CAPÍTULO 77

Llegamos a un hotel en aquella hermosa localidad llamada Alentejo, la cual deseaba con fervor que me atrapara. Estaba llena de miedos como nunca antes empezando a arrepentirme por haber viajado, ¿quién me entendía? Al principio odié la moto, luego la amé con locura y después la misma máquina era la única cosa que me mantenía en constante diversión. Nuestras llegadas deberían significar descanso y contemplación. Sin embargo, a esa altura del recorrido me sentí distinta, con deseos, dudas y preguntas que se repetían y se renovaban en mi mente cada vez que mis temores atacaban.

Mientras comíamos, miré de soslayo al grupo sintiéndome correcta e incorrecta a la vez. Danilo, con ese cabello tan negro como el mío y su rostro juvenil de cejas gruesas y barbilla cuadrada, siempre desentendido, echando chistes sobre sus amistades en la universidad y contando lo feliz que le hacía comenzar las prácticas en el hospital. Joao todo juguetón y bromista, como siempre, con esa altura, rostro, ojos y
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