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Despierto, Antonio se estaba acostumbrando a la luz donde había estado las últimas 36 horas. Lo primero que se le pasó por la cabeza fue su mujer y su hijo. Los hombres que lo habían secuestrado habían dicho que su mujer llegaría en cualquier momento. Lo último que quería era traicionar a su amiga o hacer que le hicieran algo a su mujer.

—¡Oh, ya te has despertado! —Dijo uno de los hombres.

—¿Dónde... dónde está mi mujer? —Preguntó.

—¿Tu mujer? No ha llegado. No ha llegado. ¿Por qué? ¿La echas de menos? Puede que sí, ¿verdad? Pero no te preocupes, pronto estará aquí. Y también puedes ir con ella y con tu hijo no nacido siempre y cuando digas la verdad y todo lo que sabes sobre la mujer que estamos buscando.

—No... no sé... no sé por qué... la buscáis... a ella... no la conozco... a ella. Quiero decir... yo...

—Supongo que no te gusta que te traten bien, ¿verdad? —Y entonces, todo lo que Antonio pudo sentir fue como el hombre le daba un puñetazo en el estómago. —No tienes derecho a pre
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