XXXIX
—No estás enamorada de él, ¿verdad? —insistió Adamaris.

Lo que María Fernanda le había explicado durante las últimas dos horas sentada en el jardín, no había sido suficiente para que ella entendiera cómo es que había sucedido todo eso. Su hermana le había dicho que había besado dos veces al hombre que se suponía debía hacer pagar por lo que le había hecho. ¡¿Y de repente se habían besado?!

—¡No seas estúpida! No puedo estar enamorada del hombre que destrozó mi vida. No puedo perdonar al hombre que destruyó mi vida.

—Para ser honesta no te he visto hacer ningún movimiento en contra de Stefan de la Barrera.

María Fernanda se limitó a mirarla. Adamaris se encogió de hombros. —Sólo te digo. No me mires así.

—En momentos así creo que Antonio siempre tuvo razón.

—¡Oh! M****a, ¿qué estás diciendo ahora?

—Antonio dijo una vez que las venganzas siempre llevarán a ambos a la tumba. Una venganza no puede completarse sólo con el sufrimiento de uno. Sería el karma, y para permitir que el karma hag
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