Me levanté, salí y cerré la puerta con cuidado y me quedé mirando la otra puerta de madera blanca, la del cuarto siguiente. Cerré los ojos pensando en lo que me tocaría vivir, en lo que tendría que decirle a mi hermano, convencida de no conocer bien su reacción por esa locura en la que me había metido. Danilo era tan impredecible…Me asustó el sonido de la puerta tras de mí, de donde apareció un Maël quien se colocó sus pantalones de pijama y así, despeinado, sin camisa y somnoliento, sentí que mis propias mariposas habían migrado para explorar otras partes de mi cuerpo.—¿No se ha levantado? —Negué con la cabeza—. Bueno, aún es temprano. Me voy a dar una ducha y a entrenar un poco. Déjale que duerma. Cuando salga del baño prepararé café.—Si quieres lo preparo yo. ¿Vas a salir hoy?—Sí, tengo que prepararme para una exposición.Sonreí y estuve a punto de proponerle que él y sus compañeros de estudios podían estudiar allí, pero recordé todo lo que eso significaría (de nuevo recordé a
La sala de mi apartamento… Corrijo. La sala de nuestro apartamento convirtió en el área de entretenimiento para las únicas personas que conocían dicho espacio: Joao, Danilo, Maël y yo. No solamente se trataba de juegos, fiestas o de (como solía llamarlo el moreno) encuentros tecnológicos. Sino de un sin fin de horas gastadas en mí, escenificando personajes en los cuales había trabajado sobre las tablas o detrás de ellas. Es decir, YO era el entretenimiento y por mucho que adorara esa profesión, esperaba que esa obsesión por verme actuar terminara algún día. ¡Y todo por culpa de mi hermano! Quien les advirtió que antes de morir, debían verme actuar. Qué exagerado. "Es algo así como una imitadora nata, pero imita lo que ella misma invienta”, llegó a decirles. Pero no fue allí cuando realmente quise matarlo. Aprovechó la oportunidad para informarles que en el vano mundo de la Internet, mi cuerpecito aparecía en videos: actuando, ensayando, dando clases y otras grabaciones más profesional
—¡Escuchen, coño! —gritó Danilo intentando llamar nuestra atención.No suponía una tarea fácil, en vista de que nuestra algarabía rellenaba el salón completo.—A ver, ¿qué tiene que decirnos nuestro doctor favorito? —preguntó Joao.La graduación de mi hermano se efectuó la tarde del primero de agosto, en medio de una organización universitaria muy ajena a la nuestra: donde mi persona fue la única reconocida por mis padres en la estancia, mientras Maël y Joao solo se limitaron a esperar en el estacionamiento.Ya entrando la noche, nos encontramos en la sala de nuestro apartamento como siempre: las mismas personas, el mismo grupito de cuatro con la excepción de una nueva incorporación casi inevitable: ROSA, la compañera de estudios de Danilo. Incorporación un poco refutada por mí, pero mi hermano me rogó que la dejara entrar esa noche en casa. ¿Cómo negarme? Al fin y al cabo ella estuvo con nosotros aquel excelente, extraño, ansioso y fatídico día en Viana cuando viajamos para las obras
Por razones de logística no salimos de viaje al día siguiente, sino dos días después. Rosa, quien calladita se guardaba las mejores cartas, nos sorprendió al informarnos que conservaba una tarjeta que se la había dado uno de los co-fundadores de Imtbike: un español llamado Alfredo Milmoar, hijo de uno de sus pacientes en las prácticas de universidad dentro del hospital en el cual comenzaría a laborar. ¿Casualidad? Algo me decía que todos ya tenían organizado ese viaje antes de la fiesta de graduación, que yo fui la única desentendida del plan y que la dulce Rosa fue quien lanzó la idea de viajar en moto por parajes lusitanos.Por un lado, ese paripé para no alarmarme me pareció justo, conociendo mi sentido de la prudencia en cuanto a mi relación con Maël. Por el otro, me sentí un poco engañada al respecto. El que planificaran algo sin decirme, sin incluirme o contándomelo cuando ya la decisión estaba prácticamente tomada no me gustó. De hecho, odiaba todas las veces que conversaban
Aparcamos en un sitio seguro donde se pudiesen resguardas nuestras cosas, descendimos de las motos quitándonos los cascos y subimos a un coche que ya nos esperaba. Ya montados en una pequeña camioneta blanca, contemplamos el gran número de pinos que nos rodeaba, regalando aquel olor a naturaleza que tanto anhelé conocer. Subiendo por aquella montaña podía cerrar mis ojos y relajarme, pero el camino era bastante agreste. Además, quería ver. Y mirándole las caras a todos, me di cuenta de que Alfredo tomaba fotos con una súper cámara que no le vi antes.De pronto, disparó un flash hacia Maël y yo, tomándonos desprevenidos. Miré a mi chico con las cejas levantadas y éste me hizo señas de que después hablaría con él. Malo, malo, aquello casi me estresó. No conversamos sobre dejar o no evidencias de nuestra escapada con el guía.Pero la subida a la cumbre, con sus casas escalonadas y sus terrazas agrícolas, fue suficiente para retrasar el tema. Los signos de glaciares eran evidentes por to
Llegamos a un hotel en aquella hermosa localidad llamada Alentejo, la cual deseaba con fervor que me atrapara. Estaba llena de miedos como nunca antes empezando a arrepentirme por haber viajado, ¿quién me entendía? Al principio odié la moto, luego la amé con locura y después la misma máquina era la única cosa que me mantenía en constante diversión. Nuestras llegadas deberían significar descanso y contemplación. Sin embargo, a esa altura del recorrido me sentí distinta, con deseos, dudas y preguntas que se repetían y se renovaban en mi mente cada vez que mis temores atacaban. Mientras comíamos, miré de soslayo al grupo sintiéndome correcta e incorrecta a la vez. Danilo, con ese cabello tan negro como el mío y su rostro juvenil de cejas gruesas y barbilla cuadrada, siempre desentendido, echando chistes sobre sus amistades en la universidad y contando lo feliz que le hacía comenzar las prácticas en el hospital. Joao todo juguetón y bromista, como siempre, con esa altura, rostro, ojos y
Miró mis ojos profundamente y bajó la voz dirigiéndola expresamente a mí.—Pasaste años de relación con ese tío sin conocerlo por completo. Nikko no sirve para nada. Lo conozco desde hace añales, estoy seguro que mucho más que tú. Nikko Saravia es poco hombre, es un cobarde. —Apretó los labios intentando no soltar más basura por su boca—. Es de lo peor —expresó con mucho asco, uno que me sorprendió muchísimo.No pude hablar durante varios segundos, pero algo debía decir.—¿Qué les sucede a ustedes con Nikko? Es normal que se moleste si se llega a enterar de lo mío con su primo, pero…—No, Delu —negó repetidas veces—. No sabes nada y me da lástima que no te des cuenta. Mira, tienes razón en lo que dices: obvio que Nikko se molestaría, pero ten en consideración que aun así Maël quiere hacer las cosas bien. Maël tendrá que enfrentar verdaderas miserias y sin embargo, se siente completamente dispuesto a decirle a su familia que está en una relación contigo porque te ama. Muchísimo. De ver
Me desperté al día siguiente con Maël entre mis piernas. Estiré los brazos por encima de mi cabeza arqueándome toda, sintiendo la exquisita sensación de aquellos labios apoteósicos y experimentados, lamiendo y robándose cada uno de mis jadeos, como si mis labios inferiores fuesen a decir algo y él no les dejara.Empuñé su cabello castaño al sentir su lengua dentro, atrayéndole más a mi centro, anhelándolo, pero sin querer que retirara su boca. Por un momento imaginé tener ambas cosas allí y el pensamiento casi me hizo llegar.Me doblé para agarrarle y él, comprendiendo mis planes, se colocó de rodillas sin separarse mucho de mí, dejando que le hiciera cariño allí. Sus jadeos me enervaron.Eso era lo que más me gustaba de él, esa entrega y devoción, la comunicación que nuestros cuerpos se encargaban de manifestar.—Buenos días —pude decirle.Despegó su boca de mis labios inferiores, se subió sobre mí, separó mis piernas y entró. ¡Qué fácil puso el terreno! Mantequilla con frambuesa y m