Elisa frunce el ceño ligeramente por la confusión. Es como si la reconociera de algún lado.Luis Ángel deja a Angélica con la palabra en la boca, encaminado con pasos cortos y lentos, sin quitar la mirada. El poder que emana bajo esa impresionante apariencia es abismal. Está tan bella que cualquier rosa no puede pertenecer a su jardín, porque llorarían ante su hermosura. Es de las mujeres más hermosas que ha visto en esta vida, antes o después, siempre fue la mujer más deslumbrante. —Estás preciosa.Suelta de una vez, admirándola por completo. La pronta necesidad que tiene por tomar su mano y arrebatar ese beso que lo ha de volver loco lo atonta un momento. Pero le estira su mano.Y ella no sabe qué responder. Le da su mano. Y la besa. —Sé que eres tú. Esos ojos jamás los olvidaría, y aunque quisiera, ya no podría.La admiro una vez más..—María Teresa. Ella traga saliva. —No sé si fue buena idea venir. Todos me están mirando —deja saber con prontitud, dándose cuenta que son mu
El beso los hace retroceder cada vez más, y ni siquiera pueden tener la oportunidad de controlar eso que sienten. Ya no hay marcha atrás, porque el deseo que se apoderaba de ambos no es el mejor, pero se dejan llevar. Luis Ángel la encierran en la pared mientras devora sus labios. María Teresa no tiene tiempo en que pensar, porque no puede pensar en nadie más, salvo su necesidad gigantesca de rodearlo con sus brazos, como si algo se hubiese apoderado de ella para hacer esto.—Pueden vernos —es lo que balbucea María Teresa, repleta de esa sensación intrínseca que se apodera de ella cada vez.Luis Ángel está sumergido en el deseo de poseerla como un desquiciado pero no puede decir otra cosa más. Suelta ese beso de una vez por todas. No dice nada más, tan sólo carga su cuerpo sin ningún tipo de esfuerzo. Desaparecen de aquel pasillo, porque sabe que nadie está autorizado a pasar hacia las docenas de recamaras que existen ahí. María Teresa se agarra bien de su cuerpo. Observa a Luis Ánge
Apenas se sienta en su cama, María Teresa sonríe, tocando sus labios, tocando su cuello, donde había quedado aquellos tiernos besos. De ahora en adelante, estaba pérdida, pero pérdida en ese deseo y ese querer que comenzaba a brotar en su corazón.—Eres una tonta, María Teresa —se murmura—, al poner tus ojos en ese hombre…—vuelve a sonreír, cerrando los ojos—, que te hizo sentir como nunca nadie lo había hecho.Tiene que quitarse todo, desmaquillarse bien. En cualquier momento Rosario la vendría a buscar, y el encanto quedaría debajo de todo lo que había creado esa misma noche. La realidad la esperaba.Se mira en el espejo.Sabe muy bien que no debe seguir en esa casa. Y después de lo de anoche, donde todos la habían visto de tal manera, el único que la había reconocido fue Luis Ángel. ¿Y si alguien más lo había hecho? Quita esos pensamientos de inmediato. Más de una noche no puede pasar en la casa grande. Todo había cambiado una vez más. Piensa en Elisa Torrealba, se siente tan mal
Es que la primera cosa que se le viene a la mente es un sinfín de contradicciones, ¿De qué está hablando? —¿Un robo…? —la voz de María Teresa destila confusión, entretanto las otras mujeres siguen caminando—. Eso es horrible, Rosario. —¡Ni que lo menciones! —se escuda Rosario después de oírla, con las cejas fruncidas en preocupación—. Nunca antes había pasado y los patrones están diciendo que cualquiera que sea el culpable, sufrirá las consecuencias. Pero es que yo no entiendo, no lo entiendo. ¿Sabes lo que significa? Y es la señorita Amanda, Dios mío —Rosario se lleva la mano hacia la frente. —¿Qué es lo que dicen? Si nos llaman a todas es porque sospechan que es unas de las mujeres, ¿No es cierto? —María Teresa echa una ojeada a las mujeres para corroborar de lo que está diciendo. Alguna de ellas ¿ha sido la culpable ahora?—. Esto es horrible, Rosario. —Van a preguntar muchas cosas, muchacha, porque no es la primera vez que veo la misma situación, he trabajado para otros ricos.
Observando la ciudad, sentado, Luis Ángel admira la vista con tranquilidad. Muchas cosas que hacer en la empresa lo mantiene dubitativo y concentrado en las cuentas y en la administración. Echa una ojeada a su celular. ya son las doce del mediodía. —Señor, el niño despertó —le dice Roselia detrás de él. Luis Ángel se gira y asiente con suavidad. —Tráelo —le dice. Dentro de poco, tiene en sus brazos al pequeño Ángel, que ya está con esos ojos verdes observando el alrededor. Con un brazo lo sostiene, y con el otro toma su mano. —Siento algo contigo, pequeñín. Algo extraño —le murmura—. Es algo que no puedo descifrar. Y sé que tú lo sientes también. Cuando te cargué por primera vez, sentí algo en mi pecho, indescriptible —lo mira un poco más. Sonríe—. Soy tu padre, y nada te faltará. Ni a ti…ni a tu madre. Te criaré como mi hijo, y te amaré como uno —lo coloca en frente de él—. Tienes un parecido a mi hermano Santiago. Tienes un parecido a todos nosotros pese a que me cueste acep
Se había levantado cuando de afuera los sonidos escuchados la hicieron recuperar la conciencia, adormilada. María Teresa sentía la garganta seca, retornada a la realidad. Se tocaba la cabeza, confundida. Un lugar distinto. Dolía la cabeza, también los huesos, todos. —¿En dónde estoy…? —susurró, divagando en la realidad y en la nueva sensación. Se levantó. Apenas caminó y volvió a caer de rodillas. Mareada todavía, gateó hasta la primera puerta que vio. La abrió. Una sola. Sólo notó una sola. Después de parpadear. Pudo levantarse. Jadeó cuando vio todas esas cosas. Muebles, cuadros, billetes, joyas… —Silencio —escuchó—. No, no. Debes seguir durmiendo. María Teresa sintió el arma en su mejilla. —Por Dios —jadeó de una vez. No supo ni siquiera resignarse que estaba siendo amenazada por un arma. —Vas a hacer lo que yo diga. Levanta ese maletero y salgamos de aquí. —No, no. Yo no iré contigo. —¡Te volaré la cabeza sino haces lo que yo digo! —la voz provenía de un hombre.María Tere
La última vez que se había sentido así fue hace tanto tiempo atrás, en la soledad que emanaba estar todos esas noches con su embarazo, porque tanto las hermanas de Antonio y su madre la dejaban en aquel rancho que parecía un infierno cuando llovía como cuando apenas la luna se dejaba ver. Antonio se aprovechó de ella en varias ocasiones. Como se había criado en el convento de las monjas toda su vida, al conocer a Antonio un día cuando fue a misa, su vida cambió para siempre. La había enamorado, y la había convencido de que se casarían y tendrían varios hijos. Enamorada tan profundamente de él, aceptó dejar el convento con la condición de que serían marido y mujer, y así Antonio se lo había prometido. La monja, Ximena, quien la acogió desde niña, le advirtió que debían irse justo cuando fuese el día de su boda. María Teresa se convenció de que en cualquier momento se casarían y Antonio manipuló a la monja aprovechándose del interés de María Teresa para llevársela.Nunca hubo boda, y e
Luis Angel está que echa humos por todas partes. Nadie le dice nada. Dos abogados están al frente y nadie puede dar una respuesta concreta a lo que ocurre. Sus manos se vuelven puños sobre la mesa. Sus ojos verdes, oscuros y penetrantes, hacen inferior a cualquiera que se atreva a mirarlo. Y mucho menos si alguien dice lo que no quiere escuchar. Está que pierde la razón. Juan Miguel lo calma. Ha estado junto a él desde que dejó la casa grande. Hecho un mar de rabia y en silencio poco podía hacer ante su amigo. Nunca antes había visto a Luis Ángel de esta manera. —¿Qué estás pensando hacer? —le pregunta por encima de las voces. Luis Ángel finalmente toma un lento suspiro. —Está es una mala jugada que le están haciendo…—Pero no comprendo. Encontraron las huellas de María Teresa en esas joyas. Todo apunta que ea ella —es lo que sea saber Juan Miguel con confusión. —No —Luis Ángel arrebata un sonido inmenso lleno de seriedad.Juan Miguel alza las manos. —Pero hay que esperar su ju