XLIII

La gente dice que en el interminable camino de la felicidad no siempre puede permanecer así. Una felicidad sin fin. ¿Qué era eso? ¿Qué era “un camino interminable de felicidad” para la gente? El mal y el bien. Amantes eternos que no podían existir el uno sin el otro. Amor y odio. Tristeza y felicidad. Enrique había llegado al campo. Una nueva historia estaba a punto de escribirse. Y tal vez, Isela y Stefan estaban a punto de aprender más cuando el mal los consume que cuando el bien los abraza.

Habían pasado unos seis años desde la última vez que Antonio pisó aquel país. No había cambiado mucho, pero el aire que inhalaba se sentía más ligero. Seis años, ¿ya lo había olvidado? No lo sabía, pero iba a saberlo pronto.

—¿Qué le parece, señor Bustamante? ¿Le gusta el apartamento? —Le preguntó su mano derecha.

Con las manos atrás, Enrique recorrió el apartamento. Era bueno. Realmente bueno. Exactamente lo que había pedido.

En esos años Enrique se había convertido en uno de los criminales más
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