Elijah era un hombre que poco insistía, sabía que el mundo estaba lleno de mujeres, sabía que solo necesitaba un poco de poder y sonreír de la manera en que él lo hacía para tener a las mujeres que quisiera ante él. Aunque la realidad para ese momento se estaba tornando un poco más complicada. ¿Por qué tenía que insistirle tanto a esa mujer que encima, estaba siendo una cabeza dura?A Elijah le debía de importar poco si estaba casada, era soltera, viuda o lo que fuera, al final ella era una mujer hermosa y de carácter que él debía de respetar. Pero se le estaba haciendo tan difícil hacerlo.—Señor, los autos ya están listos, —dijo el hombre que acompañaba a Stefan y que podíamos decir, era su mano derecha.—Tendrán que esperar un momento —dijo al momento que caminaba rumbo a donde estaba su invitada discutiendo con Elijah, su peor enemigo.Tan pronto como María Fernanda se dio cuenta de la presencia de Stefan acercándose un poco más, bajó la voz al momento que retrocedía y soportaba t
De pronto, entre las pálidas imágenes que lograba ver sus ojos entreabiertos después de que comenzara a despertar del desmayo, pudo ver aquel rostro que parecía ser más atractivo que ninguno otro. El mismo que miraba frente a ella y que nunca se imaginó que iba a despertar viéndolo.Nerviosamente supo removerse entre los brazos de aquella persona que la había logrado rescatar de caer al vacío. Sus ojos parecieron reclamar aquella realidad de la que ella no era consciente con cada parpadeo. Sentía su cuerpo tan débil.Y la gente, la misma gente que había estado disfrutando de aquella celebración no pudo evitar pero sentirse atraída por las diferentes voces que parecieran querer hacerse escuchar al momento. Con pasos lentos, se acercaron al ver a un hombre en el suelo, a Stefan en cunclillas y a dos mujeres más queriéndose hacerse escuchar. Su abuela y alguna otra compañía.Inmediatamente, como si toda la gente de esa celebración estuviera conectada por el mismo pensamiento, pensaron lo
En el auto, Stefan hacía lo imposible para que fuerzas no fueran a flaquearle más que en ningún otro momento.Y por cada minuto que pasaba, María Fernanda parecía desvanecerse.—Ya casi llegamos —dijo él.María Fernanda sonrió, se estaba perdiendo en el mundo de los sueños, los sueños rotos y las culpas. Y de las alucinaciones.—Lo siento —dijo ella llamado la atención de Stefan al momento. La mujer estaba alucinando. —Lo siento mucho —continuó ella diciendo. La fiebre la estaba haciendo más débil físicamente y emocionalmente.— ¿Por qué dices eso, María Fernanda? Yo soy quien no vigilo de mi personal.—Yo no soy María… Yo no soy… María Ferna… —informó ella casi en un susurro.Esa sola frase entrando en la consciencia de Stefan lo hizo dudar de tantas cosas.De pronto y sin que el mismo Stefan se diera cuenta de lo hacía, comenzó a bajar la velocidad del auto. No entendía lo que le había dicho pero parecía eso tener un significado muy especial. Lo presentía.—Sé que… sé que siento que
A toda prisa el auto continuó su camino, sintiendo la inestabilidad hacer presa al cuerpo de Stefan, de vez en vez volteaba a ver a María Fernanda quien iba profundamente dormida a lado de él. En la mente de Stefan quería pensar que las miradas que le daba no era más que una forma de ver como estaba pero dentro de él, muy dentro de él sabía que la razón era muy diferente y tenía que ver con lo que había descubierto tan pronto como ella había caído en sus brazos tal como una cenicienta. Algo le había picado y por primera vez, a él le importaba una mujer.—Ya vamos a llegar, María Fernanda —dijo él como si verdaderamente ella pudiera escucharle. —Dije que no debía de tener una compasión por gente como tú —continuó explicando pero más que ser una explicación para ella, era una explicación para él. —Pero aquí estoy, María Fernanda, no soy una mala persona.Una vez más, Stefan dirigió su vista al rostro de su empleada. Porque al final, daba igual por qué se atravesó en su camino, lo que im
Estando en la sala de espera de aquel hospital, con un café en la mano, sin poder saber todo lo que había pasado en ese breve momento. A Stefan le habían dicho que todo lo que le había pasado a la mujer era debido al picazón de un animal. El peligro ya había pasado pero eso no significaba que no estuviera delicada.Lo peor de todo, ¿desde cuándo a él le había comenzado a importar lo que le pasara a la gente de su alrededor? Todo parecía que la causa era porque ella era diferente, a ella le gustaba pelear por lo que creía y Stefan, en años se había encontrado con una mujer así.“Elisa, ¿qué me está pasando?” Preguntó como si en verdad aquella mujer pudiera escucharlo.No sabía lo que estaba sintiendo con tan solo recordar cómo esa mujer había caído en sus brazos. No estaba listo para verla, esa era su única verdad.En ese momento recordó que tenía que informarle a la familia de esa mujer. Ellos tenían que saber lo que había sucedido con ella.Y sin más, marcó el número de su mejor amig
En el hospital, siendo las tres de la madrugada, Stefan regresaba a la habitación con una café en la mano. Sería una noche larga y él tenía que soportar. Incluso si la doctora ya le había dicho lo bien que ella podría encontrarse para ese momento, él no se iba a ir, ni siquiera él podía imaginar la angustia que ella debió de sentir en el corazón tan pronto como le dijeron que el señor de la Barrera se había ido.Ni siquiera podía pensar en que ella tuvo que haberse sentido como una basura que había sido arrojada al lugar donde debía de estar, para después él pudiera desaparecer. En una sola noche él le había hecho mucho daño. En una sola noche, él ya había cometido tantos errores con ella. El mundo tenía razón cuando decían que él era uno de los peores jefes con el que una persona podía encontrarse.Sentado con las piernas cruzadas y el café en la mesa de su lado derecho, Stefan estudiaba un poco la siguiente exposición que tendría a la mañana siguiente en la Tablet que había ido a tr
María Fernanda cerró los ojos. Ahora lo entendía todo. Ahora entendía la razón por la que ese hombre le había hablado de esa manera cuando ella le hizo saber que se quedaría en la fiesta con Stefan y que no iba a retroceder hasta que él pagara.—¿En verdad no te importa? —Preguntó Adamaris al ver tan indiferente a su amiga después de aquellas palabras.—Yo se lo dije, Adamaris. Se lo dije tantas veces, mi corazón… ya no hay nada que pueda sentir… no más que amor por esta venganza que tarde o temprano se hará realidad.—¿María Fernanda?—¿Te puedo contar algo, Adamaris?—Lo que tú quieras. Sabes que somos amigas.—Solo si me dices que puedo contar contigo, por favor, dilo, necesito entender a Stefan para seguir con esta venganza.—Él no merece que lo entiendas.—Por favor, Adamaris, te lo pido con el alma.Suspirando, sabiendo perfectamente que no había nadie más que pudiera ayudarla, ella asintió. María Fernanda podía seguir contando con ella para lo que sea porque al final, la misma
Ya importaba menos qué tanto se atreviera defenderse, su familia nunca iba a cambiar si se trataba de dinero y de poder. Bueno, aunque no era exactamente su familia sino la gente, la gente que no tenía vida, la gente que envidiaba, la gente que se sentía mejor viendo la vida de los demás que la propia.Su misma familia, las personas que se supone más deben de apoyarnos eran las mismas que nunca aceptaron la felicidad de su nieto cuando se quiso casar con Eliza, y ahora lo forzaba la misma sociedad que tuviera un hijo con una persona a la que no iba a conocer y su abuela, ella no hacía nada para hacerlo sentir seguro.Stefan, el gran Stefan de la Barrera también necesitaba un poco de apoyo. Era adulto, el CEO más temido quizá, pero no dejaba de ser humano. Y Eliza, a la única mujer que él más quiso, ya no estaba.De vuelta a la habitación de hospital, a la mente de María Fernanda llegó él, el único hombre que le dio felicidad por el momento que duró.Un recuerdo vino a ella.—¿Me amas