III

Caminando de un lugar a otro, no sabiendo que hacer, Enrique se tomaba la cabeza una y otra vez. Todo se había complicado en un segundo, solo esperaban que esa mujer realmente hubiera muerto porque de lo contrario, ella iba a decir quienes fueron las personas que la secuestraron y le dispararon. Enrique tenía que irse del país pero, ¿qué había de su esposa?

La pobre Isela, tenía que ir por ella a la casa e irse juntos, quizá con el tiempo le explicaría lo que pasó.

— ¿Qué hacemos, jefe? —Preguntó uno de los hombres que había ayudado con todo.

—Tenemos que irnos a cualquier lugar y no estar cerca de donde todo pasó.

— ¿Qué hay del collar?

—Cuando lo venda yo mismo les daré su parte. Ahora largo. Yo iré a buscar a mi esposa y juntos nos iremos, juro que regresaré a darles su parte.

—Creo que es demasiado tarde para eso, señor —dijo el tercer hombre.

— ¿De qué habla?

—La policía ha arrestado a su esposa.

— ¿Qué? ¿De qué rayos hablas?

—Todo parece ser que su esposa llegó en el lugar para alertarlo a usted de que la policía venía.

— ¿Mi esposa sabía de lo que hacemos?

—No lo sé, señor pero ellos la han arrestado.

— ¿Qué pasó con la mujer?

—Ese es el problema.

— ¿Por qué?

—Sucede que la mujer murió en los brazos de su esposa.

No pudiendo tener más mala suerte, Enrique cayó sentado en uno de los sillones. Eso no podía ser posible. Isela no podía decir nada.

—Señor, lo siento mucho pero ella va a hablar en cualquier momento. Tenemos que irnos de aquí, lejos. Estoy seguro que ella ya sabía de lo que usted hace, tiene que acusarla, señor, es nuestra única salida antes de que ella hable.

Enrique en ese momento comprendió que era cierto, su esposa iba a terminar por declarar la verdad.

—Tienen razón, chicos, tienen razón, tenemos que irnos antes de que sea demasiado tarde pero no sin antes de hacer una llamada. Es una pena que Isela fuera al lugar del accidente.

Golpeando fuertemente el escritorio del teniente, Stefan exigía una respuesta. Sabía que no importaba cuánto más llorara, nada iba a traer de vuelta a Elisa.

Más de cinco horas habían pasado desde su fallecimiento y él no podía estar tranquilo. El traje de novio ya estaba completamente deshecho.

— ¡Exijo ver al asesino de mi esposa! ¡Juro que lo haré pagar con mis propias manos! ¡Juro que lo mataré!

—Por favor, señor, aún no sabemos por qué lo hizo.

— ¡¿Dónde está el collar de diamantes de mi esposa?! ¿No es eso suficiente?

—No podemos acusarla hasta que tengamos los resultados. La señorita ya está presa.

— ¿Qué? ¿Es una mujer quien nos hizo esto?

El teniente se quedó en silencio.

— ¡Le hice una pregunta!

— ¡Sí, sí, señor de la Barrera, fue una mujer la que estaba a lado del cuerpo de su novia!

—Incluso si no lo hacen ustedes, yo, Stefan de la Barrera, la haré pagar por este dolor que me está provocando al arrebatarme lo que más amaba en este mundo… ¡Lo juro!

—Una lágrima salió de sus ojos.

Con las manos esposadas sobre aquella mesa en donde la estaban interrogando, las lágrimas de Isela ya no podían salir con más prisa. Estaba asustada, no tenía a nadie más que a Enrique, al hombre que amaba con todo su corazón y por el que estaba dispuesta a todo, hasta lo impensable. Era por él por quien ella había llegado hasta ese lugar.

— ¡Confiese de una vez por todas que usted fue la asesina de esa mujer!

— ¡Yo no hice nada!

— ¿Entonces qué estaba haciendo en el lugar del crimen?

—Yo solo llegué por coincidencia.

—La manera en la que encontramos el auto no habla de una coincidencia, señora.

Al momento la puerta se abrió. Más policías estaban llegando con ella, listos para torturarlas después de no haber encontrado nada más.

— ¿Encontraron algo más? —Preguntó el policía que ella estaba interrogando.

—No, no había nadie en la casa de esta mujer. Todo parece que fue planeado, ella debió de trabajar con alguien más.

Las lágrimas se secaron en las mejillas de Isela. ¿Eso quería decir que ellos no habían encontrado a su esposo en casa? Podría ser un alivio, mientras él estuviera bien a ella no le importaba nada más.

—No puede ser, lo peor es que esta mujer no quiere hablar más.

—Pero eso no es todo, señor.

— ¿Hay más?

— ¡Por supuesto que hay más! Señor, recibimos una llamada de uno de los hombres que vieron a las personas que llegaron a la bodega. Un vecino cercano a todo eso.

Isela levantó la mirada. Por primera vez ella sintió que había esperanza.

— ¿Qué dijo el hombre?

—Él claramente vio entrar aquí a la señorita presente con la mujer, ella iba armada.

— ¿Qué? —Preguntó Isela al no poder creer lo que estaba escuchando.

UNA SEMANA DESPUÉS

Sintiendo como la vida se le iba entre las manos mientras estaba recostado en la tumba de la mujer que estuvo a punto de ser su esposa, Stefan no podía con el dolor que lo estaba matando en el alma. Su esposa había sido matada a sangre fría, y la razón hasta el momento se desconocía.

— ¡Quiero que se pudra en la cárcel! —Gritó Stefan.A su lado estaba su mejor amigo Ricardo, quien lo había acompañado en todo momento con su dolor. Alguien que no pensaba dejarlo solo en una situación tan triste.

—Por favor, Stefan, tenemos que irnos de aquí. El anochecer está llegando y mañana será el juicio de la mujer que le hizo esto a Elisa.

—No quiero saber nada de ella más allá de que se está pudriendo en la m*****a cárcel.

—Por favor, Stefan vámonos de aquí, no puedes seguir llorando en la tumba de Elisa.

— ¿Cómo se llama?

— ¿De qué hablas, Stefan?

— ¿Cómo se llama la m*****a que mató a Elisa?

— ¡No tiene sentido que te lo diga!

— ¡Dímelo en este maldito momento!

—Por favor, basta, deja de hacerte daño.

— ¡Que me lo digas de una vez por todas!

— ¡Está bien, está bien, te lo diré! Se llama Isela, Isela Velar.

— ¿Isela Velar?

—Sí, Isela Velar. Una mujer sencilla, fue ama de casa.

—Isela Velar, bien… ¡Quiero que recuerdes ese maldito nombre por el resto de tu vida! ¡Recuérdalo y que nunca se te olvide! ¡¿Quedó claro?!

La mirada perdida en un punto cualquiera. Llevaba ya una semana en ese lugar, sin que nadie la visitara, sin que nadie le dijera lo que estaba pasando afuera pero teniendo solo una cosa en mente, incluso si a ella la sentenciaban, solo bastaba que fuera cuestión de tiempo para que Enrique se diera cuenta de lo que estaba pasando su esposa y así, limpiara su nombre.

Tocando de manera agresiva su celda, la hicieron volver a su realidad mientras ella estaba sentada en su cama. Ahora sus ojos habían perdido el brillo.

— ¡Hey, tienes visitas! —Dijo el policía —. ¡Es tu abogado!

Poco a poco se levantó de su lugar para que el policía abriera la celda y la dejara salir.

En una mesa en la sala de visitas, un hombre vestido de traje color gris mientras cargaba con un portafolio, el mismo que el estado le había puesto a Isela para defenderse, esperaba por ella.

De pronto la presa de uniforme café se presentó enfrente de ella. No había brillo en aquellos ojos. Antonio llevaba más de tres días viéndola y de lo que único que podía dar fe era que esa mujer se estaba muriendo en vida.

—Buenos días, señorita Isela.

Ella no contestó, solo se sentó frente a su abogado.

—Ya me han dado la fecha de-

—Mi juicio. Mi juicio será hoy mismo, dentro de unas horas.

Esas palabras sorprendieron al abogado Antonio. ¿Quién tenía el derecho de acelerar de esa manera el juicio de un caso muy delicado?

— ¿Qué? Pero, ¿quién dijo eso?

Isela sonrió de manera incrédula. —Por favor, abogado, ya no gaste su tiempo en mí. Hoy será mi juicio y con eso, también vendrá una esperanza. Mi esposo vendrá por mí, va a limpiar mi nombre, eso lo sé, lo sé muy bien.

El abogado bajó la mirada. Tan pronto como él se puso al tanto de su caso, supo que ella estaba casada con un hombre que se dedicaba a los negocios, así como también él supo sospechar que ella no había sido la asesina y que podría haber sido su propio esposo.

Con ese pensamiento, el abogado no paró de buscar por aquel hombre que ella clamaba hasta que dio con una única verdad. Ese hombre se había ido del país y era momento de decírselo. Y no solo eso, aquella llamada que la policía había recibido inculpando a Isela era también de su esposo.

—Él va a venir, eso lo sé —dijo ella con la mirada perdida.

—Señorita Isela.

—Él va a venir.

— ¿Señorita Isela?

—Él va a venir.

— ¡Señorita Isela, lo siento mucho pero su esposo se ha ido del país!

— ¿Qué? —Las lágrimas salieron de sus ojos de manera silenciosa.

—Lo siento mucho pero ya no hay pistas de su esposo. Todo parece ser que-

— ¿Él me ha abandonado?

—Es que eso no es todo, señorita. Sucede que… la llamada que recibió la policía inculpándola a usted de la muerte de aquella mujer provino también de… de… de su esposo.

Y de pronto, el corazón de Isela se rompió en mil pedazos. A él nunca le importó lo que ella estuviera viviendo, a él no le importaba nada de lo que fuera su suerte, a él nunca le importó nada pues ese hombre había llegado hasta el hecho de acusarla por sus actos.

Diez de marzo del año 2023 a las doce del mediodía. Día que ella jamás iba a olvidar. Sentada a lado de su abogado, sintiéndose él culpable por no poder hacer mucho, se quedó siempre a su lado.

—De pie culpable Isela Velar —dijo el juez.

Sin vida, Isela se levantó de su lugar lista para recibir su sentencia. En su mente pasaban muchas cosas, todas las palabras del abogado, todo lo que él le había dicho hacia un par de horas atrás. Su esposo, el hombre que más había amado era el mismo que la había abandonado y que la había dejado sola en un infierno. Y no solo eso, en el alma tenía ya impreso el nombre de aquella persona que había movido cielo, mar y tierra para que el juicio fuera lo más rápido posible. El hombre que había pagado tanto dinero para que a ella la refundieran en la cárcel. Su nombre, Stefan de la Barrera.

—Por el delito de robo, secuestro y asesinato a la señora Elisa Ávila se le sentencia a ocho años de prisión. ¡Caso cerrado!

De los ojos sin vida de Isela una lágrima resbaló. Su sentencia estaba dictada, ahora todo el odio estaba en su corazón, ella no era ninguna asesina, ella solo había llegado para alertar a su esposo y al final solo encontró injusticia pues mientras su esposo estaba libre afuera, ella iba a pagar por un crimen que no cometió.

Sentado con las piernas cruzadas, bebiendo una copa de vino, una sonrisa se hizo en su rostro. Para esa hora ya debería de estar siendo sentenciada la mujer que mató a su esposa.

— ¿Qué te da tanta gracia? —Preguntó su amigo al verlo sonreír.

— ¿Si sabes que para esta hora esa mujer ya debe de haber recibido su sentencia?

Ricardo se levantó. —Sabes que nunca voy a estar de acuerdo con lo que hiciste. Tú bien sabes que no había suficientes pruebas en contra de esa mujer, ella clama que llegó queriendo salvar a Elisa.

— ¿Y tú le crees? Por supuesto que las cosas no son así.

— ¡No me importa! Ella es la asesina de Elisa y por eso pagué tanto dinero, para que a ella la refundan en la cárcel.

—Espero no te arrepientas, Stefan, espero en verdad que ella sea la asesina porque de lo contrario, será una pena que hayas metido a una inocente a la cárcel.

Stefan solo sonrió. El odio y el dolor lo habían cegado por completo.

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