—Hay buenas noticias, María Teresa. Tu juicio será llevado a cabo en un par de días. Pero es posible que se apele bajo fianza.Las manos de Abigail bajan hasta tocar las suyas, y María Teresa recuerda que las palabras sencillas son más necesarias que los pensamientos de esa noche. Todavía cabizbaja, pero recuperada por unos momentos, le toma devuelta la mano de Abigail sobre la mesa. Incluso Pablo está al lado de Abigail.—¿Eso es posible? —pregunta Pablo al terminar de oírla. Es claro que está bastante expectante a lo que suceda. —Sólo si el juez así lo elige, o si observa que María Teresa es inocente con las pruebas que tiene en su mano —Abigail responde a Pablo. Vuelve a mirar a María Teresa con suavidad—, por los momentos permanecerás aquí un par de días más, espero puedas entender que estamos haciendo todo lo posible.Pero María Teresa tiene un corazón roto. Apenas puede domir o responder bien. Pero en vez de estar triste, lo único que siente es rabia.Alza la mirada cuando escu
SEGUNDA PARTE.Solamente han pasado quince días desde que María Teresa salió de la prisión. Abigail terminó por decirle lo que debían hacer después de aquel pago. Pudo entenderlo. Una vez en la nueva mansión de los Carvajal, sintió un aura distinta. No tenía nada, tan sólo la bolsa de ropa. Y la nueva que Abigial le había comprado. Al llegar, lo primero a quien vieron fue a Ricardo Carvajal.—María Teresa —pronunció contento Ricardo, mientras la atrajo hacia ella para abrazarla.—Don Ricardo —ella acogió el abrazo. Cerró los ojos y suspiró, con un gran alivio. Luego se alejó—. Gracias, gracias…—No, María Teresa —dijo él rápidamente—, a simple vista la inocencia se nota. En tus ojos se notan, desde el primer momento, María Teresa. Ahora, quiere encargarme de ti.—Pero don, ¿Cómo podría abusar más de su amabilidad?—Nada de eso. Para mí y para mi hija, te hemos tomado cariño. Ven, pasa. Desde ahora está será tu casa.—Jesús Credentor —expresó María Teresa.Abigail sonrió.—Es una nue
El mismo Luis Ángel ha quedado impresionado con la mujer que está viendo. No puede ser capaz de procesar las palabras. Está petrificado en su sitio pero no puede decir otra cosa o aparentar que está afectado por verla. Carraspea, se arregla, y pide que la junta continúe. El gerente sigue hablando, señalando el panel que muestra las imágenes de las acciones y no necesita tener más de un momento para saber que esa mujer es María Teresa. ¡Es ella! La mira de reojo. Su calma ha cambiado. Está hermosa, es una mujer nueva, completamente. Siempre quiso reunir las ganas de mantenerse cuerdo pero no puede. Aprieta los puños, traga saliva con seriedad. Debe ser una broma.—Son los puntos que debemos saber en este momento, señor Torrealba. Para que las ganancias sigan siendo efectivas con las estrategias. —Puedo decir que una estrategia como tal está maravillosa, pero si lo que se quiere es perder la mitad de sus ganancias, claro. Todos las miradas reposan en quien dijo eso. Hasta Luis Ánge
Mentiría si su cuerpo no extrañaba ese tipo de beso. Hambreado, sediento, repleto de buenas sensaciones. Pese al rencor, no puede detener el deseo de su cuerpo en reaccionar cuando los labios de Luis Ángel se apoderan de los suyos. El encuentro hace que pierda la razón. Meses estuvo lejos de lo que alguna vez creyó que no era lo correcto. Porque lo era, y no podría lidiar con lo que deparaba estar entre los brazos de Luis Ángel, que son su propia perdición. Incluso llegan hasta la mesa y se inclinan para intensificar el beso que los ceda y los coloca mucho más deseosos de lo que puede deparar el simple toque de sus besos. —Aléjate de mí —María Teresa traga saliva mientras jadea. —Siempre dice lo mismo. Siempre. ¿Es capaz de creer que no responde su cuerpo al mío? —Luis Ángel deja de besarla para admirar sus facciones. —Sigues creyendo que tienes todavía un poder en mí. Estás bastante equivocado, señor Torrealba, porque crees tan sólo una mentira. Apártate. —Quiero hacerte correr
Por ende, María Teresa abre sus ojos y gira a ver a Pablo.—¿Qué estás diciendo? —Lo he visto. Se nota. Fuiste otra mujer cuando lo viste —deja saber Pablo.—Dices boberías —rezonga María Teresa—. Eso es verdad. ¿Acaso no sabes lo que me hizo? —El corazón nunca miente, María Teresa. Nunca. Para María Teresa oír esa clase de cosas no le traen ni la más mínima tranquilidad y como Pablo cambia de tema, no le queda de otra que volver a tragar saliva, bebe su vino y acomodarse en la silla. ¿El corazón no miente? Por supuesto que lo sabe. Esa noche no durmió. María Teresa no podía sacar de su mente a Luis Ángel. Y después de lo que había ocurrido ese día y las palabras de Pablo, difícil era mantener la cordura. —Ya no quiero amarte. Ya no quiero —murmuraba en la ventana, mirando tan sólo la noche. Al día siguiente se dirigió a la compañía Torrealba para verificar algunas cosas en nombre de Abigail. Saca unas carpetas en compañía de una mujer de administración que se ofreció en ayudarl
La noche acentúa sus sollozos. Los sollozos que María Teresa no puede evitar sentir cada vez que piensa en Luis Ángel. Una vez salió de la compañía de los Torrealba, había quedado a la deriva unos cuantos momentos, pero después de una gran desesperanza, había vuelto a la casa en el auto que hace apenas algunos días había comprado. Conducir sin camino, sin embargo, tampoco la había calmado y necesitó regresar a la casa. Aparentando estar calmada y con serenidad, se había vuelto a su habitación, tomando sus tacones y cayendo sentada a la cama ya sin fuerzas. Y así se encuentra María Teresa. Llora, cada vez más fuerte. Este dolor que siente no es normal. Lo siente dentro de su pecho. ¿Qué es este dolor? Su hijo está lejos. Luis Ángel, él simplemente está… Necesita calmarse, pero es que lo ama tanto. Lo ama como una loca, pero su dolor es más fuerte. —Maria Teresa. ¿Qué sucede? Una voz resona dentro de su cuarto y rápidamente se quita las lágrimas de las mejillas. Es Abigail quie
Ese frénetico y apasionado beso hace que el alrededor se esfume, quedandose sólo el deseo de sus cuerpos que recuperan cada vez más las sensaciones de mantenerse cuerdos para poder devorarse. María Teresa está acorralada por Luis Ángel una vez que han entrado a la habitación y el ardor por desearse los lleva al primer rincón de la pared. María Teresa lo abraza por el cuello y lo afinca más hacia su cuerpo. Es inevitable este deseo voraz que los hace enloquecer. ¿Hace cuánto que ambos se anhelaban de esta forma? De este sentido descomunal que no es más que fogoso, lleno de ansias.—No quiero que vuelvas a pensar en otro hombre en tu vida —Luis Ángel humede sus labios cuando la toma del cuello y rompe el contacto del beso. El rostro brillante y necesitado de María Teresa lo lleva a la perdición, todo su cuerpo se llena de deseo e incluso la reacción del mismo es verídica.María Teresa da un paso hacia atrás mientras sonríe.—Demuestrame que no tengo la necesidad de hacerlo —suelta. Y
Aún con el toque en sus brazos, siente la sensación en su cuerpo. Está enloquecida..su cuerpo, dios, Luis Ángel la tiene en su merced aún cuando su deseo es querer arrancarlo de su alma y de su corazón. Se sube al auto una vez más y conduce hasta la casa. Tiene que hablar también con Pablo, porque esto no puede seguir así. Recordaba a Luis Ángel y a Pablo como buenos amigos. ¿Qué ha sucedido entonces?Le sonríe a Paulina cuando le trae un café de la mañana para así relajar sus músculos, y porque todavía…siente la placentera sensación de aquella madrugada. Le toma el hombro con suavidad.—¿En dónde está Abigail? —pregunta María Teresa al dejar la taza de café en la mesa. Paulina suelta un suspiro mientras se toma de las manos.—Salió de viaje, señorita. Ayer en la noche, me dijo que le avisará a usted y al señor Ricardo de que regresaría pronto.Esto le extraña a María Teresa y se cruza de brazos, pensativa.—¿No dijo a dónde se iría, Paulina?La anciana negó con suavidad.—Se lo pr