IV

DOS MESES DESPUÉS

Segundos, minutos, horas, horas que compusieron días, días que nunca más iban a regresar. Las lágrimas se habían ido de ella, su alma parecía estar quedando seca conforme el tiempo pasaba.

De la manera en que los días iban pasando, conforme el odio fue creciendo en su corazón, Isela se dio cuenta de una sola cosa. Ella se había casado enamorada, ella estaba dispuesta a todo por él, ella incluso estuvo dispuesta a culparse de todo lo que había pasado para al final tener en la mente el nombre de dos personas que le habían hecho daño. Stefan de la Barrera, quien la había acusado de asesinato pagando mucho dinero y su esposo, Enrique, quien la dejó a su suerte y no suficiente con eso, la acusó de algo que ella nunca se hubiera atrevido a hacer.

Era muy pronto para pensar en el día en que todo terminara. Era muy pronto para pensar en esa mañana y aun así, ya tenía un solo plan.

—En ocho años mi condena se cumple —dijo al abogado frente a ella.

Ahora Antonio sabía que Stefan de la Barrera, el hombre más poderoso de ese país, dueño de miles de restaurantes de lujo, había pagado tanto dinero para que ella estuviera en esa cárcel.

—Juro que te voy a sacar de aquí antes de tiempo —dijo Antonio.

Ella sonrió de manera incrédula. —La verdad es que no me importa, en ocho años yo saldré de aquí y juro, juro que me voy a vengar de ese hombre. Lo juro.

Antonio supo comprender aquellas palabras. Todo lo que podía hacer era apoyarla hasta el final, hasta que ella saliera de esa m*****a cárcel.

—Serás otra mujer para el momento en que salgas de aquí —dijo Antonio llamando la atención de Isela.

—Isela habrá muerto y en su lugar, otra Isela. Lo juro —. Una lágrima seca resbaló de sus mejillas.

Devuelta a los separos, no conviviendo con nadie ni hablando con ninguna de las mujeres ahí, no faltaba quien la estuviera molestando desde el momento en que entró.

—Uy, de regreso la monjita que clama que no hizo nada —dijo la mujer rubia que siempre la había molestado.

Isela suspiró sin decir nada.

— ¡Te estoy hablando, imbécil! —La rubia la empujó.

Dos meses llevaba viviendo de esa manera, y entre más le aguantaba los malos tratos a aquella mujer, más se daba cuenta que cada día era peor.

— ¡¿No me escuchaste, idiota!? —Esta vez la rubia intentó cachetearla.

Hasta ahí habían llegado los malos tratos de esa mujer a Isela, y eso lo supe ella cuando detuvo su mano en el aire evitando que la golpeara.

—Nunca más en la vida te atrevas a tratarme así… nunca.

Aún asustada, la rubia rió. —Y si no, ¿qué?

Isela sonrió con malevolencia. — ¿En verdad quieres saber hasta donde soy capaz de llegar? —Isela la azotó contra las rejas.

— ¡¿Qué te pasa, imbécil?!

—Me pasa que tienes razón, no soy una monja cuando me han encerrado aquí por un crimen que no cometí, Yo soy tan culpable como lo puedes ser tú. Somos culpables, ¿qué más da?

Y habiendo dicho eso, Isela comenzó a pelear con la rubia haciéndole saber que no iba a permitir ningún otro mal trato de parte de ella ni de nadie.

La sangre saliendo de la nariz de cada una, los golpes yendo aquí y allá, las patadas que se daban la una a la otra, los gritos de las demás internas hasta que las custodias llegaron.

— ¡Hey, hey, basta, basta! —Decían al mismo tiempo que las separaban.

—Llévenlas al cuarto de castigo, ahí van a aprender a convivir por las buenas o por las malas.

Y de esa manera, Isela y la rubia continuaron su camino hasta donde sea las fueran a meter.

—Aquí van a aprender a convivir —. Dicho eso, la custodia cerró la puerta dejándolas a solas.

Isela ya no tenía nada que perder. Mientras la rubia gritaba que la sacaran de ahí, Isela solo se sentó en el suelo de ese cuarto oscuro.

—Estúpida, mira lo que has hecho. ¡Mira donde nos han encerrado!

— ¿Por qué te importa cuando te vas a pudrir en la cárcel de la misma manera en que yo lo voy a hacer?

— ¡No somos iguales!

Isela sonrió. —Somos más iguales de lo que crees.

—Al menos yo no maté a sangre fría a una novia.

—Tienes razón, tienes suerte de haber robado en una tienda y no haber asesinado como yo —dijo Isela con sarcasmo.

La rubia rió. —Es que solo tú te atreves a asesinar a una novia en el día más importante de su vida.

Isela perdió la mirada en la nada. —Y solo yo me atrevo a asesinar a la novia de Stefan de la Barrera, el hombre más poderoso de este maldito país tan injusto.

Y de pronto, la tierra se abrió debajo de los pies de la rubia. ¿Había escuchado bien? ¿Ella había asesinado a la novia de Stefan de la Barrera?

— ¿Qué? —Preguntó ella.

Isela rió. —Así como lo escuchaste, estoy pagando el crimen de Elisa Ávila, la novia que no llegó al altar.

Caminando de un lado a otro en ese calabozo, como si no pudiera creer en las palabras que ella le había dicho, la rubia le exigía una y otra ve que le dijera exactamente lo que había pasado.

No era que tuviera algo en contra del hombre, simplemente la rubia no podía creer que estuviera frente a la mujer que le había destrozado la vida a un hombre tan prepotente como Stefan. El mismo que había hecho a la gente del pueblo más pobre.

—Es que no lo puedo creer, ¿cómo te atreviste a asesinar a aquella mujer?

Para ese momento las lágrimas ya salían de los ojos de Isela, recordar todo eso le estaba haciendo mucho daño. Y entre todo eso, quizá lo que más dolía era que el hombre que más había amado en toda su vida, le hubiera hecho tanto maldito daño.

—Incluso si no me crees más en este momento. Estoy pagando un asesinato que no cometí, estoy pagando por lo que hizo mi esposo. Yo solo llegué queriendo alertarlo de la policía.

Y como si se tratara de un milagro, la rubia le creyó, creyó de un momento a otro en sus palabras. Así que siendo de esa manera, caminó hasta Isela, sentándose a su lado.

—Isela… tú no mataste a esa mujer, ¿verdad?

Por primera vez esas palabras le devolvieron la vida al alma de Isela. Las lágrimas quisieron salir prontamente.

— ¿Me crees, me crees si digo que yo no lo hice?

La rubia de nombre Adamaris sonrió, —en verdad te creo. Te creo y aunque sé que Dios me va a castigar por lo que voy a decir, con ese accidente espero hayan hecho a ese hombre de Stefan poner los pies sobre la tierra. Él no es tan perfecto como cree.

— ¿Ha sido malo?

—Mmm, si te contara lo malo que ha sido ese hombre. Siempre haciendo más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. Me da gusto que un dolor como este le haya llegado, para que sepa que él no es tan intocable como pensó.

—Yo lo único que quiero es vengarme de él tan pronto como salga de aquí. Quiero que recuerde mi rostro junto con mi nombre, quiero que se arrepienta de haber pagado tanto dinero porque me encerraran en este lugar.

— ¿Estás segura que él lo hizo?

—Mi propio abogado me lo dijo. No me importa el tiempo aquí, yo me voy a vengar así sea lo último que haga.

En ese momento a Adamaris pareció venírsele una idea a la mente. Chasqueando los dedos, con los ojos muy abiertos, miró a Isela.

—Lo tengo, lo tengo.

— ¿Qué es lo que tienes?

— ¿En verdad te quieres vengar de ese hombre?

—Es lo que más deseo en esta vida.

— ¿Estás segura que no vas a dar un paso atrás?

—No podría con un hombre que se cree intocable —dijo ella, haciendo referencia a las palabras de Adamaris —. El mundo de los pobres dejara de serlo cuando el rey de los ricos caiga, eso lo juro.

—Bien, entonces hagámoslo.

— ¿Hacer qué?

—Planeamos tu venganza.

Isela no evitó reír. — ¿Ah sí? ¿Y cómo?

—Que me sirva de algo los chismes que tengo de ese hombre.

— ¿Qué intentas hacer?

—Yo sé bien cómo acercarte a él. Y todo lo que necesitas es estudiar, estudiar muy bien a ese hombre que te refundió en esta cárcel.

—No entiendo.

—Stefan de la Barrera, un hombre dueño de miles de restaurantes alrededor del país y otros más. Si quieres vengarte, tienes mi apoyo, Isela. Te convertiré en otra persona, lo juro. Lo juro. Podemos pedirle a tu abogado que nos surta de mucha información de afuera para yo hacerte la mejor.

Una sonrisa se hizo en el rostro de Isela. Sin pensarlo, en la persona que menos hubiera esperado encontraba su apoyo. Ella se iba a vengar de Stefan.

—Hagámoslo —dijo Isela.

—Promesa.

—Promesa.

Y siendo esa la promesa que iba a comenzar, Isela comenzó a tomar esa oportunidad como única.

De esa manera los días comenzaron a pasar, Adamaris siendo la única persona que estuviera a su lado, ayudándola en todo lo que necesitaba, ayudándola a convertirse en otra mujer, obligándola a estudiar todo el material que el abogado de Isela les daba. El plan de Adamaris era hacerla una mejor que supiera toda la teoría de la cocina y de los vinos.

Antonio estaba al tanto de plan de aquellas mujeres y por supuesto, apoyaba su decisión.

Mientras estuviera en sus manos, él iba a hacer lo que más pudiera para que ella, al salir de ahí, fuera otra mujer.

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