II

Y por cada minuto que pasaba, cada metro que el auto avanzaba, Isela se sentía más lejos de su destino. Tenía que encontrar a su esposo antes que la policía.

— ¡Contesta, contesta, Enrique! —Dijo Isela bajando su celular.

La verdad era que no sabía en qué lugar de todo ese país lo iba a encontrar. Su esposo no podía ir a la cárcel.

Entonces de pronto lo recordó. Enrique había hablado muchas veces de ir a una bodega fuera de la ciudad para hacer algún tipo de negocios. Él debía de estar ahí así que acelerando un poco más, siguió adelante sin saber que la policía ya iba en camino también al haber rastreado el celular de uno de los ladrones.

Sobre todas las cosas estaba su esposo sin importar el mal que había hecho.

En una casa de las más lujosas que podían pertenecerle a la familia de los Barrera, más de 500 invitados esperaban por ver llegar a la novia. Y entre ellos Stefan siendo el más nervioso pero ya no porque se fuera a casar sino porque su esposa había demorado demasiado, las sirvientas en casa le habían dicho ya que ella tenía mucho tiempo de haber salido.

Algo malo estaba pasando. Lo presentía, incluso la gente podía sentir que algo andaba pues había quienes comenzaban a irse. Había pasado más de cuarenta minutos y ella no llegaba.

—Cálmate, Stefan, estás muy nervioso —dijo su mejor amigo.

—Elisa no ha llegado. Algo malo pasó, estoy seguro.

—No digas eso, ella ya debe de venir en camino.

—Algo me dice que ella no está bien. Algo me lo dice. No lo sé pero yo voy a salir corriendo a buscarla.

—Tranquilo, recuerda que en días como estos, accidentes pasan.

— ¿Qué tipo de accidentes? —Preguntó Stefan asustado.

Ricardo rió. —Veo que el amor te ha pegado fuerte. Me refería a accidentes como, no sé, al carro se le ponchó una llanta o algo por el estilo.

— ¿Tú crees?

— ¡Por supuesto! Recuerda que las malas noticias son las primeras en llegar.

Stefan suspiró mirando a su amigo. Él nunca le había fallado, debía de confiar en él.

Camino de rosas y espinas era ese, era una total mentira, la felicidad nunca había sido tan fácil de alcanzar como ella lo había creído hacía un par de horas atrás, cuando se vio en su vestido blanco.

—Por favor, déjenme ir, por favor, mi esposo les puede dar todo el dinero que quieran, por favor.

Los hombres la miraron con burla. — ¿En verdad crees que las cosas van a ser tan fáciles?

—Por favor, solo déjenme ir.

El celular de uno de ellos sonó, haciendo que todos los demás tomaran atención a él. Quizá la llamada que no esperaban había llegado, la misma que les diría dónde y cómo entregar a la mujer para que no los fueran a descubrir.

— ¿Sí, diga?

Una voz agitada del otro lado. —La policía, tienen que salir de ahí…, ¡la policía ya va en camino!

Esas palabras le lograron devolver la vida a Elisa. La policía ya estaba cerca, si ella peleaba un poco para distraerlos hasta que la policía llegara, ellos iban a ir a la cárcel y ella iba ser rescatada así que siendo de esa manera, Elisa se levantó del suelo solo para terminar por irse en contra de uno de los hombres que estaban ahí.

Lo golpeó, lo arañó, le gritó cosas, lo mordió mientras los otros hombres se la quitaban de encima.

— ¡Quítenme a esta idiota de encima! —Gritó el hombre.

Y siendo en un momento de desesperación y nerviosismo al hecho de que les dijeran que la policía estaba cerca, Enrique apuntó con su arma a Elisa y sin pensar más, le disparó justo en el costado.

Todo murió en silencio.

Solo el estallido de una bala que había salido a prisa.

Un vestido blanco de novia que se manchaba con su propia sangre, el disparo por un hombre que actuó sin pensar y alrededor de ellos, solo silencio mientras veían como caía de lleno el cuerpo de Elisa. El dolor era insoportable, tan insoportable que la estaba sacando de la realidad.

Finalmente el auto se detuvo en medio de un desierto si era así como lo podía llamar, olvidándose de todo, Isela corrió hacia la bodega sin saber que ese podría ser su último suspiro, aun estando asustada, Elisa sintió tener la fuerza para pelear. Ella debía de salir de ahí a como diera lugar junto con Enrique.

— ¡Enrique! —Gritó con todas sus fuerzas entrando a la bodega.

Y sin que ella lo hubiera esperado, pensando que por primera vez la victoria sería de la gente que se había comportado mal y en este caso, ella siendo la heroína de la historia, la decepción fue más grande de lo que pensó en el momento en que se dio cuenta que no había nadie ahí, excepto por la mujer de vestido de novia sumergida en un charco de su propia sangre. Estaba delirando.

Isela se llevó las manos a la boca antes de correr a ella.

—Señorita. Señorita, por favor, quédese conmigo, por favor, no se vaya a morir, llamaré a la policía —dijo Isela teniendo la cabeza de Elisa en su regazo.

Elisa ya estaba muriendo.

—Por favor, no haga ningún esfuerzo.

—Stefan… Stefan… Stefan —dijo Elisa repetidas veces.

—Por favor, señorita, no hable, la policía ya debe de venir en camino —dijo Isela solo para tranquilizarla.

—Stefan —volvió a repetir ella.

—Por favor, señorita, no se puede morir, no hoy —pidió Isela llorando mientras sus manos se manchaba de sangre, teniendo la intención de retener la sangre que salía de Elisa.

Ahora que la recorría con su mirada se daba cuenta que ese sería el día de su boda. El día más feliz de su vida.

Afuera dos carros que se detenían a toda prisa, las sirenas de las patrullas hicieron sentir a Isela a salvo.

—Tiene que resistir un poco más, señorita, la ayuda está aquí —pidió Isela mientras lágrimas caían.

—S-Stefan… S-Ste-tefan —titubeó.

—Por favor, ya no hable más.

Y de pronto, de la boca de Elisa comenzó a salir sangre. El final estaba llegando.

— ¡No, no, quédese conmigo!

De pronto cuatro policías que apuntaban con sus armas a Isela al haber entado a la bodega.

— ¡Levante las manos ahora! —Gritaron.

En ese momento Isela se dio cuenta que los policías pensaban que era ella la culpable de todo.

—No por favor, yo no he hecho nada, acabo de encontrar a esta mujer —dijo —. Señora, señora, dígales que yo no he hecho nada —pidió a la mujer en su regazo.

Y todo lo que vieron sus ojos al segundo después fue la manera en la que la mujer que tenía en su regazo terminó por luchar una vida que ya no sería de ella pues la muerte lo había logrado, ella cerraba los ojos para siempre, haciendo testigos a todos de su muerte.

— ¡No! —Gritó Isela con todas sus fuerzas.

Incluso si nunca antes la había visto en su vida, sentía el dolor de perderla pues era en el día más feliz de su vida en que ella moría.

— ¡Queda usted detenida por el asesinato de la señorita Elisa Ávila! —Continuó uno de los policías.

—No, lo siento, lo siento pero yo ya no me voy a quedar aquí de brazos cruzados. Elisa tiene una hora, ¡una m*****a hora que salió de casa! —Dijo Stefan —. Incluso ya casi no hay invitados.

—A lo mejor no se quiere casar contigo —rió su amigo.

Esta vez aquella broma no le provocó nada a Stefan.

—Lo siento, pensé que te ibas a reír.

—Pues ya viste que no.

En ese momento el celular de Stefan comenzó a sonar.

—Habla Stefan de la Barrera, ¿si, diga?

—Señor de la Barrera, hablamos del hospital Ángeles.

— ¿Qué sucede?

—Se trata de su novia, la señorita Elisa Ávila.

— ¡Qué tiene mi esposa? ¿Qué pasó con ella?

—Señor, la señorita Ávila se encuentra gravemente herida en el hospital Ángeles, necesitamos que venga de inmediato.

— ¡No, eso no puede ser cierto! ¡Eso no!

A prisa, corriendo por todo el lugar, Stefan llegó junto con su mejor amigo, quien no podía creer lo que acababa de pasar. Los pasillos blancos no parecían más que un calabozo en el que no encontraba a nadie que le pudiera decir lo que estaba pasando.

Sus ojos de tanto llorar en el camino no le hacían ver con claridad el lugar.

—Tienes que calmarte, Stefan.

— ¡Cómo quieres que me calme, Ricardo, a mi esposa la encontraron casi muriendo por una herida de bala! ¡¿Cómo? ¿En qué momento?!

—Tranquilo, yo iré a ver allá. Tú quédate aquí.

Inmediatamente Ricardo fue hasta la recepcionista para que le pudiera decir sobre la esposa de su mejor amigo.

—Disculpe, señorita, necesitamos información de la señorita Elisa Ávila.

— ¿Elisa Ávila?

— ¡Sí, Elisa Ávila!

— ¡Oh! Justamente por ahí está el doctor —señaló la mujer.

— ¿Familiares de la señorita Elisa Ávila? —Preguntó el doctor.

Inmediatamente Ricardo y Stefan se acercaron.

—Soy yo, yo soy el esposo de Elisa. ¿Cómo está mi esposa?

El doctor suspiró. Ni siquiera sabía cómo comenzar. Él, al igual que todos los policías, se habían dado cuenta que era ese día el más feliz de su vida. Ellos se iban a casar. ¿Por qué la vida era tan injusta?

— ¡Dígame, ¿cómo está mi esposa?!

—Señor de la Barrera, lo siento mucho pero…

— ¡Pero! ¡¿Pero qué?!

—Lo siento mucho, señor de la Barrera, pero su esposa acaba de fallecer, lo sentimos mucho, no pudimos hacer nada, la pérdida de sangre fue demasiada. Lo siento, lo siento mucho.

— ¡No! —Gritó Stefan mientras el corazón se le deshacía en mil pedazos al momento que caía al suelo.

Y Ricardo, nunca antes había visto a un hombre sufrir de la manera en la que Stefan estaba sufriendo por una mujer que ya no estaba en este mundo.

Con las manos atrás esposadas, siendo escoltada por dos policías, Isela no podía parar de llorar mientras le gritaba a los policías que ella no tenía la culpa de nada, ella no había hecho nada malo.

Con el abrigo café manchado de sangre, el rostro también manchado de sangre y el cabello hecho un desastre, Isela llegó.

—Por favor, yo no hice nada, yo no sé quién fue, yo no hice nada, señores, déjenme libre, por favor —siguió gritando hasta llegar a uno de los separos para que así, comenzara la investigación —. ¡Sáquenme de aquí!

En mala hora ella tuvo que llegar a ese lugar donde la novia estaba muriendo, no había nada que ella pudiera hacer más que pensar una y otra vez que esa mujer se había ido del mundo sin decirles que Isela no había cometido ningún crimen.

Tantos pensamientos se le vinieron a la mente en ese momento. No era posible que su esposo hubiera hecho eso, ¿verdad? Algo tuvo que salirse de control, su esposo no era el tipo de hombre que mataría a alguien, solo tenía que hacérselo saber pero, ¿cómo si ella estaba encerrada en un lugar en el que nadie la podía escuchar?

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