Y el aferre a su hijo es inminente, porque no hay ningún motivo ahora que le genere tranquilidad. Antonio es la única persona en la tierra a la que tanto miedo le ha tenido. Ese pasado oscuro, lleno de mentiras y dolores, se había quedado donde pertenecía, en el pasado. Y ahora, un presente irradiando esperanzas, una vida que nunca imaginó desde pequeña y mucho menos al lado de Antonio, se ve eclipsado por su simple nombre. María Teresa se vuelve a girar hacia Roselia y trata de sonreír. —Hiciste muy bien en no dejarlo pasar. Desde ahora pondremos más seguridad al apartamento —se acerca hacia Roselia para darle una sonrisa—. Te prometo que una cosa como esa no volverá a pasar. —Ah, señora, pero ese hombre no me daba buena espina. Su mirada era extraña, pero sólo pensé en Angelito —Roselia y María Teresa comienzan el rumbo hacia la salida—. ¿Hay algo que desea que haga yo? —Sólo que sigas estando alerta ante cualquier cosa, y si es necesario colocarte un guardaespaldas, lo haré. Ha
Cada recuerdo está vívido en su mente al oír esa voz, al mirar esos ojos y al sentir la cercanía de ese aliento sobre su piel. Cualquier tortura a sangre fría era mejor que estar enfrente de un hombre como él, del hombre dueño de cada pesadilla y de la maldad que por tantos años tuvo que vivir, resignarse a que ese sería su destino hasta el día de su muerte. El trauma de su voz, de las noches en vela, de sus gritos para alejarlo de su cuerpo, del temor y el horror de dormir con él a la fuerza, cada maltrato, golpe y herida que no sólo lastimó su cuerpo sino su alma para siempre aparecía repentinamente. Se siente pequeña, vulnerable, ese mismo sentimiento al que se acostumbró por años, un escalofrío recorre su cuerpo como un torrente de electricidad. Sus ojos están abiertos, sus manos tiemblan y sus labios están resecos y pálidos. Su aliento se esfuma.—¿Qué haces aquí? Tiembla. Ese oscuro pasado. Traga saliva. María Teresa da un paso hacia atrás y coloca una mano en el escritorio.
María Teresa se lleva la mano hacia su corazón. Incluso sus manos tiemblan al igual que su voz. —¿Despertó…?—solloza al instante—, ¿Despertó? —y la esperanza inunda sus facciones.Toma su bolso y se encamina hacia Juan Miguel.—¿Cómo está? —Luis Ángel es quien le pregunta a Juan Miguel. —Que se haya despertado es un signo de bienestar, pero sigue estando muy débil —Juan Miguel le abre la puerta a María Teresa. La ve con nostalgia—, el doctor no nos quita la posibilidad pero debemos estar preparados para cualquier cosa…No es lo que quiere escuchar, ni siquiera quiere pensar en lo que le va a deparar su vida si por alguna razón se entera de que Abigail no alcanzó a tener la oportunidad como ella. Sus ojos se cubren del miedo. —Debo ir con ella —María Teresa traga saliva, con lágrimas en los ojos. Se gira Luis Ángel.Y él la mira con suavidad. Presiente la preocupación de María Teresa y es lo último que quiere que ella sienta, ni miedo, ni preocupación. Sin embargo, es inevitable y t
Esto no podía ser. No puede conseguir alguna razón para esto.—No puedo creerlo —María Teresa la toma entre sus manos—. ¿Cómo es posible que tenga mi cadena? La tenía en el pueblo, en el convento. La monja que me crió la tenía.—La verdad es que no lo entiendo. María Teresa, pero tienes una imagen allí.—Sí, es…una foto. Nunca supe de quién se trataba.—María Teresa —Juan Miguel está a punto de abrir la boca pero Ricardo se acerca.Le da una mirada de pena a Juan Miguel, dándole a entender que dejarán esa conversación para otro día. Antes de girarse se limpia las lágrimas un poco. Con manos cálidas las reposa con cuidado en el brazo de Ricardo, sentándose. —Todo está bien —es lo primero que dice María Teresa—, está siendo atendida. Abigail es fuerte y resistirá a todo esto. Ricardo cierra sus ojos y no es capaz de entender lo que dice María Teresa porque tiene la mente en otra parte, en la angustia. —Tengo miedo por mi hija —comienza Ricardo, en un murmullo—. Yo perdería la vida s
—Eso es mentira —escupe Juan Miguel—. Luis Ángel nunca amó a Angélica. Es mentira lo qué dices. —Bueno, pregúntele a él. Es lo que vi y lo que escuché —Amanta le deja las flores a una enfermera. Se encoge de hombros—. Deben felicitarlos, ya pronto se marchan de la ciudad. —Mierda, Amanta, te has vuelto insoportable —reprocha Juan Miguel—. ¿Por qué dices esto?—¿Crees que miento? —Amanta le pregunta—. Ve a la casa grande, ahí están todos. María Teresa ya ni siquiera la ve, sólo se ha quedado paralizado en ese lugar. —Estaré atenta a lo que le pase a Abigail —y se acerca para besar la mejilla de Juan Miguel—, no olvides decirme.Después de gira para ver a María Teresa.—Te lo advertí, y no me escuchaste. Y no era por rabia, tómalo como un consejo.Se marcha.Juan Miguel es quien se gira para observar el rostro de María Teresa y se apresura en toma su hombro.—Oye… —No, Juan Miguel, estoy bien. Sólo…sólo no menciones nada, por favor. Y se sienta. Se pone las manos en la frente. ¿Q
María Teresa alza su mirada con cinismo cuando oye su voz. Ahora, después de lo que se enteró. Su rabia incrementa quizás más de lo que pensó. —Roselia, dejanos solos —Luis Ángel dictamina con fuerza. —Como ordene, señor. María Teresa le entrega al niño con cuidado y Ángel sigue sin despertarse, y gracias a Dios que es de esa forma. Le sonríe a Roselia con rapidez antes de verla ocultarse en algunos de los cuartos. Luis Ángel se queda en silencio un momento. Jamás se cansaría ni se acostumbraría al hombre varonil que yace delante de sus ojos y menos ahora, que tiene su cabello negro desordenado y está de brazos cruzados. —¿Qué estás haciendo? —pregunta Luis Ángel con fuerza. María Teresa entrecierra los ojos. —Busco a mi hijo —responde también con fuerza. —¿Por qué te lo llevas? —Luis Ángel Torrealba, quítate de mi camino. No vas a impedir que un hijo esté con su madre y mucho menos que me lo lleve. —¿De qué estás hablando? Es que casi se le cae el rostro a María Teresa
Decide no ir al apartamento sino a la casa de Ricardo, y le manda un mensaje a Eva para que se acerque junto a ella, la había dejado bastante preocupada cuando decidió marcharse de aquella manera. Mece a su hijo con suavidad, de pie. Paulina es bastante amable en preguntar cómo se encuentra y cuáles noticias tiene ante el estado de Abigail. Responde con la esperanza trazando su voz, dando ánimos y diciendose para ella que habrá y tendrán el milagro de oír a Abigail sana y curada. Cuando puede acercarse a tomar un vaso de café en esa temprana madrugada, suspira ya, con ojos cansados. Coloca a Ángel en su cuna. Lo besa. Que su hijo experimentara esa clase de vida donde sus padres están separados no era lo que tenía en mente…porque se había prometido darle a su hijo un hogar y una familia desde el instante en que aquella enfermera lo puso en sus brazos por primera vez. Es su mundo, su bebé lo es todo para ella, y si puede mantenerlo lejos de aquellas víboras que tanto daño le hicier
Maria Teresa consigue echarse a reír por lo bajo, sumamente impresionada por lo que apenas escuchó. —¿De qué hablas? —y se aleja lo necesario para procesar la palabra “matrimonio".—Sabes que mi familia también es proveedora de café —Pablo se mete las manos en el bolsillo mientras se recuesta en el escritorio—. Veo que es imprescindible para la compañía mantener a más proveedores listos para asociarse. —¿Y es necesario que nos casemos? —Maria Teresa le sonríe a Ángel, que sigue distraído en su juguete—. Pero eres médico, ¿Algo sobre administración te llamó la atención?Recibe una pequeña risa por parte de él.—Garantizo mis bienes de todas las maneras posibles, y no es que la medicina y la administración no se lleven de la mano. El hospital donde soy director necesita algunos cambios existiendo la posibilidad de aumentar los ingresos, pues —Paul se encoge de hombros—, ¿no te gustaría?María Teresa inclina el rostro, apretando los labios.—Pablo, es que es un compromiso muy serio. No