La última vez que se había sentido así fue hace tanto tiempo atrás, en la soledad que emanaba estar todos esas noches con su embarazo, porque tanto las hermanas de Antonio y su madre la dejaban en aquel rancho que parecía un infierno cuando llovía como cuando apenas la luna se dejaba ver. Antonio se aprovechó de ella en varias ocasiones. Como se había criado en el convento de las monjas toda su vida, al conocer a Antonio un día cuando fue a misa, su vida cambió para siempre. La había enamorado, y la había convencido de que se casarían y tendrían varios hijos. Enamorada tan profundamente de él, aceptó dejar el convento con la condición de que serían marido y mujer, y así Antonio se lo había prometido. La monja, Ximena, quien la acogió desde niña, le advirtió que debían irse justo cuando fuese el día de su boda. María Teresa se convenció de que en cualquier momento se casarían y Antonio manipuló a la monja aprovechándose del interés de María Teresa para llevársela.Nunca hubo boda, y e
Luis Angel está que echa humos por todas partes. Nadie le dice nada. Dos abogados están al frente y nadie puede dar una respuesta concreta a lo que ocurre. Sus manos se vuelven puños sobre la mesa. Sus ojos verdes, oscuros y penetrantes, hacen inferior a cualquiera que se atreva a mirarlo. Y mucho menos si alguien dice lo que no quiere escuchar. Está que pierde la razón. Juan Miguel lo calma. Ha estado junto a él desde que dejó la casa grande. Hecho un mar de rabia y en silencio poco podía hacer ante su amigo. Nunca antes había visto a Luis Ángel de esta manera. —¿Qué estás pensando hacer? —le pregunta por encima de las voces. Luis Ángel finalmente toma un lento suspiro. —Está es una mala jugada que le están haciendo…—Pero no comprendo. Encontraron las huellas de María Teresa en esas joyas. Todo apunta que ea ella —es lo que sea saber Juan Miguel con confusión. —No —Luis Ángel arrebata un sonido inmenso lleno de seriedad.Juan Miguel alza las manos. —Pero hay que esperar su ju
—¿De qué está hablando? —Patricio se acerca hacia ella—. ¿De qué está hablando, Luis Ángel? Pero él tan sólo observa a su hermana, aún en estado de conmoción.—¿La madre de Ángel? ¿María? —pregunta Elisa, comenzando a sentarse gracia al shock. Patricio tiene que tomarla una vez se dirige hacia ella. —¡Luis Ángel! ¡Dale una explicación a tu madre! —expresa furioso. Luis Ángel traga saliva, pero por fuera no quiere aparentar estar afectado por lo que Amanda se atrevió a decirle. Lo que hace es entreabrir los labios para formular una contundente respuesta.—Es mi hijo. Ya tiene nuestro apellido.—No lleva nuestra sangre. No la lleva. ¿¡Cómo pudiste dejarte engañar así!?—Es un Torrealba. Ángel es mi hijo —Luis Ángel se mantiene firme en su sentencia. No dejaría que Amanda se atreviera a mencionar algo más—. Lo que dice no es más que una farsa porque es de mi hijo de quién estás hablando. —¿Una farsa? —Amanda dice incrédula—. Que tu abogado te lea el documento en donde muestra que el
—Hay buenas noticias, María Teresa. Tu juicio será llevado a cabo en un par de días. Pero es posible que se apele bajo fianza.Las manos de Abigail bajan hasta tocar las suyas, y María Teresa recuerda que las palabras sencillas son más necesarias que los pensamientos de esa noche. Todavía cabizbaja, pero recuperada por unos momentos, le toma devuelta la mano de Abigail sobre la mesa. Incluso Pablo está al lado de Abigail.—¿Eso es posible? —pregunta Pablo al terminar de oírla. Es claro que está bastante expectante a lo que suceda. —Sólo si el juez así lo elige, o si observa que María Teresa es inocente con las pruebas que tiene en su mano —Abigail responde a Pablo. Vuelve a mirar a María Teresa con suavidad—, por los momentos permanecerás aquí un par de días más, espero puedas entender que estamos haciendo todo lo posible.Pero María Teresa tiene un corazón roto. Apenas puede domir o responder bien. Pero en vez de estar triste, lo único que siente es rabia.Alza la mirada cuando escu
SEGUNDA PARTE.Solamente han pasado quince días desde que María Teresa salió de la prisión. Abigail terminó por decirle lo que debían hacer después de aquel pago. Pudo entenderlo. Una vez en la nueva mansión de los Carvajal, sintió un aura distinta. No tenía nada, tan sólo la bolsa de ropa. Y la nueva que Abigial le había comprado. Al llegar, lo primero a quien vieron fue a Ricardo Carvajal.—María Teresa —pronunció contento Ricardo, mientras la atrajo hacia ella para abrazarla.—Don Ricardo —ella acogió el abrazo. Cerró los ojos y suspiró, con un gran alivio. Luego se alejó—. Gracias, gracias…—No, María Teresa —dijo él rápidamente—, a simple vista la inocencia se nota. En tus ojos se notan, desde el primer momento, María Teresa. Ahora, quiere encargarme de ti.—Pero don, ¿Cómo podría abusar más de su amabilidad?—Nada de eso. Para mí y para mi hija, te hemos tomado cariño. Ven, pasa. Desde ahora está será tu casa.—Jesús Credentor —expresó María Teresa.Abigail sonrió.—Es una nue
El mismo Luis Ángel ha quedado impresionado con la mujer que está viendo. No puede ser capaz de procesar las palabras. Está petrificado en su sitio pero no puede decir otra cosa o aparentar que está afectado por verla. Carraspea, se arregla, y pide que la junta continúe. El gerente sigue hablando, señalando el panel que muestra las imágenes de las acciones y no necesita tener más de un momento para saber que esa mujer es María Teresa. ¡Es ella! La mira de reojo. Su calma ha cambiado. Está hermosa, es una mujer nueva, completamente. Siempre quiso reunir las ganas de mantenerse cuerdo pero no puede. Aprieta los puños, traga saliva con seriedad. Debe ser una broma.—Son los puntos que debemos saber en este momento, señor Torrealba. Para que las ganancias sigan siendo efectivas con las estrategias. —Puedo decir que una estrategia como tal está maravillosa, pero si lo que se quiere es perder la mitad de sus ganancias, claro. Todos las miradas reposan en quien dijo eso. Hasta Luis Ánge
Mentiría si su cuerpo no extrañaba ese tipo de beso. Hambreado, sediento, repleto de buenas sensaciones. Pese al rencor, no puede detener el deseo de su cuerpo en reaccionar cuando los labios de Luis Ángel se apoderan de los suyos. El encuentro hace que pierda la razón. Meses estuvo lejos de lo que alguna vez creyó que no era lo correcto. Porque lo era, y no podría lidiar con lo que deparaba estar entre los brazos de Luis Ángel, que son su propia perdición. Incluso llegan hasta la mesa y se inclinan para intensificar el beso que los ceda y los coloca mucho más deseosos de lo que puede deparar el simple toque de sus besos. —Aléjate de mí —María Teresa traga saliva mientras jadea. —Siempre dice lo mismo. Siempre. ¿Es capaz de creer que no responde su cuerpo al mío? —Luis Ángel deja de besarla para admirar sus facciones. —Sigues creyendo que tienes todavía un poder en mí. Estás bastante equivocado, señor Torrealba, porque crees tan sólo una mentira. Apártate. —Quiero hacerte correr
Por ende, María Teresa abre sus ojos y gira a ver a Pablo.—¿Qué estás diciendo? —Lo he visto. Se nota. Fuiste otra mujer cuando lo viste —deja saber Pablo.—Dices boberías —rezonga María Teresa—. Eso es verdad. ¿Acaso no sabes lo que me hizo? —El corazón nunca miente, María Teresa. Nunca. Para María Teresa oír esa clase de cosas no le traen ni la más mínima tranquilidad y como Pablo cambia de tema, no le queda de otra que volver a tragar saliva, bebe su vino y acomodarse en la silla. ¿El corazón no miente? Por supuesto que lo sabe. Esa noche no durmió. María Teresa no podía sacar de su mente a Luis Ángel. Y después de lo que había ocurrido ese día y las palabras de Pablo, difícil era mantener la cordura. —Ya no quiero amarte. Ya no quiero —murmuraba en la ventana, mirando tan sólo la noche. Al día siguiente se dirigió a la compañía Torrealba para verificar algunas cosas en nombre de Abigail. Saca unas carpetas en compañía de una mujer de administración que se ofreció en ayudarl