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58. Perdiendo el conocimiento

Sin embargo, Angélica sigue sonriendo. Esa necesidad que querer hacerla rebosar en impertinencia, en hacer que María Teresa pierda la poca paciencia que ha tenido con ella no se va del rostro de Angélica, quien se cruza de brazos y da un paso hacia adelante para estar a la altura de María Teresa, quien no se deja intimidar y no le ha quitado la furibunda mirada de encima.

—Quién lo diría —comienza Angélica, destilando la misma energía oscura de esas primeras veces. María Teresa no es tonta como para no reconocer esa misma voz, porque justo después de haber sido secuestrada, pudo escuchar ese mismo tono de voz—, las ratas empiezan a salir cuando quieren saciar el hambre.

Imelda las ve a ambas, y no duda en sentir un poco de nervios al observar a María Teresa, porque después de aquella vez, es posible que sospeche de ella, pero María Teresa no la ve a ella, sino que sigue con sus ojos fijos en Angélica.

—Al menos que quieras que le diga a todo el mundo que quisiste asesinarme en la cár
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