LVII

—¡Entra! —sonó la voz de Stefan, así que María Fernanda entró.

En cuanto sus ojos se posaron en aquel hombre de ojos verdes, consiguió sonreír. Lo que había pasado en el centro penitenciario había golpeado más fuerte de lo que ella hubiera esperado.

—¡Mi hada! —Se acercó a ella y la abrazó.

—Stefan.

—¿Cómo estás? Ya he visto que el centro penitenciario ha recibido a sus primeros presos. Va a ser duro, ¿verdad? ¿Manejar a ese tipo de gente?

Fernanda sólo lo miró pero decidió no decir nada más. —Es que... necesito descansar.

—¿Quieres que te lleve a casa? ¿Por qué no vas a ver una película, o algo así?

—Tengo un terrible dolor de cabeza. Prefiero...

De repente, sonó el Stefan del móvil. —Dame un segundo, hada.

Fernanda asintió. Para entonces, el tono de sus mensajes llamó su atención.

‘Tenemos a Stefan. Ya es hora de tenerlo de rodillas diciendo lo que afirmaste innumerables veces: es inocente'.

Fernanda parpadeó dos veces. ¿Qué?

—¿Elijah? ¿Eres tú?

Fernanda miró a Stefan. ¿Elijah estab
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