XIX

En el auto, Stefan hacía lo imposible para que fuerzas no fueran a flaquearle más que en ningún otro momento.

Y por cada minuto que pasaba, María Fernanda parecía desvanecerse.

—Ya casi llegamos —dijo él.

María Fernanda sonrió, se estaba perdiendo en el mundo de los sueños, los sueños rotos y las culpas. Y de las alucinaciones.

—Lo siento —dijo ella llamado la atención de Stefan al momento. La mujer estaba alucinando. —Lo siento mucho —continuó ella diciendo. La fiebre la estaba haciendo más débil físicamente y emocionalmente.

— ¿Por qué dices eso, María Fernanda? Yo soy quien no vigilo de mi personal.

—Yo no soy María… Yo no soy… María Ferna… —informó ella casi en un susurro.

Esa sola frase entrando en la consciencia de Stefan lo hizo dudar de tantas cosas.

De pronto y sin que el mismo Stefan se diera cuenta de lo hacía, comenzó a bajar la velocidad del auto. No entendía lo que le había dicho pero parecía eso tener un significado muy especial. Lo presentía.

—Sé que… sé que siento que
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