva a insultarme! —expresa. No puede creer que haya escuchado eso. María Teresa es en su mayoría una muchacha calmada, pero cuando sabe que está siendo insultada, no puede quedarse así. ¡Y ha suc
Eva alza las cejas con impresión. Incluso María Teresa necesita también aceptar lo que se le ha dicho. —¿Tu hijo? ¿En dónde está tu bebé, María Teresa? —Eva no puede creer lo que escucha.—Te cuento después —le susurra a Eva—. ¿La señorita puede venir conmigo? —le pregunta al chófer.—No tengo problema —responde el hombre. Una vez en el auto, blindado y espacioso, Eva observa con gestos llenos de sorpresa y de aceptación en la gran camioneta que justo ya comienza a dirigirse hacia las calles de repletas de la ciudad.Sin embargo, empieza: —¿Me puede explicar…?—Una señora cuida de mi hijo mientras yo trabajo —aunque así lo siente María Teresa, mentira no es. El problema ahora es como decirle la verdad, o buscar las palabras correctas para aparentar que es esto es normal. Conoce a Eva, y no lo pasara por alto.—¿Pero cómo es posible que ese hombre ordene que te lleve a ese lugar? —Eva alza una ceja, aunque denota esa sonrisa.María Teresa observa el ventanal antes de contestar.—Me
—Vine a ver a mi hijo, señorita —dice María Teresa, sonriendo también—, también es un gran placer verla. —¿Tienes un hijo…? —repite Abigail con sorpresa—. No lo sabía —deja salir una sonrisa pequeña—. ¿Estás de ida ya? Es muy de noche. Puedo llevarte si gustas. Eva sonríe por lo bajo cuando observa de arriba hacia abajo a esa idéntica mujer enfrente. Aunque Abigail tiene el cabello rubio, los rasgos son similares. Se arregla su cartera y se dirige hacia su amiga —Yo ya me voy, es un placer, señorita. Tere Mari, ya sabes dónde encontrarme, amiga. Me llamas, ya tienes mi número —y le da un beso en la mejilla.María Teresa le agradece, despidiéndola. —¿Cómo sigue el señor Ricardo? —le pregunta a la señorita Abigail una vez dentro del auto.—Mi padre está muy bien. Me asusté mucho, él es lo único que tengo en esta vida —dice Abigail, con tristeza.—¿Es hija única, señorita?—Lo soy, sí —Abigail enciende el auto—, pero no siempre lo fui. Yo…tuve una hermana.María Teresa la mira.Abig