Caminando de un lugar a otro, no sabiendo que hacer, Enrique se tomaba la cabeza una y otra vez. Todo se había complicado en un segundo, solo esperaban que esa mujer realmente hubiera muerto porque de lo contrario, ella iba a decir quienes fueron las personas que la secuestraron y le dispararon. Enrique tenía que irse del país pero, ¿qué había de su esposa?
La pobre Isela, tenía que ir por ella a la casa e irse juntos, quizá con el tiempo le explicaría lo que pasó.
— ¿Qué hacemos, jefe? —Preguntó uno de los hombres que había ayudado con todo.
—Tenemos que irnos a cualquier lugar y no estar cerca de donde todo pasó.
— ¿Qué hay del collar?
—Cuando lo venda yo mismo les daré su parte. Ahora largo. Yo iré a buscar a mi esposa y juntos nos iremos, juro que regresaré a darles su parte.
—Creo que es demasiado tarde para eso, señor —dijo el tercer hombre.
— ¿De qué habla?
—La policía ha arrestado a su esposa.
— ¿Qué? ¿De qué rayos hablas?
—Todo parece ser que su esposa llegó en el lugar para alertarlo a usted de que la policía venía.
— ¿Mi esposa sabía de lo que hacemos?
—No lo sé, señor pero ellos la han arrestado.
— ¿Qué pasó con la mujer?
—Ese es el problema.
— ¿Por qué?
—Sucede que la mujer murió en los brazos de su esposa.
No pudiendo tener más mala suerte, Enrique cayó sentado en uno de los sillones. Eso no podía ser posible. Isela no podía decir nada.
—Señor, lo siento mucho pero ella va a hablar en cualquier momento. Tenemos que irnos de aquí, lejos. Estoy seguro que ella ya sabía de lo que usted hace, tiene que acusarla, señor, es nuestra única salida antes de que ella hable.
Enrique en ese momento comprendió que era cierto, su esposa iba a terminar por declarar la verdad.
—Tienen razón, chicos, tienen razón, tenemos que irnos antes de que sea demasiado tarde pero no sin antes de hacer una llamada. Es una pena que Isela fuera al lugar del accidente.
Golpeando fuertemente el escritorio del teniente, Stefan exigía una respuesta. Sabía que no importaba cuánto más llorara, nada iba a traer de vuelta a Elisa.
Más de cinco horas habían pasado desde su fallecimiento y él no podía estar tranquilo. El traje de novio ya estaba completamente deshecho.
— ¡Exijo ver al asesino de mi esposa! ¡Juro que lo haré pagar con mis propias manos! ¡Juro que lo mataré!
—Por favor, señor, aún no sabemos por qué lo hizo.
— ¡¿Dónde está el collar de diamantes de mi esposa?! ¿No es eso suficiente?
—No podemos acusarla hasta que tengamos los resultados. La señorita ya está presa.
— ¿Qué? ¿Es una mujer quien nos hizo esto?
El teniente se quedó en silencio.
— ¡Le hice una pregunta!
— ¡Sí, sí, señor de la Barrera, fue una mujer la que estaba a lado del cuerpo de su novia!
—Incluso si no lo hacen ustedes, yo, Stefan de la Barrera, la haré pagar por este dolor que me está provocando al arrebatarme lo que más amaba en este mundo… ¡Lo juro!
—Una lágrima salió de sus ojos.
Con las manos esposadas sobre aquella mesa en donde la estaban interrogando, las lágrimas de Isela ya no podían salir con más prisa. Estaba asustada, no tenía a nadie más que a Enrique, al hombre que amaba con todo su corazón y por el que estaba dispuesta a todo, hasta lo impensable. Era por él por quien ella había llegado hasta ese lugar.
— ¡Confiese de una vez por todas que usted fue la asesina de esa mujer!
— ¡Yo no hice nada!
— ¿Entonces qué estaba haciendo en el lugar del crimen?
—Yo solo llegué por coincidencia.
—La manera en la que encontramos el auto no habla de una coincidencia, señora.
Al momento la puerta se abrió. Más policías estaban llegando con ella, listos para torturarlas después de no haber encontrado nada más.
— ¿Encontraron algo más? —Preguntó el policía que ella estaba interrogando.
—No, no había nadie en la casa de esta mujer. Todo parece que fue planeado, ella debió de trabajar con alguien más.
Las lágrimas se secaron en las mejillas de Isela. ¿Eso quería decir que ellos no habían encontrado a su esposo en casa? Podría ser un alivio, mientras él estuviera bien a ella no le importaba nada más.
—No puede ser, lo peor es que esta mujer no quiere hablar más.
—Pero eso no es todo, señor.
— ¿Hay más?
— ¡Por supuesto que hay más! Señor, recibimos una llamada de uno de los hombres que vieron a las personas que llegaron a la bodega. Un vecino cercano a todo eso.
Isela levantó la mirada. Por primera vez ella sintió que había esperanza.
— ¿Qué dijo el hombre?
—Él claramente vio entrar aquí a la señorita presente con la mujer, ella iba armada.
— ¿Qué? —Preguntó Isela al no poder creer lo que estaba escuchando.
UNA SEMANA DESPUÉS
Sintiendo como la vida se le iba entre las manos mientras estaba recostado en la tumba de la mujer que estuvo a punto de ser su esposa, Stefan no podía con el dolor que lo estaba matando en el alma. Su esposa había sido matada a sangre fría, y la razón hasta el momento se desconocía.
— ¡Quiero que se pudra en la cárcel! —Gritó Stefan.A su lado estaba su mejor amigo Ricardo, quien lo había acompañado en todo momento con su dolor. Alguien que no pensaba dejarlo solo en una situación tan triste.
—Por favor, Stefan, tenemos que irnos de aquí. El anochecer está llegando y mañana será el juicio de la mujer que le hizo esto a Elisa.
—No quiero saber nada de ella más allá de que se está pudriendo en la m*****a cárcel.
—Por favor, Stefan vámonos de aquí, no puedes seguir llorando en la tumba de Elisa.
— ¿Cómo se llama?
— ¿De qué hablas, Stefan?
— ¿Cómo se llama la m*****a que mató a Elisa?
— ¡No tiene sentido que te lo diga!
— ¡Dímelo en este maldito momento!
—Por favor, basta, deja de hacerte daño.
— ¡Que me lo digas de una vez por todas!
— ¡Está bien, está bien, te lo diré! Se llama Isela, Isela Velar.
— ¿Isela Velar?
—Sí, Isela Velar. Una mujer sencilla, fue ama de casa.
—Isela Velar, bien… ¡Quiero que recuerdes ese maldito nombre por el resto de tu vida! ¡Recuérdalo y que nunca se te olvide! ¡¿Quedó claro?!
La mirada perdida en un punto cualquiera. Llevaba ya una semana en ese lugar, sin que nadie la visitara, sin que nadie le dijera lo que estaba pasando afuera pero teniendo solo una cosa en mente, incluso si a ella la sentenciaban, solo bastaba que fuera cuestión de tiempo para que Enrique se diera cuenta de lo que estaba pasando su esposa y así, limpiara su nombre.
Tocando de manera agresiva su celda, la hicieron volver a su realidad mientras ella estaba sentada en su cama. Ahora sus ojos habían perdido el brillo.
— ¡Hey, tienes visitas! —Dijo el policía —. ¡Es tu abogado!
Poco a poco se levantó de su lugar para que el policía abriera la celda y la dejara salir.
En una mesa en la sala de visitas, un hombre vestido de traje color gris mientras cargaba con un portafolio, el mismo que el estado le había puesto a Isela para defenderse, esperaba por ella.
De pronto la presa de uniforme café se presentó enfrente de ella. No había brillo en aquellos ojos. Antonio llevaba más de tres días viéndola y de lo que único que podía dar fe era que esa mujer se estaba muriendo en vida.
—Buenos días, señorita Isela.
Ella no contestó, solo se sentó frente a su abogado.
—Ya me han dado la fecha de-
—Mi juicio. Mi juicio será hoy mismo, dentro de unas horas.
Esas palabras sorprendieron al abogado Antonio. ¿Quién tenía el derecho de acelerar de esa manera el juicio de un caso muy delicado?
— ¿Qué? Pero, ¿quién dijo eso?
Isela sonrió de manera incrédula. —Por favor, abogado, ya no gaste su tiempo en mí. Hoy será mi juicio y con eso, también vendrá una esperanza. Mi esposo vendrá por mí, va a limpiar mi nombre, eso lo sé, lo sé muy bien.
El abogado bajó la mirada. Tan pronto como él se puso al tanto de su caso, supo que ella estaba casada con un hombre que se dedicaba a los negocios, así como también él supo sospechar que ella no había sido la asesina y que podría haber sido su propio esposo.
Con ese pensamiento, el abogado no paró de buscar por aquel hombre que ella clamaba hasta que dio con una única verdad. Ese hombre se había ido del país y era momento de decírselo. Y no solo eso, aquella llamada que la policía había recibido inculpando a Isela era también de su esposo.
—Él va a venir, eso lo sé —dijo ella con la mirada perdida.
—Señorita Isela.
—Él va a venir.
— ¿Señorita Isela?
—Él va a venir.
— ¡Señorita Isela, lo siento mucho pero su esposo se ha ido del país!
— ¿Qué? —Las lágrimas salieron de sus ojos de manera silenciosa.
—Lo siento mucho pero ya no hay pistas de su esposo. Todo parece ser que-
— ¿Él me ha abandonado?
—Es que eso no es todo, señorita. Sucede que… la llamada que recibió la policía inculpándola a usted de la muerte de aquella mujer provino también de… de… de su esposo.
Y de pronto, el corazón de Isela se rompió en mil pedazos. A él nunca le importó lo que ella estuviera viviendo, a él no le importaba nada de lo que fuera su suerte, a él nunca le importó nada pues ese hombre había llegado hasta el hecho de acusarla por sus actos.
Diez de marzo del año 2023 a las doce del mediodía. Día que ella jamás iba a olvidar. Sentada a lado de su abogado, sintiéndose él culpable por no poder hacer mucho, se quedó siempre a su lado.
—De pie culpable Isela Velar —dijo el juez.
Sin vida, Isela se levantó de su lugar lista para recibir su sentencia. En su mente pasaban muchas cosas, todas las palabras del abogado, todo lo que él le había dicho hacia un par de horas atrás. Su esposo, el hombre que más había amado era el mismo que la había abandonado y que la había dejado sola en un infierno. Y no solo eso, en el alma tenía ya impreso el nombre de aquella persona que había movido cielo, mar y tierra para que el juicio fuera lo más rápido posible. El hombre que había pagado tanto dinero para que a ella la refundieran en la cárcel. Su nombre, Stefan de la Barrera.
—Por el delito de robo, secuestro y asesinato a la señora Elisa Ávila se le sentencia a ocho años de prisión. ¡Caso cerrado!
De los ojos sin vida de Isela una lágrima resbaló. Su sentencia estaba dictada, ahora todo el odio estaba en su corazón, ella no era ninguna asesina, ella solo había llegado para alertar a su esposo y al final solo encontró injusticia pues mientras su esposo estaba libre afuera, ella iba a pagar por un crimen que no cometió.
Sentado con las piernas cruzadas, bebiendo una copa de vino, una sonrisa se hizo en su rostro. Para esa hora ya debería de estar siendo sentenciada la mujer que mató a su esposa.
— ¿Qué te da tanta gracia? —Preguntó su amigo al verlo sonreír.
— ¿Si sabes que para esta hora esa mujer ya debe de haber recibido su sentencia?
Ricardo se levantó. —Sabes que nunca voy a estar de acuerdo con lo que hiciste. Tú bien sabes que no había suficientes pruebas en contra de esa mujer, ella clama que llegó queriendo salvar a Elisa.
— ¿Y tú le crees? Por supuesto que las cosas no son así.
— ¡No me importa! Ella es la asesina de Elisa y por eso pagué tanto dinero, para que a ella la refundan en la cárcel.
—Espero no te arrepientas, Stefan, espero en verdad que ella sea la asesina porque de lo contrario, será una pena que hayas metido a una inocente a la cárcel.
Stefan solo sonrió. El odio y el dolor lo habían cegado por completo.
DOS MESES DESPUÉSSegundos, minutos, horas, horas que compusieron días, días que nunca más iban a regresar. Las lágrimas se habían ido de ella, su alma parecía estar quedando seca conforme el tiempo pasaba.De la manera en que los días iban pasando, conforme el odio fue creciendo en su corazón, Isela se dio cuenta de una sola cosa. Ella se había casado enamorada, ella estaba dispuesta a todo por él, ella incluso estuvo dispuesta a culparse de todo lo que había pasado para al final tener en la mente el nombre de dos personas que le habían hecho daño. Stefan de la Barrera, quien la había acusado de asesinato pagando mucho dinero y su esposo, Enrique, quien la dejó a su suerte y no suficiente con eso, la acusó de algo que ella nunca se hubiera atrevido a hacer.Era muy pronto para pensar en el día en que todo terminara. Era muy pronto para pensar en esa mañana y aun así, ya tenía un solo plan.—En ocho años mi condena se cumple —dijo al abogado frente a ella.Ahora Antonio sabía que Stef
Poco a poco ella comenzó a estudiar a su enemigo y todo eso que iba a hacer para que pudiera acercarse a él. Nunca antes había visto su rostro pero ya se decía que era un hombre muy guapo e inteligente. Solo por fotos fue como aprendió de él, de su familia, de cada uno de sus movimientos, incluso se aprendió de memoria su rutina, la misma que había dado en sus entrevistas.Días, meses, años que se fueron de esa manera, el abogado por su parte haciendo todo para que ella pudiera cambiar todo lo que era empezando por su nombre.Ocho años que se redujeron a cinco prontamente.CINCO AÑOS DESPUÉS—La reclusa Isela Velar, habiendo cumplido con su sentencia reducida a cinco años por buen comportamiento, hoy queda libre.Y de esa manera, las puertas del reclusorio fueron abiertas solo para ella, quien llevaba una maleta en mano, lista para tomar una nueva vida como se lo había prometido a su abogado y a su mejor amiga Adamaris, quien en menos de cuatro meses también saldría de la cárcel.Una
TRES DÍAS DESPUÉS“Todo lo que tienes que hacer es comportarte como una mujer de clase, una mujer sencilla, una mujer que sabe lo que quiere, una mujer que confía en sus conocimientos porque si de algo estoy seguro es que no hay chef como tú, no importan los estudios, tú eres mejor que ellos.”.Recordando esas palabras, María Fernanda bajó del auto que la había llevado hasta esa empresa.Inmediatamente el odio vino a ella, sus hijos se llenaron de tantos sentimientos negativos en el momento en que supo que en esa guarida debía de estar la persona que la hizo tan desgraciada.El plan de María Fernanda era sencillo, ella no se iba a presentar como la mujer de mucho dinero que llegaba para hacer alianzas con un hombre como él, ella iba a empezar muy despacio su venganza, estaría cerca de él, se ganaría su confianza siendo una niña simple para al final, dar los goles finales más dolorosos que él hubiera podido sentir en la vida.Con papeles en la mano, María Fernanda en su abrigo color bl
En el departamento que Antonio, el abogado de María Fernanda y el mismo que le tenía una sorpresa justamente ese día para cuando llegara, se escuchaba el fuerte cantar de quien no podía estar contenta con tomar un baño en una casa decente.Envuelta en una bata de baño, Adamaris salió sin importarle que ahí estuviera Antonio. Es que Adamaris era así, le gustaba no preocuparse por la vida, le gustaba que el mundo siguiera su paso, a ella nada le preocupara mientras el mundo afuera enloquecía por quererlo cambiar.—¿No deberás de irte a cambiar primero? —Preguntó Antonio.—¿Qué? ¿Te pone nervioso que solo traiga una bata puesta? —Adamaris rió.—No, la verdad es que no me pone nervioso ni mucho menos, es solo que si llega Isela va a pensar otra cosa.Adamaris no evitó ir con él y sentarse a su lado en uno de los sillones. Ella no era ese tipo de mujer que todos creían, ella simplemente era alguien a quien la vida le daba igual.—Antonio, no tienes que explicarme que te pones nervioso —rió
Regresando en sí debido a lo que había estado recordando y no queriendo sentir más eso en su interior, Stefan se levantó de su lugar mientras se limpiaba alas lágrimas. A pesar de los años él seguía siendo una persona que seguía amando a quien fue su esposo sin serlo pero de pronto la vida le arrebató.María Fernanda lo vio actuar. Lo vio limpiarse las lágrimas de manera discreta y todo lo que ella pudo sentir fue felicidad pues en su corazón estaba que quería que sufriera, quería que él siempre se mantuviera sufriendo y sintiera un poco el dolor que ella había sentido estando cada día en la cárcel mientras pedía porque la sacaran de ahí porque era inocente.—¿Sabes qué? Me aburres —dijo Stefan caminando hasta la puerta de salida. —Ve con Ricardo y que te dé tu liquidación del tiempo que has estado aquí.Y en el momento en que Stefan se dignaba por querer abrir la puerta, se dio cuenta que esta se había atrancado con algo.María Fernanda lo veía todo desde atrás. No, solo eso le falta
En una cama de hospital, siendo cuidado por el mismo doctor que lo había tratado a él y a su familia durante años, Stefan de la Barrera comenzó a despertar. No se acordaba de mucho, solo sabía que lo último que había sentido era el suelo frío en su espalda y una persona que le pedía que se mantuviera.—Hasta que despiertas —dijo esa voz ya tan conocida.Stefan miró a todos los lados. El único que conocía era a su mejor amigo Ricardo.—¿Qué fue lo que pasó? —Preguntó Stefan.—Te desmayaste en el mismo lugar donde planeabas castigar a otra persona solo por estar en lo correcto.—No entiendo.—Pensé que habías superado tu miedo a los lugares cerrados.Poco a poco Stefan se levantó de la cama. Le dolía la cabeza, se sentía fuera de él.—Deberías de ser más agradecido.—No entiendo de qué hablas, Ricardo.—Bueno, pues, la misma mujer que te llevaste al cuarto de alimentos y que castigaste enfrente de todo por estar en lo correcto, fue la misma que de una u otra manera te salvó y se mantuvo
Ricardo con ayuda de todo el personal y las puertas que se abrían para él por el solo hecho de ser el mejor amigo de Stefan de la Barrera en cuestión de horas fue capaz de dar con el paradero de la mujer que Stefan quería ver.La verdad era que Ricardo tenía la esperanza que ese hombre amargado en el que Stefan se había coinvertido después de la muerte de Elisa, regresara a ser quien fue ahora que había encontrado a su rival, una mujer sin miedo a nada como lo había sido la tal María Fernanda.—Bien, denme la dirección de la mujer y yo mismo iré por ella —dijo Ricardo al hombre que le había conseguido la información.—Aquí está, señor. ¿No quiere que le acompañemos?—No, solo vendrán dos escoltas conmigo. Muchas gracias, díganle al señor de la Barrera que solo es cuestión de minutos para que la mujer esté aquí —. Y sin más, Ricardo se fue con dos hombres más, montado en uno de los autos de lujo que tenía a su disposición gracias a Stefan.Mientras tanto en la oficina de Stefan de la B
Sin bajar la mirada, sin temer más de lo que ya había temido en el pasado, todo lo que hizo Fernanda fue mirarlo directamente a los ojos. Ahora que lo tenía un poco más cerca, se daba cuenta de dos cosas muy importantes; lo guapo que era, quizá el hombre más guapo que ella haya visto y dos, aquel odio y aquella amargura en sus débiles ojos.—No sé de qué me está hablando, señor de la Barrera.Inmediatamente Stefan pareció caer en cuenta sobre lo que acababa de hacer así que poco a poco, dio un paso atrás. Esa mujer no era su esposa, esa mujer frente a él seguro ni sabía que Elisa solía tener un vestido idéntico al que ella tenía puesto.—Todo lo que sé es que usted me ha mandado llamar, y como soy una mujer respetable, que ejerzo mi carrera con respeto, no deseo que nada ni nadie se interponga en eso.Stefan se frotó el rostro. —Tome asiento, por favor.María Fernanda lo hizo mientras Stefan hacía lo mismo.—Quiero ser muy claro con lo que tengo que decirle. El incidente que pasó, yo…