XXXIII

Aunque se sintiera como un gusano indefenso frente a Elijah, María Fernanda sabía mantenerse en pie. Nadie tenía derecho a hacerla sentir menos. Ya era suficiente con todo lo que había pasado. Parecía que a la gente no le gustaba cuando se trataba de ser un alma genuina. Siempre estaban ahí para recordarnos que no somos nada en este mundo con un alma transparente. Siempre estaban ahí para destruir esa alma hermosa y hacernos tan falsos como ellos. Y luego, se preguntan por qué somos tan falsos. Este no era el tipo de mundo donde todos podían ser felices sin ser juzgados. Este era el mundo de la falsedad.

—No sé quién te ha dicho eso. No sé qué haces aquí, pero déjame decirte que si el señor de la Fuente te mandó aquí a intentar lo que él no pudo porque yo le pedí que se fuera, déjame decirte que...

—¡Nadie me mandó aquí, María Fernanda! —Elijah levantó la voz.

—¡Ah! ¿En serio? ¿Y esperas que me crea eso?

—Parece que aquí es donde empezamos a abrirnos, ¿no?

—Sólo dile al hombre que no
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