Y su alivio es atronador, rápido y solloza.
—Ayuda…—quiere gritar pero la voz le desgarra y no siente que es escuchada—. Ayuda…Del coche entonces observa a una figura salir, rápidamente puede notar que es de una mujer y la observa tapándose la cabeza con un abrigo. María Teresa tiene la respiración entrecortada y no puede continuar así, apenas da unos pasos por la debilidad, pero a la vez siente fuerza, porque no está sola. Tiene a su pequeño.—¡Bendito Dios…! —oye exclamar en cuanto puede vérselas con una señora aproximándose a los cincuenta—. ¡Tienes un bebé!—Señora, se lo ruego —María Teresa tiene que casi colocarse de rodillas en cuanto la observa—. Por favor, sólo quiero que mi hijo esté bien. Sólo eso, no le pido más. Ayúdeme a salir de aquí, se lo ruego. Mi niño está recién nacido, yo no sé…—¡Madre! —una voz por detrás que viene desde el carro atormenta la propia tormenta—. ¡Regresa al carro! ¡Ahora mismo!Pero la señora no atiende al llamado. Ve a María Teresa con ojos desconsolados mientras baja la mirada hacia el bebé que no deja de llorar. Se quita el abrigo que sostiene y la pasa hacia el niño para que cubra también a María Teresa.—Vamos, apresurémonos. Esta lluvia no parará ahora.Y María Teresa comienza a dar pasos hacia esta nueva luz, la única que puede observar ahora. La señora la guía hacia el auto y una vez que la introduce hacia el asiento de atrás se sube al copiloto y le dice a la mujer que maneja.—Ve ahora al hospital, Amanda. ¡Andando!Entre el silencio, pero los ojos mirando a quien dijo ser su madre encendidos de la rabia, arranca otra vez.María Teresa mece a su pequeño mientras sigue sollozando. El bebé no para de llorar. Tiene miedo, frío y está hambrienta. Lo único que tiene es a este niño en sus brazos, y la ropa que lleva puesta. Nada más.La señora se gira para verla, sin mencionar nada, pero su expresión recorre la nostalgia y la tristeza.—Calma, calma. Llegaremos cuanto antes al hospital —la señora la observa con unos hermosos ojos verdes. María Teresa sabe que hay desconfianza entre ambos, es algo verídico en estas circunstancias, pero pronuncia la señora mientras sonríe un poco—. Soy Elisa Torrealba, por favor. Confía en mí.María Teresa tiene que suspirar entre sollozos mientras la observa. No puede más y asiente mientras sigues las lágrimas bajando.No puede recordar más que la sensación de alivio que no ha sentido por años cuando el doctor indica que su pequeño estará en buenas manos, y sólo tardará algunas horas para completar los exámenes. María Teresa le pide cuidar a su niño antes de verlo partir y se sienta, sintiendo el frío del hospital general y el escalofrío de la lluvia aún sobre su cuerpo. Empapada está de sudor, rígida en su sitio y con los ojos apagados por la penuria.Escucha desde su lado los pasos que atraviesan su miedo, porque alza la mirada y se encuentra con los mismos ojos tiernos que vio desde que se colocaron en ella. Es la señora que la recogió, el ángel que apareció en la vida de su hijo, no puede decir una palabra y tiene que limpiarse las lágrimas y levantarse.—No, por favor. Siéntate. Aquí traigo unas mantas para que te arropes —le dice con voz tranquila, mirándola con pesar. María Teresa hace lo que pide y se sienta una vez más—. ¿Qué te dijo el doctor sobre el niño?—Estará bien. Lo atenderán —murmura, con la voz rota—. Mi pequeño estará bien. Por favor, reciba mis gracias. Realmente. Muchas gracias…—Calma —pronuncia la señora en cuanto se sienta a su lado—. Todo está bien. No puedo imaginar los escenarios que se me pasaron por la mente en cuanto te vi, pero nunca imagine que estuvieras a un pequeño recién nacido en tus brazos. Me Guíe El Cielo, ¿Cómo es posible…?María Teresa aparta la mirada de ellas hacia sus manos, mientras acaricia la manta que cubre sus hombros.—Sólo necesitaba escapar de aquel lugar. Sólo somos mi niño y yo, más nadie en este mundo. Le ruego perdonarme, sé que no es nada seguro que alguien pida ayuda en medio de la nada. Pero le juro que no soy una persona así —María Teresa inclina su rostro y solloza—. Se lo juro, mi doña. No debe quedarse más, estoy siendo prudente con su indulgencia. Por favor…—Hay algo que veo en tus ojos, que no me dejan estar tranquila. Tienes moretones en tu rostro, Díos Mío, que me hacen creer que fuiste golpeada. Dime, ¿Qué te hizo parar en esta situación? ¿Quién te golpeó de aquella manera…?—Madre.Otra vez aquella voz aleja a las mujeres y la señora se gira en cuanto observa a su hija, ya no duda de eso, idéntica a ella, verla con los brazos cruzados. Una mujer joven y fina, elegante y de distinguida posición. Se nota al instante. Al igual que la señora frente a ella, que posee una presencia delicada y elegante. María Teresa no puede creer que está en frente de ambas.—¿Qué sucede, Amanda?—Ven, por favor —y le indica su hija.Y desaparece por el siguiente pasillo. La señora suspira y se gira hacia María Teresa mientras le sonríe.—Ya regreso. Y cuando regrese, por favor, hay que ver esos golpes. Estaremos atentas también al pequeño, ¿De acuerdo…? —se detiene—. ¿Cuál es tu nombre, querida?La mujer esnifa la nariz y suspira para calmar el aire.—Soy María Teresa, mi doña…Y la señora dobla sus cejas con tristeza y asiente.—Ya vuelvo. Sólo espera un momento.Y se levanta para ir detrás de su hija. María Teresa se toca la frente, pensando constantemente en todo lo que le depara el destino. En todo lo que depara el destino desde ahora. No tiene nada, y su hijo…pero su hijo está junto a ella. Es lo que le importa sólo en estos momentos.Unos susurros se oyen y se pone de pie. María Teresa se acerca al final del pasillo para acercarse a los murmullos pero su temblor se lo impide. No es tan grosera para escuchar conversaciones ajenas que no son de su incumbencia, así que se queda en el lugar, temblando por el frío y pidiendo por su pequeño.Sin embargo, esta misma mujer, Amanda, tiene el rostro colorado por el enojo y la gran impotencia que existe dentro de ella.—¿¡Qué estás haciendo, madre?! —su voz es más entendible—. ¿Cómo confías en una completa extraña? ¿No ves cómo está? Es una pordiosera, no tiene más nada. ¿Cómo no sabes si no te está mintiendo y quiere robarte, o algo peor, secuestrarte? Porque le dijiste tu apellido. ¿En qué piensas, madre? ¿Qué dirá mi padre cuando se entere de esto? No quiero volver a ver a esa mujer, porque me da muy mala espina. No dudo que sea una ladrona, ¡Y esa es su táctica para que nos extorsionen o nos maten! —toma una gran suspiro—. Vámonos.—¿Qué estás diciendo, hija? ¿Y dejar a esta mujer sola con su hijo en ese estado?—No te preocupes por eso, ya me hice cargo. Hablé con el doctor y él arreglará las cosas que faltan. Ya hicimos nuestra parte, así que puedes estar segura.La señora Torrealba entrecierra los ojos.—Amanda, ¿Me estás diciendo la verdad…?—¡Ay, mamá! Ya basta. Entiende que esa mujer es una desconocida y no sabes cuáles son sus intenciones. ¡La encontraste en medio de la nada! Así que basta de esto. Vámonos ahora mismo porque nos hemos atrasado bastante para llegar con papá y mis hermanos.—Tengo que decirle a esa muchacha —dice la señora Torrealba.—Descuida, ya me hice cargo de eso también. Le dije al doctor que le dijera a esa mujer que teníamos muchas cosas qué hacer y no podíamos quedarnos un segundo más aquí. De seguro en este momento ya lo sabe, ¿Te parece bien ahora? Vámonos.—Pero Amanda…—Mamá —expresa Amanda con hastío—. ¿Acaso no me crees?La señora Torrealba entonces asiente.—Si lo hago hija. Sólo que esa pobre muchacha está sola y no quiero dejarla en ese estado. ¿Qué tal si algo le sucede al pequeño…?—No te preocupes por eso —y Amanda le sonríe mientras acaricia su hombro—. Estará en buenas manos, descuida. Ahora vámonos, has hecho demasiado por una extraña, Dios te lo recompensará. Pero ya no podemos hacer más nada, sino esto. Vamos, mamá. Ya vámonos de aquí.La señora Torrealba no hace más que seguir a su hija, confiando en que ella había hablado con el doctor para que se encargara de aquella mujer. Y mientras se marchaba con ese pensamiento, Amanda miraba por encima con aquellos ojos de odio, porque nada de lo que le dijo a su mamá era cierto. Ni había hablado con el doctor, y tampoco le había dicho quienes eran. Todo fue una cruel mentira para desaparecer a esa mujer extraña, y no darse de buena caridad con ella. Su madre le creyó y eso era lo que importaba. Y la señora Torrealba se marchó junto a ella creyendo en su hija.Y María Teresa no se da cuenta de esto.Y mucho menos cuando siente la soledad en aquel momento. Se levanta cuando ve a la recepcionista yendo hacia ella. Sentía la grata sensación de que algo bueno le diría, y se acerca a ella con la ilusión en sus ojos. María Teresa está a punto de decir algo, pero las palabras no se escuchan. Al menos no las suyas.—¿Ha sucedido algo con mi pequeño?La mujer niega con lentitud.—No, señora. No es eso, su bebé ya está en buenas manos. Lo que le venía a decir —y la recepcionista muestra la carpeta que apenas había visto María Teresa—. Estos son todos los gastos que cubrirá su seguro…—¿Gastos? —María Teresa no puede creer lo que escucha—. ¿Cuáles gastos, señorita?—Señora, esto es una clínica. Y su hijo necesita demasiados exámenes que pagará sólo su seguro. Es política de la clínica. ¿Acaso usted no tiene seguro? De ser así, lamentablemente…—¿No atenderán a mi niño? ¿No lo atenderán? —María Teresa, cubierta por el llanto, desconsolada por el sólo pensamiento de saber lo peor, se acerca aún más hacia la mujer—. ¡Señorita!—Es política de la clínica, señora —balbucea la recepcionista—. No es algo que pueda hablar conmigo…—Bendito Dios. ¿Qué es lo qué pasará si yo...? —exclama María Teresa—Debe firmar estos papeles para poder cubrir sus gastos, y se le descontará de su seguro, señorita. Sino, lamentablemente no podremos asistir a su bebéMaría Teresa siente el cuerpo irse hacia un lado, incluso desmayarse. ¿Un seguro? ¿Pagar? ¡Por Dios! Nada tenía en este mundo. ¡Nada! Ni para cubrir ni siquiera el gasto de un alimento para darle a su hijo y mucho menos pagar todos estos exámenes. No puede ser esto posible. Esto no puede estar pasando. Su pequeño se encuentra en un estado grave y no carga ni un sólo peso encima. Cae en la desesperación, no puede pensar en otra cosa sino en la severa realidad en la que se encuentra. Sin embargo, tampoco puede decidir por la vida de su pequeño a menos que traiga una nueva esperanza. —Esto no puede estar pasando —balbucea María Teresa—. No puede ser, señorita. Yo no tengo cómo pagar, yo ni siquiera…¿Ha visto a una mujer? La mujer que estaba a mi lado cuando llegué. ¿La ha visto? ¿La ha visto, señorita? La recepcionista niega con ojos preocupados. —No, señora. Disculpe pero yo no he visto a nadie. María Teresa empieza poco a poco a colapsar y sin medir consecuencias vuelve a negar.
¡Darle su apellido a su hijo! Un completo extraño. María Teresa no sabe a dónde mirar, en qué pensar e incluso en qué creer. ¿Escuchó acaso bien? ¡Este hombre completamente extraño! Qué por alguna extraña razón cree haber escuchado su voz antes, o incluso verlo, pero la mente no puede seguir con certeza después de lo que acaba de escuchar. Se atreve a mirar hacia otro lado al tiempo que abre y cierra los ojos incontables veces. —¿Qué está diciendo, señor? ¿Su apellido? —Luis Ángel —responde el hombre aún erguido de alguna manera con normalidad, como si no le hubiese dicho aquello—. Luis Ángel Torrealba es mi nombre. ¿Acepta mi contrato? Es todo lo que puedo ofrecerle. Y a cambio, recibirá su hijo lo que le corresponde por llevar mi apellido. —¿Cómo es posible? —María Teresa alza su mirada, llena de las lágrimas que nunca escaparon. Ahora está confundida—. ¿Quiere darle su apellido a mi niño? El hombre frente a ella asiente. No puede creerlo. —¿Cuáles son sus razones? ¿Cuáles?
Pero María Teresa es mucho más rápida y se suelta de él mientras traga saliva y lo señala.—¡Es un cínico! —exclama—. ¡Es un completo cínico! ¿Me quiere mentir? Pues, no. No se atreverá a mentirme. Luis Ángel Torrealba entrecierra sus ojos, y se mete las manos en los bolsillos. —Cómo guste. Yo no la obligaré a hacer algo que no debe. Pero es algo…Pero María Teresa vuelve a la negación junto a sus movimientos y toma el pomo de la puerta justo para salir de aquel sitio.—Señorita…—Le advierto, no se acerque a mí. Porque si no…no respondo —y María Teresa se apresura entonces a dirigirse por el mismo pasillo hasta que vuelve a respirar, y acometer una pequeña pero gigantesca respiración. Se afianza a la pared para solventar todo lo que siente y abre los ojos.Pero María Teresa no puede continuar con esto. Explotará nuevamente si alguien se atraviesa en su camino, sólo traga saliva y continúa con su camino. Debe salir de ahí, al menos, para pensar en lo que deberá hacer a partir de aho
—Un momento —lo detiene María Teresa—. Yo no me iré con usted. Luis Ángel se detiene en seco cuando oye esto, y no comprende. —¿Qué ha dicho? —Que no iré, señor. Yo misma puedo ir hacia su casa, tan sólo deme su dirección. Puede ser que hicimos un trato pero no significa que confíe en usted. —¿Acaso no sabe quién soy yo? María Teresa alza sus cejas con impresión. —¿No es el dueño de este hospital…? —Por supuesto que no —responde Luis Ángel con sus ojos llenos de soberbia—. Conozco al director y al doctor que atiende a su hijo, pero no soy el dueño. Mi empresa es Global Exportation y tuvo la suerte de que yo estuviese aquí para atender su problema. María Teresa frunce su ceño y quiere decir algo, no obstante, se adelanta Luis Ángel. —Pero como prefiera —suelta con voz arrogante—. No me encargo de usted a partir de ahora. Afuera está mi asistente, Ximena. Pregúntele a ella la dirección. Hoy mismo la quiero a las ocho en la casa. Ni un minuto más, señorita. Con permiso. Y Ma
Patricio Torrealba se endereza y señala a María Teresa. —¿Qué significa esto, Luis Ángel? ¿Otros de tus jueguitos? Te advierto, hijo, que no estás para jugar con muchachas jóvenes y menos en mi casa. Te ordeno que saques a esta mujer de aquí. Pero Luis Ángel sólo mira la escena con la seriedad y la soberbia que lo caracteriza. Por un momento sus ojos se encuentran con María Teresa pero vuelve a su padre cuando lo oye suspirar con fuerza. —Es una doméstica, una nueva domestica. Imelda ya lo sabe, quería a otra mujer. —¿Una doméstica? ¡Pero ésta! Que parece de un inmundo pueblo —escupe Patricio—. No eres de esta índole, Luis Ángel. Pero no quiero que una segunda vez suceda, porque su incompetencia no es algo que toleraré. Tampoco sé qué harás ahora, porque a esta mujer no la quiero aquí. Te equivocaste cuando podías decidir aquí en la casa pero se te olvida que sigo mandando yo. Patricio pasa por su lado y su hermano, niega con la cabeza con la misma sorna, mientras desaparece
¡Esa arrogancia la enoja a más no poder! —No estoy diciendo cosas que no son. Es lo que ha dicho. Que no diga que soy la madre. Pues, ¿Quién más será la madre? No haré esto —para María Teresa ésta cercanía acorrala su sentidos. Ni siquiera puede verlo y toda su respiración se entrecorta. Porque la respiración de Luis Ángel Torrealba está cercana de su nunca y el estremecimiento es inevitable para ella. Sin embargo, la voz de Luis Ángel vuelve a oírse, colocando sus pelos de punta. —Llévese el documento si así lo quiere. Y lealo. Pero soy yo quien le dice a usted que mi palabra vale. Ya le hice una promesa. No voy a apartar al niño de su madre. Y es lo único que haré. No es nadie para decirme cómo actuar. No olvide su posición, señorita. María Teresa lo mira de reojo. Y con la fuerza que tiene se gira. Los ojos de Luis Ángel se aferran a ella una vez más. La siente tragar saliva y por esa razón intensifica más su mirada. —¿Se lo llevará? —Luis Ángel le señala los documentos. No ob
María Teresa quita rápidamente la mirada y se aleja de Tomás Torrealba para llegar hacia las mujeres. Cuando mira sobre su hombro, Amanda Torrealba se está dirigiendo hacia ella y su corazón empieza a palpitar con rapidez. Su rostro indica con severidad una profunda molestia que hace a María Teresa encaminarse hacia la salida. Deja el mantel en sus brazos y traga saliva, porque al dar el primer paso hacia las afueras de la casa, justo en donde se encuentra la piscina, oye un exclamar. —¡Alto ahí! María Teresa se gira. Es sin duda Amanda. —Señorita —pronuncia en un balbuceo. —¿Tú…? ¿De nuevo tú? ¿Quién te crees para venir a mi casa…? ¿Estás trabajando aquí…? —Amanda no puede creer lo que ve y la mira de arriba hacia abajo como si hubiese visto un fantasma. —Soy solo una empleada. No tiene por qué preocuparse —habla María Teresa con ojos de preocupación. Y trata María Teresa de dirigirse hacia las casas de las mujeres empleadas pero Amanda la toma de la mano con fuerza. —No,
Cuando puede darse cuenta María Teresa los brazos de este hombre la estrujan con ligereza, al tiempo que el movimiento de sus labios la conducen hacia aquel toque celestial. Un movimiento incapaz de controlar. Nunca hubiese imaginado que aquellos labios tocarían los suyos de esa manera, como desesperados, esperando encontrarla también. El estado de sorpresa que sobrepasa a María Teresa es abismal, e inevitablemente cierra los ojos. El beso la hace volar incluso cuando no es el hombre bueno para ella, no es el lugar y no son las condiciones. El atrevimiento que tuvo Luis Ángel Torrealba para besarla así sin más la congela, pero su cuerpo y sus labios reaccionan. Tanto tiempo había pasado desde la última vez que un hombre la había besado de esa manera. María Teresa no quiere involucrar el pasado, pero ese hambre feroz que emana Luis Ángel por ella la aturde, la lleva hacia el cielo y la baja ahí mismo. ¡Vuelve a la realidad en un santiamén! El hechizo se quiebra. Sus ojos se abren de