Y por cada minuto que pasaba, cada metro que el auto avanzaba, Isela se sentía más lejos de su destino. Tenía que encontrar a su esposo antes que la policía.
— ¡Contesta, contesta, Enrique! —Dijo Isela bajando su celular.
La verdad era que no sabía en qué lugar de todo ese país lo iba a encontrar. Su esposo no podía ir a la cárcel.
Entonces de pronto lo recordó. Enrique había hablado muchas veces de ir a una bodega fuera de la ciudad para hacer algún tipo de negocios. Él debía de estar ahí así que acelerando un poco más, siguió adelante sin saber que la policía ya iba en camino también al haber rastreado el celular de uno de los ladrones.
Sobre todas las cosas estaba su esposo sin importar el mal que había hecho.
En una casa de las más lujosas que podían pertenecerle a la familia de los Barrera, más de 500 invitados esperaban por ver llegar a la novia. Y entre ellos Stefan siendo el más nervioso pero ya no porque se fuera a casar sino porque su esposa había demorado demasiado, las sirvientas en casa le habían dicho ya que ella tenía mucho tiempo de haber salido.
Algo malo estaba pasando. Lo presentía, incluso la gente podía sentir que algo andaba pues había quienes comenzaban a irse. Había pasado más de cuarenta minutos y ella no llegaba.
—Cálmate, Stefan, estás muy nervioso —dijo su mejor amigo.
—Elisa no ha llegado. Algo malo pasó, estoy seguro.
—No digas eso, ella ya debe de venir en camino.
—Algo me dice que ella no está bien. Algo me lo dice. No lo sé pero yo voy a salir corriendo a buscarla.
—Tranquilo, recuerda que en días como estos, accidentes pasan.
— ¿Qué tipo de accidentes? —Preguntó Stefan asustado.
Ricardo rió. —Veo que el amor te ha pegado fuerte. Me refería a accidentes como, no sé, al carro se le ponchó una llanta o algo por el estilo.
— ¿Tú crees?
— ¡Por supuesto! Recuerda que las malas noticias son las primeras en llegar.
Stefan suspiró mirando a su amigo. Él nunca le había fallado, debía de confiar en él.
Camino de rosas y espinas era ese, era una total mentira, la felicidad nunca había sido tan fácil de alcanzar como ella lo había creído hacía un par de horas atrás, cuando se vio en su vestido blanco.
—Por favor, déjenme ir, por favor, mi esposo les puede dar todo el dinero que quieran, por favor.
Los hombres la miraron con burla. — ¿En verdad crees que las cosas van a ser tan fáciles?
—Por favor, solo déjenme ir.
El celular de uno de ellos sonó, haciendo que todos los demás tomaran atención a él. Quizá la llamada que no esperaban había llegado, la misma que les diría dónde y cómo entregar a la mujer para que no los fueran a descubrir.
— ¿Sí, diga?
Una voz agitada del otro lado. —La policía, tienen que salir de ahí…, ¡la policía ya va en camino!
Esas palabras le lograron devolver la vida a Elisa. La policía ya estaba cerca, si ella peleaba un poco para distraerlos hasta que la policía llegara, ellos iban a ir a la cárcel y ella iba ser rescatada así que siendo de esa manera, Elisa se levantó del suelo solo para terminar por irse en contra de uno de los hombres que estaban ahí.
Lo golpeó, lo arañó, le gritó cosas, lo mordió mientras los otros hombres se la quitaban de encima.
— ¡Quítenme a esta idiota de encima! —Gritó el hombre.
Y siendo en un momento de desesperación y nerviosismo al hecho de que les dijeran que la policía estaba cerca, Enrique apuntó con su arma a Elisa y sin pensar más, le disparó justo en el costado.
Todo murió en silencio.
Solo el estallido de una bala que había salido a prisa.
Un vestido blanco de novia que se manchaba con su propia sangre, el disparo por un hombre que actuó sin pensar y alrededor de ellos, solo silencio mientras veían como caía de lleno el cuerpo de Elisa. El dolor era insoportable, tan insoportable que la estaba sacando de la realidad.
Finalmente el auto se detuvo en medio de un desierto si era así como lo podía llamar, olvidándose de todo, Isela corrió hacia la bodega sin saber que ese podría ser su último suspiro, aun estando asustada, Elisa sintió tener la fuerza para pelear. Ella debía de salir de ahí a como diera lugar junto con Enrique.
— ¡Enrique! —Gritó con todas sus fuerzas entrando a la bodega.
Y sin que ella lo hubiera esperado, pensando que por primera vez la victoria sería de la gente que se había comportado mal y en este caso, ella siendo la heroína de la historia, la decepción fue más grande de lo que pensó en el momento en que se dio cuenta que no había nadie ahí, excepto por la mujer de vestido de novia sumergida en un charco de su propia sangre. Estaba delirando.
Isela se llevó las manos a la boca antes de correr a ella.
—Señorita. Señorita, por favor, quédese conmigo, por favor, no se vaya a morir, llamaré a la policía —dijo Isela teniendo la cabeza de Elisa en su regazo.
Elisa ya estaba muriendo.
—Por favor, no haga ningún esfuerzo.
—Stefan… Stefan… Stefan —dijo Elisa repetidas veces.
—Por favor, señorita, no hable, la policía ya debe de venir en camino —dijo Isela solo para tranquilizarla.
—Stefan —volvió a repetir ella.
—Por favor, señorita, no se puede morir, no hoy —pidió Isela llorando mientras sus manos se manchaba de sangre, teniendo la intención de retener la sangre que salía de Elisa.
Ahora que la recorría con su mirada se daba cuenta que ese sería el día de su boda. El día más feliz de su vida.
Afuera dos carros que se detenían a toda prisa, las sirenas de las patrullas hicieron sentir a Isela a salvo.
—Tiene que resistir un poco más, señorita, la ayuda está aquí —pidió Isela mientras lágrimas caían.
—S-Stefan… S-Ste-tefan —titubeó.
—Por favor, ya no hable más.
Y de pronto, de la boca de Elisa comenzó a salir sangre. El final estaba llegando.
— ¡No, no, quédese conmigo!
De pronto cuatro policías que apuntaban con sus armas a Isela al haber entado a la bodega.
— ¡Levante las manos ahora! —Gritaron.
En ese momento Isela se dio cuenta que los policías pensaban que era ella la culpable de todo.
—No por favor, yo no he hecho nada, acabo de encontrar a esta mujer —dijo —. Señora, señora, dígales que yo no he hecho nada —pidió a la mujer en su regazo.
Y todo lo que vieron sus ojos al segundo después fue la manera en la que la mujer que tenía en su regazo terminó por luchar una vida que ya no sería de ella pues la muerte lo había logrado, ella cerraba los ojos para siempre, haciendo testigos a todos de su muerte.
— ¡No! —Gritó Isela con todas sus fuerzas.
Incluso si nunca antes la había visto en su vida, sentía el dolor de perderla pues era en el día más feliz de su vida en que ella moría.
— ¡Queda usted detenida por el asesinato de la señorita Elisa Ávila! —Continuó uno de los policías.
—No, lo siento, lo siento pero yo ya no me voy a quedar aquí de brazos cruzados. Elisa tiene una hora, ¡una m*****a hora que salió de casa! —Dijo Stefan —. Incluso ya casi no hay invitados.
—A lo mejor no se quiere casar contigo —rió su amigo.
Esta vez aquella broma no le provocó nada a Stefan.
—Lo siento, pensé que te ibas a reír.
—Pues ya viste que no.
En ese momento el celular de Stefan comenzó a sonar.
—Habla Stefan de la Barrera, ¿si, diga?
—Señor de la Barrera, hablamos del hospital Ángeles.
— ¿Qué sucede?
—Se trata de su novia, la señorita Elisa Ávila.
— ¡Qué tiene mi esposa? ¿Qué pasó con ella?
—Señor, la señorita Ávila se encuentra gravemente herida en el hospital Ángeles, necesitamos que venga de inmediato.
— ¡No, eso no puede ser cierto! ¡Eso no!
A prisa, corriendo por todo el lugar, Stefan llegó junto con su mejor amigo, quien no podía creer lo que acababa de pasar. Los pasillos blancos no parecían más que un calabozo en el que no encontraba a nadie que le pudiera decir lo que estaba pasando.
Sus ojos de tanto llorar en el camino no le hacían ver con claridad el lugar.
—Tienes que calmarte, Stefan.
— ¡Cómo quieres que me calme, Ricardo, a mi esposa la encontraron casi muriendo por una herida de bala! ¡¿Cómo? ¿En qué momento?!
—Tranquilo, yo iré a ver allá. Tú quédate aquí.
Inmediatamente Ricardo fue hasta la recepcionista para que le pudiera decir sobre la esposa de su mejor amigo.
—Disculpe, señorita, necesitamos información de la señorita Elisa Ávila.
— ¿Elisa Ávila?
— ¡Sí, Elisa Ávila!
— ¡Oh! Justamente por ahí está el doctor —señaló la mujer.
— ¿Familiares de la señorita Elisa Ávila? —Preguntó el doctor.
Inmediatamente Ricardo y Stefan se acercaron.
—Soy yo, yo soy el esposo de Elisa. ¿Cómo está mi esposa?
El doctor suspiró. Ni siquiera sabía cómo comenzar. Él, al igual que todos los policías, se habían dado cuenta que era ese día el más feliz de su vida. Ellos se iban a casar. ¿Por qué la vida era tan injusta?
— ¡Dígame, ¿cómo está mi esposa?!
—Señor de la Barrera, lo siento mucho pero…
— ¡Pero! ¡¿Pero qué?!
—Lo siento mucho, señor de la Barrera, pero su esposa acaba de fallecer, lo sentimos mucho, no pudimos hacer nada, la pérdida de sangre fue demasiada. Lo siento, lo siento mucho.
— ¡No! —Gritó Stefan mientras el corazón se le deshacía en mil pedazos al momento que caía al suelo.
Y Ricardo, nunca antes había visto a un hombre sufrir de la manera en la que Stefan estaba sufriendo por una mujer que ya no estaba en este mundo.
Con las manos atrás esposadas, siendo escoltada por dos policías, Isela no podía parar de llorar mientras le gritaba a los policías que ella no tenía la culpa de nada, ella no había hecho nada malo.
Con el abrigo café manchado de sangre, el rostro también manchado de sangre y el cabello hecho un desastre, Isela llegó.
—Por favor, yo no hice nada, yo no sé quién fue, yo no hice nada, señores, déjenme libre, por favor —siguió gritando hasta llegar a uno de los separos para que así, comenzara la investigación —. ¡Sáquenme de aquí!
En mala hora ella tuvo que llegar a ese lugar donde la novia estaba muriendo, no había nada que ella pudiera hacer más que pensar una y otra vez que esa mujer se había ido del mundo sin decirles que Isela no había cometido ningún crimen.
Tantos pensamientos se le vinieron a la mente en ese momento. No era posible que su esposo hubiera hecho eso, ¿verdad? Algo tuvo que salirse de control, su esposo no era el tipo de hombre que mataría a alguien, solo tenía que hacérselo saber pero, ¿cómo si ella estaba encerrada en un lugar en el que nadie la podía escuchar?
Caminando de un lugar a otro, no sabiendo que hacer, Enrique se tomaba la cabeza una y otra vez. Todo se había complicado en un segundo, solo esperaban que esa mujer realmente hubiera muerto porque de lo contrario, ella iba a decir quienes fueron las personas que la secuestraron y le dispararon. Enrique tenía que irse del país pero, ¿qué había de su esposa?La pobre Isela, tenía que ir por ella a la casa e irse juntos, quizá con el tiempo le explicaría lo que pasó.— ¿Qué hacemos, jefe? —Preguntó uno de los hombres que había ayudado con todo.—Tenemos que irnos a cualquier lugar y no estar cerca de donde todo pasó.— ¿Qué hay del collar?—Cuando lo venda yo mismo les daré su parte. Ahora largo. Yo iré a buscar a mi esposa y juntos nos iremos, juro que regresaré a darles su parte.—Creo que es demasiado tarde para eso, señor —dijo el tercer hombre.— ¿De qué habla?—La policía ha arrestado a su esposa.— ¿Qué? ¿De qué rayos hablas?—Todo parece ser que su esposa llegó en el lugar para
DOS MESES DESPUÉSSegundos, minutos, horas, horas que compusieron días, días que nunca más iban a regresar. Las lágrimas se habían ido de ella, su alma parecía estar quedando seca conforme el tiempo pasaba.De la manera en que los días iban pasando, conforme el odio fue creciendo en su corazón, Isela se dio cuenta de una sola cosa. Ella se había casado enamorada, ella estaba dispuesta a todo por él, ella incluso estuvo dispuesta a culparse de todo lo que había pasado para al final tener en la mente el nombre de dos personas que le habían hecho daño. Stefan de la Barrera, quien la había acusado de asesinato pagando mucho dinero y su esposo, Enrique, quien la dejó a su suerte y no suficiente con eso, la acusó de algo que ella nunca se hubiera atrevido a hacer.Era muy pronto para pensar en el día en que todo terminara. Era muy pronto para pensar en esa mañana y aun así, ya tenía un solo plan.—En ocho años mi condena se cumple —dijo al abogado frente a ella.Ahora Antonio sabía que Stef
Poco a poco ella comenzó a estudiar a su enemigo y todo eso que iba a hacer para que pudiera acercarse a él. Nunca antes había visto su rostro pero ya se decía que era un hombre muy guapo e inteligente. Solo por fotos fue como aprendió de él, de su familia, de cada uno de sus movimientos, incluso se aprendió de memoria su rutina, la misma que había dado en sus entrevistas.Días, meses, años que se fueron de esa manera, el abogado por su parte haciendo todo para que ella pudiera cambiar todo lo que era empezando por su nombre.Ocho años que se redujeron a cinco prontamente.CINCO AÑOS DESPUÉS—La reclusa Isela Velar, habiendo cumplido con su sentencia reducida a cinco años por buen comportamiento, hoy queda libre.Y de esa manera, las puertas del reclusorio fueron abiertas solo para ella, quien llevaba una maleta en mano, lista para tomar una nueva vida como se lo había prometido a su abogado y a su mejor amiga Adamaris, quien en menos de cuatro meses también saldría de la cárcel.Una
TRES DÍAS DESPUÉS“Todo lo que tienes que hacer es comportarte como una mujer de clase, una mujer sencilla, una mujer que sabe lo que quiere, una mujer que confía en sus conocimientos porque si de algo estoy seguro es que no hay chef como tú, no importan los estudios, tú eres mejor que ellos.”.Recordando esas palabras, María Fernanda bajó del auto que la había llevado hasta esa empresa.Inmediatamente el odio vino a ella, sus hijos se llenaron de tantos sentimientos negativos en el momento en que supo que en esa guarida debía de estar la persona que la hizo tan desgraciada.El plan de María Fernanda era sencillo, ella no se iba a presentar como la mujer de mucho dinero que llegaba para hacer alianzas con un hombre como él, ella iba a empezar muy despacio su venganza, estaría cerca de él, se ganaría su confianza siendo una niña simple para al final, dar los goles finales más dolorosos que él hubiera podido sentir en la vida.Con papeles en la mano, María Fernanda en su abrigo color bl
En el departamento que Antonio, el abogado de María Fernanda y el mismo que le tenía una sorpresa justamente ese día para cuando llegara, se escuchaba el fuerte cantar de quien no podía estar contenta con tomar un baño en una casa decente.Envuelta en una bata de baño, Adamaris salió sin importarle que ahí estuviera Antonio. Es que Adamaris era así, le gustaba no preocuparse por la vida, le gustaba que el mundo siguiera su paso, a ella nada le preocupara mientras el mundo afuera enloquecía por quererlo cambiar.—¿No deberás de irte a cambiar primero? —Preguntó Antonio.—¿Qué? ¿Te pone nervioso que solo traiga una bata puesta? —Adamaris rió.—No, la verdad es que no me pone nervioso ni mucho menos, es solo que si llega Isela va a pensar otra cosa.Adamaris no evitó ir con él y sentarse a su lado en uno de los sillones. Ella no era ese tipo de mujer que todos creían, ella simplemente era alguien a quien la vida le daba igual.—Antonio, no tienes que explicarme que te pones nervioso —rió
Regresando en sí debido a lo que había estado recordando y no queriendo sentir más eso en su interior, Stefan se levantó de su lugar mientras se limpiaba alas lágrimas. A pesar de los años él seguía siendo una persona que seguía amando a quien fue su esposo sin serlo pero de pronto la vida le arrebató.María Fernanda lo vio actuar. Lo vio limpiarse las lágrimas de manera discreta y todo lo que ella pudo sentir fue felicidad pues en su corazón estaba que quería que sufriera, quería que él siempre se mantuviera sufriendo y sintiera un poco el dolor que ella había sentido estando cada día en la cárcel mientras pedía porque la sacaran de ahí porque era inocente.—¿Sabes qué? Me aburres —dijo Stefan caminando hasta la puerta de salida. —Ve con Ricardo y que te dé tu liquidación del tiempo que has estado aquí.Y en el momento en que Stefan se dignaba por querer abrir la puerta, se dio cuenta que esta se había atrancado con algo.María Fernanda lo veía todo desde atrás. No, solo eso le falta
En una cama de hospital, siendo cuidado por el mismo doctor que lo había tratado a él y a su familia durante años, Stefan de la Barrera comenzó a despertar. No se acordaba de mucho, solo sabía que lo último que había sentido era el suelo frío en su espalda y una persona que le pedía que se mantuviera.—Hasta que despiertas —dijo esa voz ya tan conocida.Stefan miró a todos los lados. El único que conocía era a su mejor amigo Ricardo.—¿Qué fue lo que pasó? —Preguntó Stefan.—Te desmayaste en el mismo lugar donde planeabas castigar a otra persona solo por estar en lo correcto.—No entiendo.—Pensé que habías superado tu miedo a los lugares cerrados.Poco a poco Stefan se levantó de la cama. Le dolía la cabeza, se sentía fuera de él.—Deberías de ser más agradecido.—No entiendo de qué hablas, Ricardo.—Bueno, pues, la misma mujer que te llevaste al cuarto de alimentos y que castigaste enfrente de todo por estar en lo correcto, fue la misma que de una u otra manera te salvó y se mantuvo
Ricardo con ayuda de todo el personal y las puertas que se abrían para él por el solo hecho de ser el mejor amigo de Stefan de la Barrera en cuestión de horas fue capaz de dar con el paradero de la mujer que Stefan quería ver.La verdad era que Ricardo tenía la esperanza que ese hombre amargado en el que Stefan se había coinvertido después de la muerte de Elisa, regresara a ser quien fue ahora que había encontrado a su rival, una mujer sin miedo a nada como lo había sido la tal María Fernanda.—Bien, denme la dirección de la mujer y yo mismo iré por ella —dijo Ricardo al hombre que le había conseguido la información.—Aquí está, señor. ¿No quiere que le acompañemos?—No, solo vendrán dos escoltas conmigo. Muchas gracias, díganle al señor de la Barrera que solo es cuestión de minutos para que la mujer esté aquí —. Y sin más, Ricardo se fue con dos hombres más, montado en uno de los autos de lujo que tenía a su disposición gracias a Stefan.Mientras tanto en la oficina de Stefan de la B