SOY INOCENTE
SOY INOCENTE
Por: Alejandra García
I

Luces radiantes en un cielo que solo parecía ser hecho para ella. Los rayos del sol no podían alumbrar más para ella siendo el día más feliz de su vida. Finalmente, después de tanto, habiendo recorrido aquel camino de rosas y espinas, el amanecer alumbraba. Rayos de luz fuertes y claros.

— ¡Está preciosa, señorita Elisa! —Dijo una de las mujeres que le servían.

El vestido blanco junto con el velo caía como una hermosa ola blanca sobre ella. El día de su vida había llegado. Y en menos de lo pensado, ella se iba a convertir en la señora de la Barrera.

—Deberíamos de irnos ya, señorita Elisa, el novio ya debe de estar esperándola en el altar —. Presionó la misma servidora.

—Estoy nerviosa, estoy muy nerviosa. María.

—No tiene por qué estarlo, señorita Elisa, todo va a salir muy bien, el señor de la Barrera está muy enamorado de usted, nada tiene que salir mal.

Elisa finalmente suspiró. Era cierto, el hombre que sería su esposo estaba tan enamorado de ella que nada podía salir mal porque incluso si tenían un solo problema en ese día tan especial, era su amor lo que los iba a hacer enfrentar todos los problemas que vinieran en el futuro.

—Bien, bien, entonces vámonos ya antes de que comience a llorar —dijo ella mientras se echaba aire para evitar que las lágrimas salieran.

—Así se habla, señora. El señor de la Barrera va a estar muy ansioso.

—Entonces vamos, ¡qué estamos esperando! —Dijo Elisa tomando el vestido de la parte inferior mientras se daba prisa por bajar las escaleras.

Siendo el salón más caro que Stefan había contratado, no pudiendo dejar de ver a su alrededor al mismo tiempo que miraba el reloj de su muñeca. No veía llegar la hora en que su dulce Elisa estuviera frente a él.

—Tranquilo, tranquilo, Stefan —le dijo su amigo al verlo caminar de un lado a otro.

—Es que no puedo verme ya casado con mi esposa.

—Hey, todavía no es tu esposa.

—Para mí ya lo es, para mí lo fue desde el momento en que mis ojos la supieron el amor de mi vida —rieron.

—Yo solo digo que has perdido la cabeza.

—He perdido la cabeza por ella, nadie más que ella.

Y Ricardo no podía estar más feliz por su amigo. Al fin, había logrado encontrar a su vida, a la mujer que no iba a dejar ir. Ya solo faltaba esperar por la hora en que la novia se dignara en llegar.

Afuera de una de las casas más grandes de todo el país y en la misma que vivía un hombre tan respetado como Stefan de la Barrera, ya estaba el auto que llevaría a Elisa a su destino.

En menos de dos minutos, todos ya le servían y la ayudaban a subir al auto. Desde ese día ella iba a ser otra persona.

Con una enorme sonrisa en el rostro, su maquillaje siendo natural, el vestido blanco no pudiendo ser más blanco y las flores no pudiendo perfumar más la vida que le esperaba, Elisa subió al auto.

Ella, al igual que Stefan no veía la hora de ser la mujer de Stefan de la Barrera. Lo haría muy feliz, le daría tantos hijos como él quisiera, serían la familia perfecta.

Lamentablemente el día más feliz de su vida iba a terminar por ser el día más triste de toda su existencia. Algo que ni ella sabía. Si tan solo hubiera sabido antes que el chofer no era exactamente su chofer, quizá nada malo hubiera pasado.

— ¿Nos vamos, señora? —Habló el hombre con un tono diferente al que conocía Elisa.

—Por supuesto, vamos, mi futuro esposo ya debe estar esperando por mí.

El chofer sonrió de manera discreta mientras tomaba su celular y mandaba un mensaje sin que nadie se diera cuenta.

“Todo listo, la novia lleva el collar de diamantes del que hablamos. Los espero a la salida de la ciudad.”

Y de esa manera, el auto se puso en marcha haciendo que Elisa se despidiera de los sirvientes, quienes se quedaban a acomodar las mesas para la llegada de los invitados después del matrimonio.

En la comodidad de su pequeño departamento, habiendo terminado de preparar la rica comida con la que quería sorprender a su esposo tan pronto llegara para darle la buena noticia, Isela se quitaba el delantal junto con los guantes de cocina. Era extraño, su marido no le había hablado aún.

“¿Dónde te habrás metido, Enrique?” Pensó ella al darse cuenta de la hora que era.

Solo esperaba que él no fuera a demorar tanto. La comida no se podía enfriar.

Y justo cuando pensó en eso, el timbre sonó. Con una sonrisa acudió pensando que podría ser su esposo. El corazón le latió de felicidad al querer recibirlo con esa noticia de una vez por todas.

—Ya te he dicho que te lleves las llaves, Enrique, siempre es lo mismo contigo —, dijo abriendo la puerta solo para darse cuenta que no era su esposo sino dos hombres vestidos de traje —. ¿Sí? ¿En qué puedo ayudarles? —Preguntó un poco desconcertada.

— ¿Señora Velar? —Preguntaron.

—Sí, soy yo, ¿en qué puedo ayudarles?

—Se trata de su esposo, el señor Enrique Bustamante, ¿se encuentra en casa?

—No, está en una junta de trabajo, ¿en qué puedo ayudarles?

Los hombres se miraron de manera sospechosa. —Entonces es cierto —dijo uno de ellos.

—Tenemos que irnos.

— ¿Es cierto qué? ¿De qué me están hablando? —Preguntó Isela asustada.

—El señor Enrique ha cometido muchos crímenes y hoy será el último.

— ¿Qué? ¿De qué me están hablando?

—El señor Enrique actúa con astucia y hoy, quien corre peligro es la futura esposa del señor de la Barrera. ¡Vámonos, tenemos que irnos! —Y sin más, los hombres se fueron mientras pedían refuerzos.

Isela se quedó con uno y mil pensamientos más, las lágrimas se alojaron en sus ojos al pensar en lo peor. No evitó negar con la cabeza mientras se llevaba las manos a la boca. Eso no podía ser cierto, se negaba a creerlo.

Un recuerdo le vino a la mente. No había pasado mucho de ese momento y ahora todo parecía concordar.

— ¿Será hoy?

—Por supuesto que será hoy —dijo Enrique —. Hoy obtendremos esa fortuna. ¿Tienes el uniforme de chófer que usaré yo?

—Sí, todo como lo pediste.

—Nos vemos más tarde para planear todo. Nada puede salir más —. Colgó Enrique siendo escuchado por su esposa.

— ¿Con quién hablabas, amor? —Preguntó Isela.

—Con nadie, solo me acaban de avisar que mañana hay una junta y tendré que quedarme más tarde. No me esperes hasta las seis, amor, es asunto de trabajo.

Y de esa manera, Isela supo quedarse tranquila. Confiaba en su esposo, no había nadie como él en el mundo.

No creyendo lo que acababa de descubrir, aun negando con la cabeza mientras las palabras de los policías y de sus propios recuerdos le hacían ruido en la mente, se dirigió a la habitación de su esposo para terminar por darse cuenta si eso era cierto o no.

Buscó y rebuscó en los muebles, en la cama, debajo de ella, en su ropa, en todos lados hasta que dio con lo que esperaba. Y eso era un montón de joyas debajo de la cama. Joyas muy finas que ya tenía separadas por tamaños y por material. Y no solo eso, dos tipos de arma en una caja que estaba bien oculta en uno de los muebles personales de él.

Era cierto, su esposo siempre le mintió, él era un ladrón, pero no cualquier ladrón, alguien que actuaba con astucia. Alguien que sabía actuar con un equipo para difícilmente ser atrapado.

— ¡Enrique! —Gritó Isela saliendo a prisa.

Ella no iba a permitir que su esposo fuera a la cárcel, no cuando ella lo amaba de esa manera. Era cierto que se estaba poniendo del lado de un ladrón pero, no lo podía evitar, era el amor de su vida.

Media hora después del tiempo acordado para comenzar la ceremonia y el auto no era capaz de llegar al lugar donde su matrimonio tendría lugar.

—Señor, el camino no es por aquí, ¿qué pasa? —Preguntó Elisa claramente asustada.

El hombre no contestó.

— ¡Señor, le estoy hablando!

Silencio.

— ¡Señor, ¿a dónde me lleva? Por aquí no es camino a la iglesia!

Harto de oírla hablar, Enrique sacó un arma amenazándola. — ¡Cállese en este m*ld*t* momento!

Elisa gritó en cuando vio el arma frente a ella. — ¿Quién es usted? Usted no es mi chófer —. Las lágrimas ya se habían alojado en sus ojos. Su corazón latía lleno de terror, por un momento se olvidó de la boda pensando solo en su vida y en el peligro que estaba corriendo.

— ¡Cállese, le digo! La llevaré hasta donde yo quiera y usted no dirá nada, ¿de acuerdo? Si no quiere que la mate en este m*ld*t* momento.

Ahora todo lo que se podía escuchar era el llanto de Elisa. Ya no era su deseo llegar al lugar de su matrimonio, ahora solo se conformaba con salir ilesa de ahí.

— ¡Dígame, ¿qué es lo que quiere? Le daré lo que quiera perro por favor…!

— ¡Le digo que se calle!

Y sin más, el auto continuó su camino hasta que llegó a las afueras de la ciudad, no había nadie que pudiera salvarla, el lugar estaba desértico, una bodega era todo lo que Elisa pudo ver. No importaba lo mucho que gritara, nadie estaba ahí para rescatarla.

—Salte del carro —le ordenó Enrique apuntándole con el arma.

— ¡No, déjenme ir, ¿qué quieren? Déjenme ir! —Continuó llorando.

— ¡Te digo que te salgas del m*ld*t* carro!

Al momento salieron dos hombres más de la bodega. Completamente cubiertos de negro.

— ¡¿Quiénes son ustedes? No, no me hagan daño! —Imploró Elisa. Su maquillaje estaba hecho un desastre.

— ¡Sáquela del carro! —Ordenó Enrique.

Los hombres obedecieron mientras uno se quedó hablando con él.

Elisa en su vestido blanco llegaba a aquel lugar donde iban a hacer lo que quisieran con ella. En su cuello estaba la razón de todo lo que los había llevado a hacer todo eso. Elisa no podía parar de llorar de terror.

Cuando entraron a la bodega, los hombres la dejaron caer al momento que cerraban todo con candado. Elisa lloraba inconsolablemente.

— ¡No me vayan a hacer nada, por favor!

Los hombres se miraron.

—El collar no es lo único valioso que tiene —digo uno de los hombres —. Podemos pedir un rescate por ella.

—No, ya te he dicho que así nos descubrirían más fácil —contestó otro —. Quítenle el collar.

Y de un solo tirón, le quitaron el collar a Elisa haciendo sangrar su cuello. Quizá las cosas estaban a punto de salírsele de las manos. Esa mujer que estaba a punto de convertirse en la esposa del gran Stefan de la Barrera representaba dinero, mucho dinero, muchas comodidades, una vida de placeres si ellos sabían manejar la situación correctamente.

El hombre le entregó el collar a Enrique. En sus manos ya tenía muchísimo dinero.

— ¿Qué más deberíamos de hacer con la novia?

—Déjenme pensar una manera de sacarle más dinero. Después de esto, me iré con Isela a disfrutar la vida sin tener que preocuparnos por trabajar.

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