36. La señorita Amanda

Apenas se sienta en su cama, María Teresa sonríe, tocando sus labios, tocando su cuello, donde había quedado aquellos tiernos besos. De ahora en adelante, estaba pérdida, pero pérdida en ese deseo y ese querer que comenzaba a brotar en su corazón.

—Eres una tonta, María Teresa —se murmura—, al poner tus ojos en ese hombre…—vuelve a sonreír, cerrando los ojos—, que te hizo sentir como nunca nadie lo había hecho.

Tiene que quitarse todo, desmaquillarse bien. En cualquier momento Rosario la vendría a buscar, y el encanto quedaría debajo de todo lo que había creado esa misma noche. La realidad la esperaba.

Se mira en el espejo.

Sabe muy bien que no debe seguir en esa casa. Y después de lo de anoche, donde todos la habían visto de tal manera, el único que la había reconocido fue Luis Ángel. ¿Y si alguien más lo había hecho? Quita esos pensamientos de inmediato. Más de una noche no puede pasar en la casa grande. Todo había cambiado una vez más.

Piensa en Elisa Torrealba, se siente tan mal
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