La luz del sol ilumina el espacio dentro del auto donde está Luis Ángel. Tiene aparcado el coche frente a uno de los edificios en el centro. Observa el lugar con no más que hastío y repulsión. Aún así se baja del coche, estira su blazer a juego con su traje de oficina y se coloca sus lentes. Empieza a caminar y conforme avanza sus dedos se vuelven puños, aseverando el sentimiento que lo acorrala cada vez más. Los guardian los dejan entrar cuando se dan cuenta de quién es en realidad, y mientras los segundos se estiran para su confrontación, la secretaria le indica el camino hacia la oficina, la ve ruborizarse y pedirle que espere mientras su jefe vuelve de otras obligaciones. —¿Quiero algo de tomar, señor Torrealba? —le pregunta la secretaria. —Estoy bien. La decepción inunda las facciones de la secretaria y se despide notando la seriedad en las facciones de Luis Ángel. Una vez solo, no le agrada la idea de encontrarse con este hombre. La necesidad de confrontar de una manera p
La principal razón de Abigail para no decir de sus planes esa vez que había salido de viaje sólo fue un solo: visitaría el pueblo de María Teresa.Pasó días sin dormir desde que María Teresa había confesado de donde provenía. Tantas cosas que la relacionaba a un posible o a una imposible idea. ¿Cómo no escuchar a su corazón? En el fondo conocía las posibilidades si tan sólo encontrara una pista, o una prueba más que la que tenía en su alma. Había marchado hacia el pueblo y se hospedó en una de los contados hoteles del lugar porque no había muchos. ¿Una iglesia? ¿Un convento? Preguntó varias veces y guiándose por las indicaciones llegó hacia un convento de monjas llamado “Las Carmelitas.” —¿Puedo ayudarla con algo, señorita? —y preguntó una de las mujeres, al verla entrar y pedir que se le presentara a cualquier monja.Abigail suavizó la mirada, todavía sin saber por dónde comenzar. Así que dijo lo primero que se le vino a la mente. —¿Usted conoce a una mujer llamada María Teresa?
En su pecho algo sobresalta. Y gracias a esto logra afincarse en los codos, fruncir su mirada y buscar los ojos confusos de Amapola. ¿De qué se trata esto? ¿No se supone que Amapola es la primera persona en este mundo que conoce a Leonardo, al padre de su hijo? Ninguna coherencia lidera su entendimiento y no parece ni siquiera correspondiente a todo lo que ya le habían hecho, a todo lo que su hijo y ella han tenido que pasar. Sus ojos viajan hacia Amapola. —¿No sabes quién es Leonardo? Esperando una respuesta considerable, Amapola parece suspirar, todavía en estado de confusión. Se coloca su bolso de hombro. —No sé de qué hablas, María Teresa —aún así Amapola se acerca hacia la camilla y coloca su mano en su brazo. Sonríe—. No sólo vine a verte, sino para hablar. Pero no ahora porque no es el momento.Te esperaré en el bar, así que tienes que salir de aquí y recuperarte. ¿Entiendes? —No, espera. Necesitas decirme ahora porque conozco ese rostro. Amapola…—Ah, María Teresa —Amapol
Y el aferre a su hijo es inminente, porque no hay ningún motivo ahora que le genere tranquilidad. Antonio es la única persona en la tierra a la que tanto miedo le ha tenido. Ese pasado oscuro, lleno de mentiras y dolores, se había quedado donde pertenecía, en el pasado. Y ahora, un presente irradiando esperanzas, una vida que nunca imaginó desde pequeña y mucho menos al lado de Antonio, se ve eclipsado por su simple nombre. María Teresa se vuelve a girar hacia Roselia y trata de sonreír. —Hiciste muy bien en no dejarlo pasar. Desde ahora pondremos más seguridad al apartamento —se acerca hacia Roselia para darle una sonrisa—. Te prometo que una cosa como esa no volverá a pasar. —Ah, señora, pero ese hombre no me daba buena espina. Su mirada era extraña, pero sólo pensé en Angelito —Roselia y María Teresa comienzan el rumbo hacia la salida—. ¿Hay algo que desea que haga yo? —Sólo que sigas estando alerta ante cualquier cosa, y si es necesario colocarte un guardaespaldas, lo haré. Ha
Cada recuerdo está vívido en su mente al oír esa voz, al mirar esos ojos y al sentir la cercanía de ese aliento sobre su piel. Cualquier tortura a sangre fría era mejor que estar enfrente de un hombre como él, del hombre dueño de cada pesadilla y de la maldad que por tantos años tuvo que vivir, resignarse a que ese sería su destino hasta el día de su muerte. El trauma de su voz, de las noches en vela, de sus gritos para alejarlo de su cuerpo, del temor y el horror de dormir con él a la fuerza, cada maltrato, golpe y herida que no sólo lastimó su cuerpo sino su alma para siempre aparecía repentinamente. Se siente pequeña, vulnerable, ese mismo sentimiento al que se acostumbró por años, un escalofrío recorre su cuerpo como un torrente de electricidad. Sus ojos están abiertos, sus manos tiemblan y sus labios están resecos y pálidos. Su aliento se esfuma.—¿Qué haces aquí? Tiembla. Ese oscuro pasado. Traga saliva. María Teresa da un paso hacia atrás y coloca una mano en el escritorio.
María Teresa se lleva la mano hacia su corazón. Incluso sus manos tiemblan al igual que su voz. —¿Despertó…?—solloza al instante—, ¿Despertó? —y la esperanza inunda sus facciones.Toma su bolso y se encamina hacia Juan Miguel.—¿Cómo está? —Luis Ángel es quien le pregunta a Juan Miguel. —Que se haya despertado es un signo de bienestar, pero sigue estando muy débil —Juan Miguel le abre la puerta a María Teresa. La ve con nostalgia—, el doctor no nos quita la posibilidad pero debemos estar preparados para cualquier cosa…No es lo que quiere escuchar, ni siquiera quiere pensar en lo que le va a deparar su vida si por alguna razón se entera de que Abigail no alcanzó a tener la oportunidad como ella. Sus ojos se cubren del miedo. —Debo ir con ella —María Teresa traga saliva, con lágrimas en los ojos. Se gira Luis Ángel.Y él la mira con suavidad. Presiente la preocupación de María Teresa y es lo último que quiere que ella sienta, ni miedo, ni preocupación. Sin embargo, es inevitable y t
Esto no podía ser. No puede conseguir alguna razón para esto.—No puedo creerlo —María Teresa la toma entre sus manos—. ¿Cómo es posible que tenga mi cadena? La tenía en el pueblo, en el convento. La monja que me crió la tenía.—La verdad es que no lo entiendo. María Teresa, pero tienes una imagen allí.—Sí, es…una foto. Nunca supe de quién se trataba.—María Teresa —Juan Miguel está a punto de abrir la boca pero Ricardo se acerca.Le da una mirada de pena a Juan Miguel, dándole a entender que dejarán esa conversación para otro día. Antes de girarse se limpia las lágrimas un poco. Con manos cálidas las reposa con cuidado en el brazo de Ricardo, sentándose. —Todo está bien —es lo primero que dice María Teresa—, está siendo atendida. Abigail es fuerte y resistirá a todo esto. Ricardo cierra sus ojos y no es capaz de entender lo que dice María Teresa porque tiene la mente en otra parte, en la angustia. —Tengo miedo por mi hija —comienza Ricardo, en un murmullo—. Yo perdería la vida s
—Eso es mentira —escupe Juan Miguel—. Luis Ángel nunca amó a Angélica. Es mentira lo qué dices. —Bueno, pregúntele a él. Es lo que vi y lo que escuché —Amanta le deja las flores a una enfermera. Se encoge de hombros—. Deben felicitarlos, ya pronto se marchan de la ciudad. —Mierda, Amanta, te has vuelto insoportable —reprocha Juan Miguel—. ¿Por qué dices esto?—¿Crees que miento? —Amanta le pregunta—. Ve a la casa grande, ahí están todos. María Teresa ya ni siquiera la ve, sólo se ha quedado paralizado en ese lugar. —Estaré atenta a lo que le pase a Abigail —y se acerca para besar la mejilla de Juan Miguel—, no olvides decirme.Después de gira para ver a María Teresa.—Te lo advertí, y no me escuchaste. Y no era por rabia, tómalo como un consejo.Se marcha.Juan Miguel es quien se gira para observar el rostro de María Teresa y se apresura en toma su hombro.—Oye… —No, Juan Miguel, estoy bien. Sólo…sólo no menciones nada, por favor. Y se sienta. Se pone las manos en la frente. ¿Q