—¡No puedes hacer eso! Exclama María Teresa de una vez, incapaz de no mirar a este hombre con impresión. —Claro que puedo. La ley me lo permite —responde Leonardo con las manos en los bolsillos.—Mira, Leonardo. Tú eres su papá, acepté que vieras a mi hijo, tu hijo. Hasta ahí, pero abrir un juicio por esto es demasiado. Yo acepté que Luis Ángel fuese el padre legal de mi bebé y eso no lo puedes cambiar. Ángel se ha calmado un poco en los brazos de su madre gracias a su voz y a su abrazo. Una vez Roselia se acerca cuando le hace señas, María Teresa le entrega al niño. Le dice que se dirija al carro. —No puedes negarmelo —Leonardo usa un tono indiferente y lejos de ser amigable. Se encoge ligeramente de hombros—Ya lo decidí —y se encamina hacia el auto estacionado en la orilla del parque—¡Oye! —le grita María Teresa mientras lo sigue—. ¡Escúchame! Pero Leonardo entra en su coche y marcha.María Teresa palmea al cielo con rabia.—Bendito Dios. ¡Lo que me faltaba! —se lleva las man
¿Qué es lo que puede hacer ahora? Alguna cosa para evitar lo que ocurrirá. No puede decir que tendría miedo, porque no es verdad, sin embargo, tampoco es que quiera compensar de su error, de su falta. ¿O es que acaso no recuerda porque había venido a la ciudad en primer lugar? Para una mejor vida, lejos de Antonio, lejos de la familia. Si Antonio no era el padre de su hijo, tendría que buscar la manera de encontrar al verdadero. Lo tenía en mente, claro, pero las circunstancias de la vida hicieron y deshicieron en su vida. ¿Cómo iba a saber que el destino le colocaría enfrente a Luis Ángel? María Teresa baja la mirada hacia su hijo, y se vuelve en posición fetal para abrazarlo. Tenerlo en sus brazos es la razón de su existencia. Ángel había llegado a su vida para que le entregase su corazón, a ese hermoso niño sobre sus brazos. Se levanta después de que Ángel se durmiera entre sus brazos. Toma un poco de aire y descalza va en busca de su teléfono. Abigail, tiene días sin saber de
¿Qué podría estar haciendo Antonio en la ciudad? Eva le dijo que preguntó por ella. Pero qué podría hacer. Y verlo después de tanto hace que su corazón se vuelve pequeño y menos acorde a tomar una buena respiración. —¡Por Dios, María Teresa! ¿¡Qué ocurre!? Y casi tiembla al apretar otra vez el volante. —Él —repite, confusa por las distintas emociones aglomerándose sobre su mente. —¿Él, María Teresa? —Eva también está confundida y asustada. —Antonio —termina por decir, y cuando alza la cabeza ya no consigue a nadie. A nadie, a nadie parecido a Antonio como para decir que sólo lo confundió, pero no es así. No está loca. Se lleva la mano hacia la frente—. Dios mío, estoy perdiendo la cabeza. —¿Antonio? Ese hombre también, María Teresa. ¿Estás segura de que fue él? —Reconozco a ese hombre como si fuese mi sombra, desgraciadamente —vuelve a conducir con un poco de calma—. Olvida lo que pasó, de seguro fueron mis pensamientos jugando en contra. ¿Estabas diciendome algo? —Vas a mat
Sin embargo, Angélica sigue sonriendo. Esa necesidad que querer hacerla rebosar en impertinencia, en hacer que María Teresa pierda la poca paciencia que ha tenido con ella no se va del rostro de Angélica, quien se cruza de brazos y da un paso hacia adelante para estar a la altura de María Teresa, quien no se deja intimidar y no le ha quitado la furibunda mirada de encima. —Quién lo diría —comienza Angélica, destilando la misma energía oscura de esas primeras veces. María Teresa no es tonta como para no reconocer esa misma voz, porque justo después de haber sido secuestrada, pudo escuchar ese mismo tono de voz—, las ratas empiezan a salir cuando quieren saciar el hambre.Imelda las ve a ambas, y no duda en sentir un poco de nervios al observar a María Teresa, porque después de aquella vez, es posible que sospeche de ella, pero María Teresa no la ve a ella, sino que sigue con sus ojos fijos en Angélica.—Al menos que quieras que le diga a todo el mundo que quisiste asesinarme en la cár
La luz del sol ilumina el espacio dentro del auto donde está Luis Ángel. Tiene aparcado el coche frente a uno de los edificios en el centro. Observa el lugar con no más que hastío y repulsión. Aún así se baja del coche, estira su blazer a juego con su traje de oficina y se coloca sus lentes. Empieza a caminar y conforme avanza sus dedos se vuelven puños, aseverando el sentimiento que lo acorrala cada vez más. Los guardian los dejan entrar cuando se dan cuenta de quién es en realidad, y mientras los segundos se estiran para su confrontación, la secretaria le indica el camino hacia la oficina, la ve ruborizarse y pedirle que espere mientras su jefe vuelve de otras obligaciones. —¿Quiero algo de tomar, señor Torrealba? —le pregunta la secretaria. —Estoy bien. La decepción inunda las facciones de la secretaria y se despide notando la seriedad en las facciones de Luis Ángel. Una vez solo, no le agrada la idea de encontrarse con este hombre. La necesidad de confrontar de una manera p
La principal razón de Abigail para no decir de sus planes esa vez que había salido de viaje sólo fue un solo: visitaría el pueblo de María Teresa.Pasó días sin dormir desde que María Teresa había confesado de donde provenía. Tantas cosas que la relacionaba a un posible o a una imposible idea. ¿Cómo no escuchar a su corazón? En el fondo conocía las posibilidades si tan sólo encontrara una pista, o una prueba más que la que tenía en su alma. Había marchado hacia el pueblo y se hospedó en una de los contados hoteles del lugar porque no había muchos. ¿Una iglesia? ¿Un convento? Preguntó varias veces y guiándose por las indicaciones llegó hacia un convento de monjas llamado “Las Carmelitas.” —¿Puedo ayudarla con algo, señorita? —y preguntó una de las mujeres, al verla entrar y pedir que se le presentara a cualquier monja.Abigail suavizó la mirada, todavía sin saber por dónde comenzar. Así que dijo lo primero que se le vino a la mente. —¿Usted conoce a una mujer llamada María Teresa?
En su pecho algo sobresalta. Y gracias a esto logra afincarse en los codos, fruncir su mirada y buscar los ojos confusos de Amapola. ¿De qué se trata esto? ¿No se supone que Amapola es la primera persona en este mundo que conoce a Leonardo, al padre de su hijo? Ninguna coherencia lidera su entendimiento y no parece ni siquiera correspondiente a todo lo que ya le habían hecho, a todo lo que su hijo y ella han tenido que pasar. Sus ojos viajan hacia Amapola. —¿No sabes quién es Leonardo? Esperando una respuesta considerable, Amapola parece suspirar, todavía en estado de confusión. Se coloca su bolso de hombro. —No sé de qué hablas, María Teresa —aún así Amapola se acerca hacia la camilla y coloca su mano en su brazo. Sonríe—. No sólo vine a verte, sino para hablar. Pero no ahora porque no es el momento.Te esperaré en el bar, así que tienes que salir de aquí y recuperarte. ¿Entiendes? —No, espera. Necesitas decirme ahora porque conozco ese rostro. Amapola…—Ah, María Teresa —Amapol
Y el aferre a su hijo es inminente, porque no hay ningún motivo ahora que le genere tranquilidad. Antonio es la única persona en la tierra a la que tanto miedo le ha tenido. Ese pasado oscuro, lleno de mentiras y dolores, se había quedado donde pertenecía, en el pasado. Y ahora, un presente irradiando esperanzas, una vida que nunca imaginó desde pequeña y mucho menos al lado de Antonio, se ve eclipsado por su simple nombre. María Teresa se vuelve a girar hacia Roselia y trata de sonreír. —Hiciste muy bien en no dejarlo pasar. Desde ahora pondremos más seguridad al apartamento —se acerca hacia Roselia para darle una sonrisa—. Te prometo que una cosa como esa no volverá a pasar. —Ah, señora, pero ese hombre no me daba buena espina. Su mirada era extraña, pero sólo pensé en Angelito —Roselia y María Teresa comienzan el rumbo hacia la salida—. ¿Hay algo que desea que haga yo? —Sólo que sigas estando alerta ante cualquier cosa, y si es necesario colocarte un guardaespaldas, lo haré. Ha