LVI

Mirando alrededor del centro penitenciario, María Fernanda no podía creer que en unos 45 minutos aquellas celdas iban a llenarse de inocentes y culpables. Los guardias ya estaban allí, tomando sus posiciones para servir en ese nuevo centro. María Fernanda caminando de un lado a otro, con dos guardias a su lado iban anotando las sugerencias que hacía para que funcionara mejor.

Desde fuera podía ser vista como una mujer fuerte y diligente, que estaba allí para castigar a los presos, pero en su interior pensaba en una forma de llegar al corazón de aquellas pobres almas que tanto habían sufrido. Del mismo modo pensaba en Enrique. Elijah le había dado razones para quedarse.

—¡Mírame! ¡Mírame, Fernanda! —suplicó Elijah, tomándole la cara entre las manos.

Los ojos hinchados de Fernanda no podían ocultar el dolor y el miedo que sentía. —Yo... no puedo... seguir haciendo esto.

—¿Confías en mí?

—No puedo... no podemos seguir haciendo esto.

—¿Confías en mí?

Fernanda sólo asintió.

—Entonces, acér
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