XXXVII
De vuelta en el cementerio, Stefan hablaba con su mujer mientras María Fernanda lo dejaba solo. Mientras tanto, ella sentía la necesidad de recorrer las tumbas y ocuparse de aquellas que habían sido olvidadas. No más de tres tumbas por las que había pasado la mano para quitarles las hojas que habían caído sobre ellas y nadie había limpiado.

De repente, a no más de 5 metros de distancia María Fernanda vio que Stefan se levantaba. Sin duda, era hora de irse. Acercándose a él, le sonrió en cuanto estuvo de nuevo frente a la tumba.

—Ya podemos irnos—. Le dijo Stefan.

—Mmm, creo que se alegrará de haberte visto aquí.

—Eso espero.

Y entonces, María Fernanda siguió caminando cuando de pronto, sin previo aviso, sin preguntarle, sintió como Stefan la detenía del brazo. María Fernanda volteó justo para ver el rostro de Stefan frente a ella, y entonces, de lo único que fue consciente fue de que Stefan la jalaba hacia su pecho, haciendo que Fernanda abriera mucho los ojos.

—Gracias, María Fernanda
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