XXVI

Una, dos, tres… cuatro y, ¿cuántas horas más iban a pasar hasta que él lograra concentrarse en todo lo que tenía que hacer? La verdad era que de su mente no se podía sacar las últimas dos noches en las que más cerca había estado de su empleada. El rostro enfermo de su mente no se iba, aquella sonrisa que jamás le había visto se había convertido en su curiosidad y que por supuesto era una sonrisa honesta, lo pudo ver en el momento en que sonrió a su amiga sin maldad, ¿por qué la necesidad de ir al hospital y volverle a decir que nada de lo que había pasado debía de hacerle pensar cosas que no eran? Quizá porque más allá de ser a ella a quien quería convencer de eso era a él mismo y así, dejar morir a todas las ideas extrañas que se estaban haciendo en su mente. Él seguía amando a Elisa. Daba más daba menos que ella estuviera muerta.

Molesto, queriéndose olvidar de todo el trabajo, tomó su saco y salió de la empresa con solo una idea en mente.

Y afuera, su amigo, el mismo hombre que sie
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