XXIX

Con el corazón subiendo y bajando, sintiendo que se le salía el alma del cuerpo, las lágrimas que no paraban de correr y la mente llena de recuerdos y pensamientos que no podía manejar todos al mismo tiempo, María Fernanda, con una mano en el pecho, intentaba serenarse.

¿Cómo era posible que el señor, a quien ella había invitado a pasar amablemente, pensara que ella podría digerir de una vez toda la información que le había dado durante los últimos 30 minutos? Era demasiado para ella. El hombre no sabía lo fuerte que esas declaraciones habían golpeado su frágil corazón.

¿Dónde diablos estaba él cuando la metieron en la cárcel por un delito que no había cometido? ¿Dónde diablos estaba él cuando ella decía ser inocente pero nadie la creía, ni siquiera el abogado que el Estado le había designado?

Día y noche se desgarró la garganta afirmando que ella no había matado a aquella pobre mujer que exhaló su último suspiro entre sus brazos. Día y noche esperó un milagro hasta que apareció Anton
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