Por ende, María Teresa abre sus ojos y gira a ver a Pablo.—¿Qué estás diciendo? —Lo he visto. Se nota. Fuiste otra mujer cuando lo viste —deja saber Pablo.—Dices boberías —rezonga María Teresa—. Eso es verdad. ¿Acaso no sabes lo que me hizo? —El corazón nunca miente, María Teresa. Nunca. Para María Teresa oír esa clase de cosas no le traen ni la más mínima tranquilidad y como Pablo cambia de tema, no le queda de otra que volver a tragar saliva, bebe su vino y acomodarse en la silla. ¿El corazón no miente? Por supuesto que lo sabe. Esa noche no durmió. María Teresa no podía sacar de su mente a Luis Ángel. Y después de lo que había ocurrido ese día y las palabras de Pablo, difícil era mantener la cordura. —Ya no quiero amarte. Ya no quiero —murmuraba en la ventana, mirando tan sólo la noche. Al día siguiente se dirigió a la compañía Torrealba para verificar algunas cosas en nombre de Abigail. Saca unas carpetas en compañía de una mujer de administración que se ofreció en ayudarl
La noche acentúa sus sollozos. Los sollozos que María Teresa no puede evitar sentir cada vez que piensa en Luis Ángel. Una vez salió de la compañía de los Torrealba, había quedado a la deriva unos cuantos momentos, pero después de una gran desesperanza, había vuelto a la casa en el auto que hace apenas algunos días había comprado. Conducir sin camino, sin embargo, tampoco la había calmado y necesitó regresar a la casa. Aparentando estar calmada y con serenidad, se había vuelto a su habitación, tomando sus tacones y cayendo sentada a la cama ya sin fuerzas. Y así se encuentra María Teresa. Llora, cada vez más fuerte. Este dolor que siente no es normal. Lo siente dentro de su pecho. ¿Qué es este dolor? Su hijo está lejos. Luis Ángel, él simplemente está… Necesita calmarse, pero es que lo ama tanto. Lo ama como una loca, pero su dolor es más fuerte. —Maria Teresa. ¿Qué sucede? Una voz resona dentro de su cuarto y rápidamente se quita las lágrimas de las mejillas. Es Abigail quie
Ese frénetico y apasionado beso hace que el alrededor se esfume, quedandose sólo el deseo de sus cuerpos que recuperan cada vez más las sensaciones de mantenerse cuerdos para poder devorarse. María Teresa está acorralada por Luis Ángel una vez que han entrado a la habitación y el ardor por desearse los lleva al primer rincón de la pared. María Teresa lo abraza por el cuello y lo afinca más hacia su cuerpo. Es inevitable este deseo voraz que los hace enloquecer. ¿Hace cuánto que ambos se anhelaban de esta forma? De este sentido descomunal que no es más que fogoso, lleno de ansias.—No quiero que vuelvas a pensar en otro hombre en tu vida —Luis Ángel humede sus labios cuando la toma del cuello y rompe el contacto del beso. El rostro brillante y necesitado de María Teresa lo lleva a la perdición, todo su cuerpo se llena de deseo e incluso la reacción del mismo es verídica.María Teresa da un paso hacia atrás mientras sonríe.—Demuestrame que no tengo la necesidad de hacerlo —suelta. Y
Aún con el toque en sus brazos, siente la sensación en su cuerpo. Está enloquecida..su cuerpo, dios, Luis Ángel la tiene en su merced aún cuando su deseo es querer arrancarlo de su alma y de su corazón. Se sube al auto una vez más y conduce hasta la casa. Tiene que hablar también con Pablo, porque esto no puede seguir así. Recordaba a Luis Ángel y a Pablo como buenos amigos. ¿Qué ha sucedido entonces?Le sonríe a Paulina cuando le trae un café de la mañana para así relajar sus músculos, y porque todavía…siente la placentera sensación de aquella madrugada. Le toma el hombro con suavidad.—¿En dónde está Abigail? —pregunta María Teresa al dejar la taza de café en la mesa. Paulina suelta un suspiro mientras se toma de las manos.—Salió de viaje, señorita. Ayer en la noche, me dijo que le avisará a usted y al señor Ricardo de que regresaría pronto.Esto le extraña a María Teresa y se cruza de brazos, pensativa.—¿No dijo a dónde se iría, Paulina?La anciana negó con suavidad.—Se lo pr
—¿En qué piensas?Juan Miguel observa a un pensativo Luis Ángel que bebe vino a esas horas del día, con un cigarro apenas encendido.—Ya sabes que María Teresa es la madre de Ángel.—Claro.—Y que yo tengo la custodia del niño…Juan Miguel suspira.Luis Ángel aprieta los labios.—Me odia. —Hombre, es que…—Me odia. María Teresa no quiere verme, no quiere perdonarme. Me odia, y yo más —Luis Ángel se toma de los ojos—, caigo enamorado de ella. Cabrón, cabrón. Me enloquece esa mujer, y ahora la única mujer que más he amado en esta vida no quiere saber nada de mí. Y se sirve más vino. Juan Miguel le quita la botella.—No consigues nada emborrachándote. —¿Qué puedo hacer…?Juan Miguel se echa a reír, negando.—Realmente amas a esa mujer. Pero lucha por ella, demuestra que estás arrepentido, haz las acciones, deja de lado tu orgullo y ve por ella. María Teresa es una gran mujer, y cualquiera querrá conquistarla.Luis Ángel parece reaccionar y sus fuertes brazos se cruzan sobre su pecho.—
Ese recuerdo la emboba, María Teresa necesita un poco de tiempo para procesarlo. Se moja los labios, y abre la puerta de su auto.Entra.—¡¿Estás loco?! Sal de mi auto.—¿Es lo que quieres?—Eres un malnacido —susurra María Teresa mirando sus labios—, cabrón, h*** de p*** —murmura, jadeando.—Esos labios, María Teresa. Qué rebelde te has vuelto.—¡No me digas qué decir!—No digas más. Ven aquí, amor.Y la ataja de una vez. La pone a horcajadas en sus regazo. Ni siquiera pueden controlar nuevamente el deseo de quitarse la ropa y dejar a sus entradas unirse, allí, en el auto y en medio de la soledad que en cualquier momento podría hacerlo volver a realidad. María Teresa no piensa con claridad cuando se trata de Luis Ángel, y tampoco él, porque su cuerpo pide y anhela el cuerpo de María Teresa, con besos apasionados y caricias sobre sus pechos y ligeros toques sobre su entrada para humedecer y prepararla, Luis Ángel se introduce poco a poco dentro de ella. —¿Crees que es justo…? Que te
María Teresa tiene que agarrarse de la silla para no trastabillar una vez que lo escucha. Casi le da un infarto allí mismo. —¿¡Usted?! Pero —tartamudea, sin entender—. ¿Cómo es posible?—Una casualidad. Te vi en el periódico porque reconocí tu rostro y me dirigí al bar. Hablé con tu amiga, con Eva. Es una alegría que te haya vuelto a ver, María Teresa.Vuelve a decir este hombre llamado Leonardo. Sus gestos, su voz. María Teresa trata de recordar aquella noche, aquellos días. Todo es tan confuso en este instante, y no puede hacer o decir algo porque está completamente sorprendida. —Señor Torrealba —dice Leonardo hacia el hombre detrás de ella. Luis Ángel se ha quedado tenso. Quita la mirada de él. —¿El padre de Ángel…?—El biológico, claro. Soy yo.María Teresa jadea por la impresión.¿Él…?¿Era él…? Pero si siempre estaba empezando a creer que era…Voltea a ver a Luis Ángel.Claramente está afectado por todo esto.—Me gustaría ver al niño, si no es tanto pedir —Leonardo vuelve a ha
—¿Por qué Abigail no llega, eh? ¿Has sabido algo de ella? Finalmente la voz de Juan Miguel la saca de sus pensamientos. No pudo dormir bien, ni siquiera teniendo a su hijo entre sus brazos y en la casa de los Carvajal, en su cuarto. Esa misma noche Ricardo se daba cuenta de quién se trataba su hijo: Ángel Torrealba, el nieto de Patricio. No es que sospechaba de una relación que sostenían María Teresa y Luis Ángel, pero vacilaba un poco ante el conocimiento la relación del hijo secreto de María Teresa que aún no presentaba, el claro parecido de aquella madre llamada María y del hijo sorpresa de Luis Ángel hacia su familia. Pero Ricardo fue bastante prudente con sus preguntas, y sus dudas quedaron lejos cuando ya cargaba entre sus brazos al pequeño travieso. Si podía considerar a María Teresa como una hija, al pequeño Angelito lo podía considerar como un nieto. Decía que adoraría tener nietos cuánto antes y Angelito era lo que más se acercaba a eso. María Teresa adoró ver esa imagen