Encendía y apagaba la pantalla de mi celular una y otra vez, mientras observaba la noche pasar a través del gran ventanal del apartamento. Con las persianas abiertas al completo, dejando un vidrio descubierto en todo su esplendor, mi pierna izquierda colgaba desde la encimera frente a la cocina, llevando el ritmo de mi inquieta mano, mientras mi barbilla pegada a la rodilla derecha creaba una mueca en mis labios. Eran las 4:21 de la mañana.Miré de nuevo la pantalla. Allí, un texto de Maël.Maël: ¿Qué te dijo Nikko?No era su único mensaje. Leí muchos y observé sus tantas llamadas perdidas.Me escribió contándome que agarró carretera en plena madrugada hacia Braga y que llegaría directo a verme, donde sea que yo estuviese.Volvió a llamarme y decidí que ya era hora de contestar.—Delu, ¿dónde…?—Estoy en el apartamento. —Colgué.No solo le esperaba para acabar con todo de una vez. Sí, quería terminarle, machacarle mi rabia. Pero también debía contarle algo que no sabía cómo lo iba a t
En el camino de regreso, recibí una llamada de Rosa, la compañera de estudios de mi hermano, pidiendo mi ayuda para llevarme a Danilo de su casa.Al llegar, me encontré a una familia molesta por el espectáculo que mi hermano menor acababa de dar, apareciendo de la nada en aquellas horas en casa de su amiga, totalmente ebrio y vociferando incoherencias. Aunque no muchas lo eran: pude saber de dónde provenía tal situación.Me disculpé con los padres de la chica y hasta con su hermana menor, quien era una pequeña niña no más de cinco años. Luego, la estudiante de medicina me ayudó a subir a Danilo al asiento trasero de mi carro y arranqué de allí.Pensé mucho dejarlo en casa, pero no quería preocupar a mis padres y menos enfrentar sus preguntas del porqué me regresé de Viana; y mucho menos llegarles con su otro hijo en esas condiciones. Tampoco pagaría por un hotel, no volvería a caer en esas, así que no tuve de otra que llevármelo al apartamento que compartía con Maël.Ahora, este últim
Me levanté, salí y cerré la puerta con cuidado y me quedé mirando la otra puerta de madera blanca, la del cuarto siguiente. Cerré los ojos pensando en lo que me tocaría vivir, en lo que tendría que decirle a mi hermano, convencida de no conocer bien su reacción por esa locura en la que me había metido. Danilo era tan impredecible…Me asustó el sonido de la puerta tras de mí, de donde apareció un Maël quien se colocó sus pantalones de pijama y así, despeinado, sin camisa y somnoliento, sentí que mis propias mariposas habían migrado para explorar otras partes de mi cuerpo.—¿No se ha levantado? —Negué con la cabeza—. Bueno, aún es temprano. Me voy a dar una ducha y a entrenar un poco. Déjale que duerma. Cuando salga del baño prepararé café.—Si quieres lo preparo yo. ¿Vas a salir hoy?—Sí, tengo que prepararme para una exposición.Sonreí y estuve a punto de proponerle que él y sus compañeros de estudios podían estudiar allí, pero recordé todo lo que eso significaría (de nuevo recordé a
La sala de mi apartamento… Corrijo. La sala de nuestro apartamento convirtió en el área de entretenimiento para las únicas personas que conocían dicho espacio: Joao, Danilo, Maël y yo. No solamente se trataba de juegos, fiestas o de (como solía llamarlo el moreno) encuentros tecnológicos. Sino de un sin fin de horas gastadas en mí, escenificando personajes en los cuales había trabajado sobre las tablas o detrás de ellas. Es decir, YO era el entretenimiento y por mucho que adorara esa profesión, esperaba que esa obsesión por verme actuar terminara algún día. ¡Y todo por culpa de mi hermano! Quien les advirtió que antes de morir, debían verme actuar. Qué exagerado. "Es algo así como una imitadora nata, pero imita lo que ella misma invienta”, llegó a decirles. Pero no fue allí cuando realmente quise matarlo. Aprovechó la oportunidad para informarles que en el vano mundo de la Internet, mi cuerpecito aparecía en videos: actuando, ensayando, dando clases y otras grabaciones más profesional
—¡Escuchen, coño! —gritó Danilo intentando llamar nuestra atención.No suponía una tarea fácil, en vista de que nuestra algarabía rellenaba el salón completo.—A ver, ¿qué tiene que decirnos nuestro doctor favorito? —preguntó Joao.La graduación de mi hermano se efectuó la tarde del primero de agosto, en medio de una organización universitaria muy ajena a la nuestra: donde mi persona fue la única reconocida por mis padres en la estancia, mientras Maël y Joao solo se limitaron a esperar en el estacionamiento.Ya entrando la noche, nos encontramos en la sala de nuestro apartamento como siempre: las mismas personas, el mismo grupito de cuatro con la excepción de una nueva incorporación casi inevitable: ROSA, la compañera de estudios de Danilo. Incorporación un poco refutada por mí, pero mi hermano me rogó que la dejara entrar esa noche en casa. ¿Cómo negarme? Al fin y al cabo ella estuvo con nosotros aquel excelente, extraño, ansioso y fatídico día en Viana cuando viajamos para las obras
Por razones de logística no salimos de viaje al día siguiente, sino dos días después. Rosa, quien calladita se guardaba las mejores cartas, nos sorprendió al informarnos que conservaba una tarjeta que se la había dado uno de los co-fundadores de Imtbike: un español llamado Alfredo Milmoar, hijo de uno de sus pacientes en las prácticas de universidad dentro del hospital en el cual comenzaría a laborar. ¿Casualidad? Algo me decía que todos ya tenían organizado ese viaje antes de la fiesta de graduación, que yo fui la única desentendida del plan y que la dulce Rosa fue quien lanzó la idea de viajar en moto por parajes lusitanos.Por un lado, ese paripé para no alarmarme me pareció justo, conociendo mi sentido de la prudencia en cuanto a mi relación con Maël. Por el otro, me sentí un poco engañada al respecto. El que planificaran algo sin decirme, sin incluirme o contándomelo cuando ya la decisión estaba prácticamente tomada no me gustó. De hecho, odiaba todas las veces que conversaban
Aparcamos en un sitio seguro donde se pudiesen resguardas nuestras cosas, descendimos de las motos quitándonos los cascos y subimos a un coche que ya nos esperaba. Ya montados en una pequeña camioneta blanca, contemplamos el gran número de pinos que nos rodeaba, regalando aquel olor a naturaleza que tanto anhelé conocer. Subiendo por aquella montaña podía cerrar mis ojos y relajarme, pero el camino era bastante agreste. Además, quería ver. Y mirándole las caras a todos, me di cuenta de que Alfredo tomaba fotos con una súper cámara que no le vi antes.De pronto, disparó un flash hacia Maël y yo, tomándonos desprevenidos. Miré a mi chico con las cejas levantadas y éste me hizo señas de que después hablaría con él. Malo, malo, aquello casi me estresó. No conversamos sobre dejar o no evidencias de nuestra escapada con el guía.Pero la subida a la cumbre, con sus casas escalonadas y sus terrazas agrícolas, fue suficiente para retrasar el tema. Los signos de glaciares eran evidentes por to
Llegamos a un hotel en aquella hermosa localidad llamada Alentejo, la cual deseaba con fervor que me atrapara. Estaba llena de miedos como nunca antes empezando a arrepentirme por haber viajado, ¿quién me entendía? Al principio odié la moto, luego la amé con locura y después la misma máquina era la única cosa que me mantenía en constante diversión. Nuestras llegadas deberían significar descanso y contemplación. Sin embargo, a esa altura del recorrido me sentí distinta, con deseos, dudas y preguntas que se repetían y se renovaban en mi mente cada vez que mis temores atacaban. Mientras comíamos, miré de soslayo al grupo sintiéndome correcta e incorrecta a la vez. Danilo, con ese cabello tan negro como el mío y su rostro juvenil de cejas gruesas y barbilla cuadrada, siempre desentendido, echando chistes sobre sus amistades en la universidad y contando lo feliz que le hacía comenzar las prácticas en el hospital. Joao todo juguetón y bromista, como siempre, con esa altura, rostro, ojos y