Ya importaba menos qué tanto se atreviera defenderse, su familia nunca iba a cambiar si se trataba de dinero y de poder. Bueno, aunque no era exactamente su familia sino la gente, la gente que no tenía vida, la gente que envidiaba, la gente que se sentía mejor viendo la vida de los demás que la propia.Su misma familia, las personas que se supone más deben de apoyarnos eran las mismas que nunca aceptaron la felicidad de su nieto cuando se quiso casar con Eliza, y ahora lo forzaba la misma sociedad que tuviera un hijo con una persona a la que no iba a conocer y su abuela, ella no hacía nada para hacerlo sentir seguro.Stefan, el gran Stefan de la Barrera también necesitaba un poco de apoyo. Era adulto, el CEO más temido quizá, pero no dejaba de ser humano. Y Eliza, a la única mujer que él más quiso, ya no estaba.De vuelta a la habitación de hospital, a la mente de María Fernanda llegó él, el único hombre que le dio felicidad por el momento que duró.Un recuerdo vino a ella.—¿Me amas
De vuelta en la compañía de los de la Barrera, el mismo infierno de siempre y la misma vida sin saber que él había probado desde el momento en que Elisa se había ido de su vida.—Bien, estás son las bases que presentamos para asegura el consumo del nuevo producto que será lanzado el próximo año, señor de la Barrera. También queremos proceder con los siguientes restaurantes en París, ¿está de acuerdo con el resumen de los datos proporcionados? —preguntó uno de los inversionistas queriendo ganar la atención del hombre que se encontraba en frente de ellos con la mirada baja mientras su bolígrafo se deslizaba por una hoja en blanco.Stefan parecía seguir pensando en todo menos en lo que le acababan de preguntar, las miradas de los demás se clavaron en él esperando por su respuesta.— ¿Señor de la Barrera? —Insistió el hombre.— ¡¿Sí?! —llamó él prontamente al darse cuenta de su error. —Le preguntábamos si está de acuerdo con los cambios que se van a hacer para el próximo año.Stefa
Una, dos, tres… cuatro y, ¿cuántas horas más iban a pasar hasta que él lograra concentrarse en todo lo que tenía que hacer? La verdad era que de su mente no se podía sacar las últimas dos noches en las que más cerca había estado de su empleada. El rostro enfermo de su mente no se iba, aquella sonrisa que jamás le había visto se había convertido en su curiosidad y que por supuesto era una sonrisa honesta, lo pudo ver en el momento en que sonrió a su amiga sin maldad, ¿por qué la necesidad de ir al hospital y volverle a decir que nada de lo que había pasado debía de hacerle pensar cosas que no eran? Quizá porque más allá de ser a ella a quien quería convencer de eso era a él mismo y así, dejar morir a todas las ideas extrañas que se estaban haciendo en su mente. Él seguía amando a Elisa. Daba más daba menos que ella estuviera muerta.Molesto, queriéndose olvidar de todo el trabajo, tomó su saco y salió de la empresa con solo una idea en mente.Y afuera, su amigo, el mismo hombre que sie
Sentado en la comodidad de su asiento, Stefan pensaba el paso a paso de su venganza. La misma que llevaría a cabo al mismo tiempo que pensaba llevar otra. Estaba completamente seguro de todo lo que iba a hacer y era culpa suya por no haber dejado que el odio y el dolor que había sentido desde que su prometida murió tomara control completo de su vida.Desde el momento en que María Fernanda llegó a él con esos aires de grandeza, creyéndose única porque en la vida nadie le había faltado al respeto al gran señor de la Barrera, de repente ella había llegado yendo contra él y así, todo mundo la veneró.Pero no más, no más… Juraba que nadie más iba a interferir en lo que sentía desde el momento en que murió su prometido.Sin más, tomó la foto de la mujer que aparecía en la foto de manera sonriente, la misma que juraba tenía una larga vida por vivir y que de pronto, el día más feliz de su vida, ella no llegó hasta el altar donde el amor de su vida estaba esperando por ella. —Todos se van a
Con esos aires de grandeza que solo a él lo podían caracterizar, la sonrisa más coqueta con la que siempre saludaba a cual fuera la mujer que se le pasara por delante, Elijah de la Fuente acababa de llegar a la empresa.—Buenos días, señor —saludó su secretario yendo detrás de él con pluma y agenda para comenzar a hacerle saber todo lo que él tenía que hacer para ese día junto con las cosas que ella tenía que hacer para él en ese nuevo día. —¿Qué tenemos para hoy?—Hoy tenemos dos juntas, tiene la firma del contrato con la productora de vinos, más tarde tiene la visita del CEO de la empresa estadounidense. Y creo que eso es todo por este día.—¿Solo eso? —Preguntó de manera sarcástica —. Bien, lo mejor será que nos pongamos manos a la obra.—¿Hay algo que tenga que hacer este día?Elijah solo la miró. —No, no más allá de tu trabajo —. Dijo él cuando de pronto un pensamiento vino a su mente —. ¡Oh! Espera, ahora que lo dices creo que si hay algo que puedas hacer para este día.—Lo que
Con el corazón subiendo y bajando, sintiendo que se le salía el alma del cuerpo, las lágrimas que no paraban de correr y la mente llena de recuerdos y pensamientos que no podía manejar todos al mismo tiempo, María Fernanda, con una mano en el pecho, intentaba serenarse.¿Cómo era posible que el señor, a quien ella había invitado a pasar amablemente, pensara que ella podría digerir de una vez toda la información que le había dado durante los últimos 30 minutos? Era demasiado para ella. El hombre no sabía lo fuerte que esas declaraciones habían golpeado su frágil corazón.¿Dónde diablos estaba él cuando la metieron en la cárcel por un delito que no había cometido? ¿Dónde diablos estaba él cuando ella decía ser inocente pero nadie la creía, ni siquiera el abogado que el Estado le había designado?Día y noche se desgarró la garganta afirmando que ella no había matado a aquella pobre mujer que exhaló su último suspiro entre sus brazos. Día y noche esperó un milagro hasta que apareció Anton
Dejando su café, María Fernanda sonrió a la entrada de la cafetería en cuanto sus ojos divisaron a Antonio. Él también sonrió al ver a María Fernanda después de tanto tiempo.—María Fernanda, estás aquí—, la saludó.—Por favor, toma asiento. Lo siento, tuve que pedir mi café antes de tu llegada.—¡Oh, no! No te preocupes, María Fernanda. Entiendo cómo puedes ser.Se rieron.—De todos modos, ¿por qué me pediste que viniera? Quiero decir, no es que me moleste, pero...Ella soltó una risita al ver lo incómodo que se puso. Siempre había sido el problema de Antonio. A pesar de ser abogado, había momentos en los que no hacía ningún esfuerzo por no meter la pata con sus palabras y se limitaba a decir las cosas como las estuviera pensando.—Te entiendo, Antonio. No hace falta que me des explicaciones. Sé que te sorprende verme aquí después de... después de todo...—¡Shh! Está bien, María Fernanda. No necesitas pronunciarlo. A decir verdad, estaba esperando este momento aunque no sabía cómo ll
Al entrar en la enorme cocina que también estaba en el primer piso de la empresa, María Fernanda no se permitió sentirse nerviosa a pesar de las miradas que se estaba ganando al caminar delante de la gente que ya había empezado a trabajar. Parecía que tendría que presentarse a los cocineros allí presentes, que la miraban como a la que iba a robarles el puesto.Nadie se atrevía a sonreírle. Nadie se atrevía a hacerla sentir bienvenida. Era una extraña para ellos. Alguien que no merecía recibir su bienvenida cuando ellos ocupaban allí los puestos más altos. Eran como la mano derecha de aquella empresa y lo sabían. —Buenos días a todos, espero que les esté yendo bien en este día—, comenzó María Fernanda.Todos parpadearon. Nadie respondió.María Fernanda se aclaró la garganta. Las vibras que desprendían las personas que estaban allí eran más pesadas de lo que ella nunca pensó que serían.—Bueno, es bueno saber que están todos bien—, se respondió a sí misma. —No les voy a quitar tanto ti