Esto no podía ser. No puede conseguir alguna razón para esto.—No puedo creerlo —María Teresa la toma entre sus manos—. ¿Cómo es posible que tenga mi cadena? La tenía en el pueblo, en el convento. La monja que me crió la tenía.—La verdad es que no lo entiendo. María Teresa, pero tienes una imagen allí.—Sí, es…una foto. Nunca supe de quién se trataba.—María Teresa —Juan Miguel está a punto de abrir la boca pero Ricardo se acerca.Le da una mirada de pena a Juan Miguel, dándole a entender que dejarán esa conversación para otro día. Antes de girarse se limpia las lágrimas un poco. Con manos cálidas las reposa con cuidado en el brazo de Ricardo, sentándose. —Todo está bien —es lo primero que dice María Teresa—, está siendo atendida. Abigail es fuerte y resistirá a todo esto. Ricardo cierra sus ojos y no es capaz de entender lo que dice María Teresa porque tiene la mente en otra parte, en la angustia. —Tengo miedo por mi hija —comienza Ricardo, en un murmullo—. Yo perdería la vida s
—Eso es mentira —escupe Juan Miguel—. Luis Ángel nunca amó a Angélica. Es mentira lo qué dices. —Bueno, pregúntele a él. Es lo que vi y lo que escuché —Amanta le deja las flores a una enfermera. Se encoge de hombros—. Deben felicitarlos, ya pronto se marchan de la ciudad. —Mierda, Amanta, te has vuelto insoportable —reprocha Juan Miguel—. ¿Por qué dices esto?—¿Crees que miento? —Amanta le pregunta—. Ve a la casa grande, ahí están todos. María Teresa ya ni siquiera la ve, sólo se ha quedado paralizado en ese lugar. —Estaré atenta a lo que le pase a Abigail —y se acerca para besar la mejilla de Juan Miguel—, no olvides decirme.Después de gira para ver a María Teresa.—Te lo advertí, y no me escuchaste. Y no era por rabia, tómalo como un consejo.Se marcha.Juan Miguel es quien se gira para observar el rostro de María Teresa y se apresura en toma su hombro.—Oye… —No, Juan Miguel, estoy bien. Sólo…sólo no menciones nada, por favor. Y se sienta. Se pone las manos en la frente. ¿Q
María Teresa alza su mirada con cinismo cuando oye su voz. Ahora, después de lo que se enteró. Su rabia incrementa quizás más de lo que pensó. —Roselia, dejanos solos —Luis Ángel dictamina con fuerza. —Como ordene, señor. María Teresa le entrega al niño con cuidado y Ángel sigue sin despertarse, y gracias a Dios que es de esa forma. Le sonríe a Roselia con rapidez antes de verla ocultarse en algunos de los cuartos. Luis Ángel se queda en silencio un momento. Jamás se cansaría ni se acostumbraría al hombre varonil que yace delante de sus ojos y menos ahora, que tiene su cabello negro desordenado y está de brazos cruzados. —¿Qué estás haciendo? —pregunta Luis Ángel con fuerza. María Teresa entrecierra los ojos. —Busco a mi hijo —responde también con fuerza. —¿Por qué te lo llevas? —Luis Ángel Torrealba, quítate de mi camino. No vas a impedir que un hijo esté con su madre y mucho menos que me lo lleve. —¿De qué estás hablando? Es que casi se le cae el rostro a María Teresa
Decide no ir al apartamento sino a la casa de Ricardo, y le manda un mensaje a Eva para que se acerque junto a ella, la había dejado bastante preocupada cuando decidió marcharse de aquella manera. Mece a su hijo con suavidad, de pie. Paulina es bastante amable en preguntar cómo se encuentra y cuáles noticias tiene ante el estado de Abigail. Responde con la esperanza trazando su voz, dando ánimos y diciendose para ella que habrá y tendrán el milagro de oír a Abigail sana y curada. Cuando puede acercarse a tomar un vaso de café en esa temprana madrugada, suspira ya, con ojos cansados. Coloca a Ángel en su cuna. Lo besa. Que su hijo experimentara esa clase de vida donde sus padres están separados no era lo que tenía en mente…porque se había prometido darle a su hijo un hogar y una familia desde el instante en que aquella enfermera lo puso en sus brazos por primera vez. Es su mundo, su bebé lo es todo para ella, y si puede mantenerlo lejos de aquellas víboras que tanto daño le hicier
Maria Teresa consigue echarse a reír por lo bajo, sumamente impresionada por lo que apenas escuchó. —¿De qué hablas? —y se aleja lo necesario para procesar la palabra “matrimonio".—Sabes que mi familia también es proveedora de café —Pablo se mete las manos en el bolsillo mientras se recuesta en el escritorio—. Veo que es imprescindible para la compañía mantener a más proveedores listos para asociarse. —¿Y es necesario que nos casemos? —Maria Teresa le sonríe a Ángel, que sigue distraído en su juguete—. Pero eres médico, ¿Algo sobre administración te llamó la atención?Recibe una pequeña risa por parte de él.—Garantizo mis bienes de todas las maneras posibles, y no es que la medicina y la administración no se lleven de la mano. El hospital donde soy director necesita algunos cambios existiendo la posibilidad de aumentar los ingresos, pues —Paul se encoge de hombros—, ¿no te gustaría?María Teresa inclina el rostro, apretando los labios.—Pablo, es que es un compromiso muy serio. No
—¿De qué hablas? Entre la conmoción de las palabras, María Teresa tiene que alejarse del pecado hecho hombre. —Lo que escuchaste —Luis Ángel se coloca las manos en la cintura mientras no aparta la mirada de ella—. Carolina, mi prima, me lo confesó estando ebria. Angelica puede ser la causante. Eso basta para que María Teresa sienta un revuelo de emociones en su estómago que no la dejan simplemente por el hecho de saber que es mentira lo que vio, lo que Amanda dijo y lo que ahora todo el mundo sabe. El sabor amargo de pensarlo en brazos de otra mujer se apodera de ella. —Es que no lo entiendo —comienza María Teresa. Luego intensifica su mirada, dándole a entender que todavía tiene sus dudas—. ¿Y tienes que casarte para esto? —Comprometido —aclara Luis Ángel—. No me casaré: al menos esa es la única manera de que se abra ante mí. María Teresa casi pierde la razón. —No estás hablando en serio. —Yo sí. Pero creo que en realidad tú no hablas en serio porque Pablo no para de r
—¿Qué haces aquí? Escupe María Teresa de una manera que no controla, porque siente cada poro de su cuerpo inundado en la irritación, en el repudio. Ninguna palabra y ningún sentimiento de odio puede definir con exactitud lo que siente y le hace sentir. Antonio quiere tocar a su hijo pero ella lo aparta dando pasos hacia atrás.—Te hice una pregunta. ¿Qué haces aquí y qué es lo que quieres? No tengo nada qué ver contigo —descansa la mano en el cabello de Ángel mientras éste vuelve a distraerse con su peluche. —Desde que llegue a la ciudad no he parado de buscarte, pero al parecer el dinero te cambió por completo. Es una pena porque ni siquiera te acordaste de que tenías marido.—Yo no soy tu mujer, infeliz —María Teresa fulmina el rostro de Antonio como si con eso pudiera enterrarlo vivo y a tres metros bajo tierra. Se acerca hacia la cartera del bebé y no se preocupa en mantenerle ya la mirada, le genera repulsión, arcadas, solo asco. Cuando vuelve a girarse, lo enfrenta una vez má
Desde que salió del parque hay algo en su mente que no la deja parar de sobrepensar. Cree que sólo se trata de una buena noticia de la salud de Abigail. María Teresa necesita y tiene qué saber que Abigail está bien y sana. El asunto de Leonardo es algo que tiene su mente al borde de la explosión, puede aparentar que no le afecta en lo absoluto, pero es muy distinto tener que afrontarlo ahora. ¿Por qué de la noche a la mañana Antonio está interesado en aparecerse? Conociéndolo, es capaz de hacer todo para separarla de su hijo. Mueve la cabeza para detener los pensamientos. El taxi todavía no está tan cerca y aprovecha mandar un mensaje a Eva. “¿Dónde estás?” “Estaba en el apartamento pero no te encontré allí. ¿Dónde estás tú?” Es lo que responde Eva. “Iré a la clínica. Si alguien que no conoces o algún extraño aparece no dudes en llamarme y avisar a la policía.” “Teremari, me estás asustando. ¿Sucede algo?” “Haz lo que te digo. Te llamaré cuando salga de la clínica.” Y dejan