Es que la primera cosa que se le viene a la mente es un sinfín de contradicciones, ¿De qué está hablando? —¿Un robo…? —la voz de María Teresa destila confusión, entretanto las otras mujeres siguen caminando—. Eso es horrible, Rosario. —¡Ni que lo menciones! —se escuda Rosario después de oírla, con las cejas fruncidas en preocupación—. Nunca antes había pasado y los patrones están diciendo que cualquiera que sea el culpable, sufrirá las consecuencias. Pero es que yo no entiendo, no lo entiendo. ¿Sabes lo que significa? Y es la señorita Amanda, Dios mío —Rosario se lleva la mano hacia la frente. —¿Qué es lo que dicen? Si nos llaman a todas es porque sospechan que es unas de las mujeres, ¿No es cierto? —María Teresa echa una ojeada a las mujeres para corroborar de lo que está diciendo. Alguna de ellas ¿ha sido la culpable ahora?—. Esto es horrible, Rosario. —Van a preguntar muchas cosas, muchacha, porque no es la primera vez que veo la misma situación, he trabajado para otros ricos.
Observando la ciudad, sentado, Luis Ángel admira la vista con tranquilidad. Muchas cosas que hacer en la empresa lo mantiene dubitativo y concentrado en las cuentas y en la administración. Echa una ojeada a su celular. ya son las doce del mediodía. —Señor, el niño despertó —le dice Roselia detrás de él. Luis Ángel se gira y asiente con suavidad. —Tráelo —le dice. Dentro de poco, tiene en sus brazos al pequeño Ángel, que ya está con esos ojos verdes observando el alrededor. Con un brazo lo sostiene, y con el otro toma su mano. —Siento algo contigo, pequeñín. Algo extraño —le murmura—. Es algo que no puedo descifrar. Y sé que tú lo sientes también. Cuando te cargué por primera vez, sentí algo en mi pecho, indescriptible —lo mira un poco más. Sonríe—. Soy tu padre, y nada te faltará. Ni a ti…ni a tu madre. Te criaré como mi hijo, y te amaré como uno —lo coloca en frente de él—. Tienes un parecido a mi hermano Santiago. Tienes un parecido a todos nosotros pese a que me cueste acep
Se había levantado cuando de afuera los sonidos escuchados la hicieron recuperar la conciencia, adormilada. María Teresa sentía la garganta seca, retornada a la realidad. Se tocaba la cabeza, confundida. Un lugar distinto. Dolía la cabeza, también los huesos, todos. —¿En dónde estoy…? —susurró, divagando en la realidad y en la nueva sensación. Se levantó. Apenas caminó y volvió a caer de rodillas. Mareada todavía, gateó hasta la primera puerta que vio. La abrió. Una sola. Sólo notó una sola. Después de parpadear. Pudo levantarse. Jadeó cuando vio todas esas cosas. Muebles, cuadros, billetes, joyas… —Silencio —escuchó—. No, no. Debes seguir durmiendo. María Teresa sintió el arma en su mejilla. —Por Dios —jadeó de una vez. No supo ni siquiera resignarse que estaba siendo amenazada por un arma. —Vas a hacer lo que yo diga. Levanta ese maletero y salgamos de aquí. —No, no. Yo no iré contigo. —¡Te volaré la cabeza sino haces lo que yo digo! —la voz provenía de un hombre.María Tere
La última vez que se había sentido así fue hace tanto tiempo atrás, en la soledad que emanaba estar todos esas noches con su embarazo, porque tanto las hermanas de Antonio y su madre la dejaban en aquel rancho que parecía un infierno cuando llovía como cuando apenas la luna se dejaba ver. Antonio se aprovechó de ella en varias ocasiones. Como se había criado en el convento de las monjas toda su vida, al conocer a Antonio un día cuando fue a misa, su vida cambió para siempre. La había enamorado, y la había convencido de que se casarían y tendrían varios hijos. Enamorada tan profundamente de él, aceptó dejar el convento con la condición de que serían marido y mujer, y así Antonio se lo había prometido. La monja, Ximena, quien la acogió desde niña, le advirtió que debían irse justo cuando fuese el día de su boda. María Teresa se convenció de que en cualquier momento se casarían y Antonio manipuló a la monja aprovechándose del interés de María Teresa para llevársela.Nunca hubo boda, y e
Luis Angel está que echa humos por todas partes. Nadie le dice nada. Dos abogados están al frente y nadie puede dar una respuesta concreta a lo que ocurre. Sus manos se vuelven puños sobre la mesa. Sus ojos verdes, oscuros y penetrantes, hacen inferior a cualquiera que se atreva a mirarlo. Y mucho menos si alguien dice lo que no quiere escuchar. Está que pierde la razón. Juan Miguel lo calma. Ha estado junto a él desde que dejó la casa grande. Hecho un mar de rabia y en silencio poco podía hacer ante su amigo. Nunca antes había visto a Luis Ángel de esta manera. —¿Qué estás pensando hacer? —le pregunta por encima de las voces. Luis Ángel finalmente toma un lento suspiro. —Está es una mala jugada que le están haciendo…—Pero no comprendo. Encontraron las huellas de María Teresa en esas joyas. Todo apunta que ea ella —es lo que sea saber Juan Miguel con confusión. —No —Luis Ángel arrebata un sonido inmenso lleno de seriedad.Juan Miguel alza las manos. —Pero hay que esperar su ju
—¿De qué está hablando? —Patricio se acerca hacia ella—. ¿De qué está hablando, Luis Ángel? Pero él tan sólo observa a su hermana, aún en estado de conmoción.—¿La madre de Ángel? ¿María? —pregunta Elisa, comenzando a sentarse gracia al shock. Patricio tiene que tomarla una vez se dirige hacia ella. —¡Luis Ángel! ¡Dale una explicación a tu madre! —expresa furioso. Luis Ángel traga saliva, pero por fuera no quiere aparentar estar afectado por lo que Amanda se atrevió a decirle. Lo que hace es entreabrir los labios para formular una contundente respuesta.—Es mi hijo. Ya tiene nuestro apellido.—No lleva nuestra sangre. No la lleva. ¿¡Cómo pudiste dejarte engañar así!?—Es un Torrealba. Ángel es mi hijo —Luis Ángel se mantiene firme en su sentencia. No dejaría que Amanda se atreviera a mencionar algo más—. Lo que dice no es más que una farsa porque es de mi hijo de quién estás hablando. —¿Una farsa? —Amanda dice incrédula—. Que tu abogado te lea el documento en donde muestra que el
—Hay buenas noticias, María Teresa. Tu juicio será llevado a cabo en un par de días. Pero es posible que se apele bajo fianza.Las manos de Abigail bajan hasta tocar las suyas, y María Teresa recuerda que las palabras sencillas son más necesarias que los pensamientos de esa noche. Todavía cabizbaja, pero recuperada por unos momentos, le toma devuelta la mano de Abigail sobre la mesa. Incluso Pablo está al lado de Abigail.—¿Eso es posible? —pregunta Pablo al terminar de oírla. Es claro que está bastante expectante a lo que suceda. —Sólo si el juez así lo elige, o si observa que María Teresa es inocente con las pruebas que tiene en su mano —Abigail responde a Pablo. Vuelve a mirar a María Teresa con suavidad—, por los momentos permanecerás aquí un par de días más, espero puedas entender que estamos haciendo todo lo posible.Pero María Teresa tiene un corazón roto. Apenas puede domir o responder bien. Pero en vez de estar triste, lo único que siente es rabia.Alza la mirada cuando escu
SEGUNDA PARTE.Solamente han pasado quince días desde que María Teresa salió de la prisión. Abigail terminó por decirle lo que debían hacer después de aquel pago. Pudo entenderlo. Una vez en la nueva mansión de los Carvajal, sintió un aura distinta. No tenía nada, tan sólo la bolsa de ropa. Y la nueva que Abigial le había comprado. Al llegar, lo primero a quien vieron fue a Ricardo Carvajal.—María Teresa —pronunció contento Ricardo, mientras la atrajo hacia ella para abrazarla.—Don Ricardo —ella acogió el abrazo. Cerró los ojos y suspiró, con un gran alivio. Luego se alejó—. Gracias, gracias…—No, María Teresa —dijo él rápidamente—, a simple vista la inocencia se nota. En tus ojos se notan, desde el primer momento, María Teresa. Ahora, quiere encargarme de ti.—Pero don, ¿Cómo podría abusar más de su amabilidad?—Nada de eso. Para mí y para mi hija, te hemos tomado cariño. Ven, pasa. Desde ahora está será tu casa.—Jesús Credentor —expresó María Teresa.Abigail sonrió.—Es una nue