XXXI

Al entrar en la enorme cocina que también estaba en el primer piso de la empresa, María Fernanda no se permitió sentirse nerviosa a pesar de las miradas que se estaba ganando al caminar delante de la gente que ya había empezado a trabajar. Parecía que tendría que presentarse a los cocineros allí presentes, que la miraban como a la que iba a robarles el puesto.

Nadie se atrevía a sonreírle. Nadie se atrevía a hacerla sentir bienvenida. Era una extraña para ellos. Alguien que no merecía recibir su bienvenida cuando ellos ocupaban allí los puestos más altos. Eran como la mano derecha de aquella empresa y lo sabían.

—Buenos días a todos, espero que les esté yendo bien en este día—, comenzó María Fernanda.

Todos parpadearon. Nadie respondió.

María Fernanda se aclaró la garganta. Las vibras que desprendían las personas que estaban allí eran más pesadas de lo que ella nunca pensó que serían.

—Bueno, es bueno saber que están todos bien—, se respondió a sí misma. —No les voy a quitar tanto ti
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