—¿De qué hablas? Entre la conmoción de las palabras, María Teresa tiene que alejarse del pecado hecho hombre. —Lo que escuchaste —Luis Ángel se coloca las manos en la cintura mientras no aparta la mirada de ella—. Carolina, mi prima, me lo confesó estando ebria. Angelica puede ser la causante. Eso basta para que María Teresa sienta un revuelo de emociones en su estómago que no la dejan simplemente por el hecho de saber que es mentira lo que vio, lo que Amanda dijo y lo que ahora todo el mundo sabe. El sabor amargo de pensarlo en brazos de otra mujer se apodera de ella. —Es que no lo entiendo —comienza María Teresa. Luego intensifica su mirada, dándole a entender que todavía tiene sus dudas—. ¿Y tienes que casarte para esto? —Comprometido —aclara Luis Ángel—. No me casaré: al menos esa es la única manera de que se abra ante mí. María Teresa casi pierde la razón. —No estás hablando en serio. —Yo sí. Pero creo que en realidad tú no hablas en serio porque Pablo no para de r
—¿Qué haces aquí? Escupe María Teresa de una manera que no controla, porque siente cada poro de su cuerpo inundado en la irritación, en el repudio. Ninguna palabra y ningún sentimiento de odio puede definir con exactitud lo que siente y le hace sentir. Antonio quiere tocar a su hijo pero ella lo aparta dando pasos hacia atrás.—Te hice una pregunta. ¿Qué haces aquí y qué es lo que quieres? No tengo nada qué ver contigo —descansa la mano en el cabello de Ángel mientras éste vuelve a distraerse con su peluche. —Desde que llegue a la ciudad no he parado de buscarte, pero al parecer el dinero te cambió por completo. Es una pena porque ni siquiera te acordaste de que tenías marido.—Yo no soy tu mujer, infeliz —María Teresa fulmina el rostro de Antonio como si con eso pudiera enterrarlo vivo y a tres metros bajo tierra. Se acerca hacia la cartera del bebé y no se preocupa en mantenerle ya la mirada, le genera repulsión, arcadas, solo asco. Cuando vuelve a girarse, lo enfrenta una vez má
Desde que salió del parque hay algo en su mente que no la deja parar de sobrepensar. Cree que sólo se trata de una buena noticia de la salud de Abigail. María Teresa necesita y tiene qué saber que Abigail está bien y sana. El asunto de Leonardo es algo que tiene su mente al borde de la explosión, puede aparentar que no le afecta en lo absoluto, pero es muy distinto tener que afrontarlo ahora. ¿Por qué de la noche a la mañana Antonio está interesado en aparecerse? Conociéndolo, es capaz de hacer todo para separarla de su hijo. Mueve la cabeza para detener los pensamientos. El taxi todavía no está tan cerca y aprovecha mandar un mensaje a Eva. “¿Dónde estás?” “Estaba en el apartamento pero no te encontré allí. ¿Dónde estás tú?” Es lo que responde Eva. “Iré a la clínica. Si alguien que no conoces o algún extraño aparece no dudes en llamarme y avisar a la policía.” “Teremari, me estás asustando. ¿Sucede algo?” “Haz lo que te digo. Te llamaré cuando salga de la clínica.” Y dejan
Las palabras para este momento no son más que débiles para definir el momento que están viviendo. En brazos de Ricardo, su mundo vuelve a florecer una vez más, la conexión que habían sentido no se trataba sólo de confianza y cariño, sino de algo más. Y era precisamente esto: estar rodeando a la familia que siempre había creído que no sentía, porque desde niña siempre fue despojada de el amor fraternal y hogareño de una familia. Han tenido que dejar a Abigail en manos de las enfermeras para chequear sus proceso pero duraron unos cinco minutos oyendo lo que tenía a los dos.—¿Cómo te enteraste? —preguntó Ricardo—. Hija, ¿Cómo es posible?—¿No creíste que tantas coincidencias con María Teresa se debían a algo? Yo lo creí desde el primer momento —Abigail respondió con suavidad—. Fui al pueblo en donde María Teresa se había criado y conseguí a la monja que la crió. Ella me dio la cadena, papá. Idéntica a la que yo poseo —Abigail miró a María Teresa, tomando su mano—. Deberás mostrarsela.
—No me iré sin antes dejarle a esa pordiosera que nunca debió haberse metido conmigo ni arrebatarme lo que me pertenece por ser hombre. Maximino nunca antes estaba tan furioso. María Teresa le había arrebatado todo lo que había querido en la vida y Abigail fue la segunda quien vino detrás de ella. Está mirando el ventanal de su oficina, apretando el télefono. Le han comunicado ya que Abigail salió del estado de emergencias. —Fuiste tú quien intentó matarlas, y eres un criminal. ¿Crees que vas a tener la decencia ahora? —Carmen le golpea el hombro herido—. Debemos hacer algo, antes de que esa imbécil nos eche a ti a mí de la propiedad. Maximino deja de ver la ventana para comenzar a caminar alrededor de la oficina. —Se despertó —repite, con hastío—. Y en cualquier momento abrirá la boca, no si es que lo hizo. Le vi esa m*****a cadena a María Teresa —escupe, rabioso. Luego tira el télefono al suelo—, de seguro ya saben la verdad —mira a su madre—, y de seguro te metió ahí en ese mis
Ya ha atardecido considerablemente cuando Luis Ángel se dirige hacia el apartamento. Puede descansar por hoy de la compañía, de los accionistas y en sí de todo lo que tenga que ver con la empresa. Trata de llamar a María Teresa pero no contesta, y se sorprende al ver a Roselia con el niño.—¡Señor! —expresa Roselia una vez lo ve entrar a la sala—. Su madre, la señora Torrealba, estaba aquí hace unos instantes. Fue ella quien me dejó al niño.—¿Mamá? —pregunta Luis Ángel con algo de confusión. Toma a Ángel entre sus brazos—. ¿Y María Teresa? —No estaba junto a ella, señor. Dijo que estaba en la clínica, con la señorita Carvajal —Roselia hace saber con tranquilidad—. Señor, debo decirle algo.Luis Ángel deja de ver su teléfono para atisbar a Roselia.—¿Qué sucede?—Es que —comienza Roselia, con gestos nerviosos—. Hoy en la clínica yo fui al baño sólo un momento, y cuando volví había un hombre frente a la señora María Teresa, ¡Incluso la insultó! No pudimos obtener los resultado del niñ
—Soy el hombre más feliz del mundo —Luis Ángel entre lágrimas sonríe—. Me has hecho el hombre más feliz del mundo, mi ángel.María Teresa limpia sus lágrimas y luego deposita otro beso en sus labios.—¿Y en dónde está Ángel? —pregunta María Teresa llena de ilusión, mirando detrás de su hombro y hacia todas partes—. Debemos ir con él, y mostrarles a todos la verdad. ¡Debemos hacerlo! Luis Ángel la mira un momento, tratando de buscar las palabras. —Tenemos qué hablar de eso —Luis Ángel suaviza el tono de su voz, siempre era así con María Teresa. Toma aire antes de hablar—. Leonardo ordenó que se lleve al cabo el caso de la custodia el día de mañana.El rostro de María Teresa cambia por completo cuando oye esto. —¡Es mentira! ¡No pueden hacer eso! —María Teresa niega rotundamente—. Es nuestro hijo, Luis Ángel. Aquí está la prueba de la verdad. ¡Su prueba de ADN es una farsa! Y eso es un delito. —Tenía motivos para luchar por mi hijo, porque nadie me los iba a quitar. Ahora se absten
—¿¡De qué hablas, Eva?! —la toma de los brazos.—No consiguen a Angelito por ningún lado. Los policías dicen que la mujer que lo cuidaba estaba tirada en el piso, desmayada. Además, la casa del señor Carvajal está…está…—Roselia —jadea María Teresa—. ¿Qué quieres decir con la casa…?—Está incendiándose —Eva se lleva la mano hacia los labios—. Tu casa se incendia, María Teresa. Luis Ángel me pidió que no te dejara ir y que mucho menos te-María Teresa suelta a Eva y por poco trastabilla hacia un lado. Pero Eva la sostiene mucho antes de que pueda golpearse con la pared.—Mi hijo, mi papá…Siente desfallecer. —Por Dios —jadea. ¿Hasta cuándo? ¿Por qué si hace sólo unos momentos estaba compartiendo con Luis Ángel la felicidad…? Ya no usa el ascensor sino las escaleras mientras Eva la sigue por detrás, gritándole que se detenga.Se monta en el auto y junto a Eva acelera hacia la casa de los Carvajal. Cuando llega, ni siquiera las llamas dejan acercarse a la casa. El fuego devora todo a s