XII

Aventando los documentos que llevaba en la mano a su escritorio, Stefan tomó asiento en su silla giratoria de un solo golpe. No lo podía creer, juraba que no lo podía creer.

Riendo, entró Ricardo detrás de su amigo.

—¿Qué es lo que te pasa ahora, Stefan? —Preguntó Ricardo.

—¿De qué te ríes, imbécil?

—Uy, no te desquites conmigo.

Stefan suspiró. Tenía razón, podía desquitarse con todos menos con su mejor amigo, el único que había estado para él en sus momentos más terribles.

—¡Es que no soporto a esa mujer! ¡Juro que no la soporto y que estos quince días en que debo de verla se están yendo como… como… como mes de enero!

Ricardo comenzó a reír fuerte, ganando solo la atención de su amigo.

—¿De qué te ríes?

—Me rio de que por fin te encontraste con alguien igual o peor que tú.

—¿De qué estás hablando, Ricardo? ¿A qué te refieres con “peor a mí”?

—Me refiero a que si esa niña tiene la fuerza para enfrentarte enfrente de todos tus trabajadores debe ser porque tiene un carácter peor que él
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