LXI

Un anciano con gafas y el pelo casi completamente blanco llegó al viejo hospital de la ciudad con una mujer en brazos. Estaba asustado, temía que la mujer que tenía en brazos fuera ya muerte.

—¡Socorro! Por favor, ¡ayuda! —Gritó el hombre.

Las enfermeras y los médicos se dieron la vuelta en un movimiento sincronizado. Delante de ellos había un hombre con su jersey gris ya manchado de sangre. La mujer en sus brazos estaba completamente inconsciente. Los médicos y las enfermeras fueron directamente hacia él mientras otra enfermera se acercaba con una camilla.

—¿Qué ha pasado? —La recibió un médico.

—¡Ha sido un error! ¡Juro que ha sido un error! No la vi cruzar el... el... ¡Lo siento! —El hombre se sentía realmente culpable. Ya estaba llorando.

—Vale, por favor, contacte con su familia—. Pidió una de las enfermeras mientras María Fernanda era llevada con ellas, que ya la estaban asistiendo con oxígeno y goteo intravenoso.

El hombre se sentó en uno de los viejos bancos con la cabeza cayé
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