Al ver el semblante serio de Román supe que no era una broma. Mis risas murieron y me sentí desfallecer.
Se quedó en silencio un rato, entonces sacó de su bolsillo una carta. Sin decir palabra, la puso frente a mí.
Era hermosa, los dibujos estaban perfectamente delineados, estaba impecable, esmaltada. Tenía que ser nueva. Me sentí tentada a tocarla, sin embargo, mantuve mis manos apartadas, algo me dijo que no era buena idea.
La reina de corazones tenía un porte magnífico, su vestido tenía adornos tan meticulosos, que parecían hechos a mano.
—Hermann tenía esto cuando lo encontramos.
Una pequeña sonrisa apareció en mi rostro, por un momento sintiéndome salvada.
—Fue La Baraja —señalé la carta—. Esa es la prueba.
—¿Perteneces a La Baraja, Odele? —su tono fue ruin, cruel—. Nadie sabe de esto Odele, tomé la carta y la escondí. Fuiste la última que estuvo con Hermann dime ahora si perteneces a la organización.
—¡No!
Entonces lo entendía, de cualquier forma estaba jodida, Román podía acabar con mi vida en un pestañeo, me acusaban de asesinato por el momento, pero si Román mostraba la carta sería asesinato y formar parte de la organización.
—Entonces acepta el trato.
—¡Soy inocente! —exclamé—. No maté a nadie, si tengo que ir a juicio, estoy dispuesta.
—Perderás, te darán la pena de muerte y tu familia caerá en desgracia.
La simple mención de ello me hizo dudar. No me importaba demasiado lo que ocurriera con mis padres, pero José, mi hermano…
—Aún creo en nuestro sistema de justicia.
—Aún crees en Santa Claus.
—Los infiltrados son agentes con años de entrenamiento, yo ni siquiera soy capaz de mentirte a ti.
Era una bailarina, lo mío era subir por las telas, girar en el aro, trepar el trapecio.
—Este trato no es para siempre, hablé con los demás involucrados, están de acuerdo, pero no son muy pacientes.
—Podría morir.
—Si lo logras, consigues inmunidad.
Una inmunidad sin sentido porque yo no hice nada. Era inocente.
—Se supone que el ejército es del bando de los buenos.
—No con los criminales.
Lo que más me daba pánico era el hecho de que todos pensaban que yo era la mala, gracias a las pruebas, nadie buscaría otra respuesta.
—El éxito del plan radica en que nadie sabe que te tenemos, a ojos de todos sigues prófuga —comentó—. Si aceptas, saldrás libre, “La Baraja” te encontrará, te unirás a ellos
—En eso radica el éxito —explicó tranquilamente—. Nadie sabe que te tenemos, a ojos de todos, sigues prófuga. Fingiremos que atrapamos al culpable, diremos que lo tuyo fue un error y se levantarán las acusaciones. Irás con “La Baraja” y dirás que estás tan resentida, que quieres unirte a ellos para vengarte —arrugó la nariz—. Me informarás y cuando el líder caiga, todas las pruebas que te incriminan serán destruidas.
—Lo tienes tan bien planeado, sabías que iba a aceptar —mi voz destilaba veneno—. Enfermo de m****a.
Su sonrisa triunfante casi me hizo vomitar.
—Nunca me fallas, Odele —se levantó—. Nunca lo harías.
Me llevó hasta una enorme habitación hexagonal en la que ya estaban Sabina, Yoav, un hombre mayor y una mujer de aspecto feroz.
—General Arreola —saludó el hombre—. ¿Ya tomó una decisión?—su mirada dura e intimidante cayó sobre mí—. El tiempo se agota.
—Podemos firmar en cualquier momento.
—La Fuerza Especial de Meza ha demostrado incapacidad e ineptitud en este caso —expresó la mujer, hostil—. ¿Qué le hace pensar que una prófuga arreglará las cosas?
Hablaban de mí en tercera persona, además de irritante, era molesto. Al parecer, esa mujer era alguien con un rango todavía más elevado que el de Román y a juzgar por su postura, no estaba muy contenta.
Escuchar que entre tres personas decidían mi destino, me hizo ver que la justicia en el país no existía, tampoco la búsqueda por la verdad.
¿Cuánta gente inocente estaba encarcelada debido a esto? ¿Cuántos perecieron bajo la pena de muerte sin ser culpables?
—La Fuerza Especial tuvo algunos errores en el pasado, esta vez yo estaré a cargo.
—¿Y si no funciona?
—La matan y ya —Sabina intervino—. Entregamos su cadáver a los Meyer y todos contentos.
Maldita desgraciada, su voz altanera, la mirada despectiva, si pudiera, la golpearía hasta verla sangrar, hasta que sus huesos crujieran, hasta que…
—¿Usted se hará responsable?
—Totalmente.
—Entonces, adelante, en lo que concierne a La Oficina, no estamos enterados.
Sin dirigirme una mirada y menos aún despedirse, salieron. La duda que me asaltó inmediatamente fue: ¿Qué era La Oficina?
Yoav se puso de pie inmediatamente, dio dos pasos hacia nosotros, mirándome, después se detuvo y solo tomó una silla, tocándola distraídamente. Sabina se quedó sentada y me miró con expresión de total aburrimiento, después dirigió su mirada hacia Román y vi el esbozo de una pequeña, casi minúscula sonrisa. Jalea hirviendo ardió en mi interior.Cuando Román se acercó a Sabina, vi sus intenciones de lanzársele encima, no tanto como para tener relaciones ahí mismo, pero sí para darme otra puñalada en el estómago. Centré mi atención en la mesa mientras recitaba una letra de canción para niños de forma que su interacción no fuera más que un suceso lejano que podría disfrazar como una pesadilla.Ahora que los tenía de frente, me preguntaba cómo habría sido su relación. Amantes, ¿pero de qué tipo? ¿Se habrían querido? ¿Era algo únicamente físico? Lo primero que llegué a pensar cuando descubrí la infidelidad fue que ambos estaban hechos el uno para el otro. Mientras que la tonta e ingenua bai
Correr, esconderme, tratar de no morir. El tiroteo llevaba un minuto que había empezado y ya había estado a punto de morir dos veces.Tanto teatro que armó el ejército para que yo lo arruinara en los primeros cinco minutos, Román me odiaría para siempre.Una semana después de haber firmado mi pacto con el diablo, sacaron a la luz “nuevas pistas” que culminaron en el arresto de un pobre drogadicto con problemas de ira al que acusaron de robo a mano armada y homicidio.Por suerte para todos, los Meyer creyeron cuando se les dijo que Hermann me sacó del tiroteo y me dejó a mi suerte mientras escapaba a Etiale porque casualmente encontraron medio millón de pesos escondidos en una cabina en la frontera, justamente ese medio millón fue el mismo que los Meyer perdieron un día anterior.Conclusión: Hermann quiso escapar con dinero de su familia, lo asaltaron y lo mataron. El drogadicto enfrentaría juicio hasta dentro de seis meses, por lo mientras estaría en una cárcel de máxima seguridad.Y
—Ah, la que mató al hijo de los riquillos esos.—Ya tienen al responsable —aporté en tono firme.—Lo atrapó la FEM, pero ellos pusieron tu foto en los medios —la chica apareció en mi campo de visión y se posicionó tras el hombre—. ¿Por qué pensarían que tú lo mataste?Esa era una pregunta que Román juró que me iban a hacer, desde el momento en que me preparó en cuestión de interrogatorio, me obligó a aprender la respuesta al derecho y al revés.—Mi papá mandó a un tipo por mí, quería que me entregara —expliqué destilando ácido—. Dijo que tenían una fotografía de Hermann conmigo, el pobre iluso le robó a sus padres y me pidió ayuda, pero yo estaba enojada porque mi marido hijo de puta me puso el cuerno —sonreí excesivamente—. Lo último que supe fue que lo mataron y a mí me habían acusado.—¿Crees que nací ayer?—Es la verdad.El tipo hizo una señal y entre dos hombres me agarraron, me removí, pero eran fuertes. La chica, pasó su lengua por su labio superior y se acercó amenazadoramente
Caminaba hacia camerinos con el corazón desbordando felicidad, pues mi debut en la prestigiosa Compañía de Danza Aérea de Meza fue un éxito.Desde niña tuve el sueño de ser la mejor bailarina de danza aérea del país, hoy apenas tuve un solo de tres minutos, pero en algún momento sería protagonista. Además, me emocionaba saber que mi marido pudo verme en acción, cada movimiento se lo dediqué y esperaba que estuviera tan orgulloso de mí, como yo de él.Román Arreola era uno de los generales más respetados del ejército de Meza, un hombre atractivo, imponente, frío y seductor. Su mirada ámbar podía ser despiadada con sus enemigos, pero dulce con la gente que quería. Su mera presencia cautivaba a cualquiera.Era la fantasía de cualquier mujer, el terror de los criminales, la justicia de los inocentes. Se rumoreaba incluso que, entre las mafias, lo apodaban “El Cazador”.Y lo amaba, pensaba que él también me amaba, pero no siempre fue así.Nuestro matrimonio fue fruto de un arreglo al que m
El olor fétido pegó de lleno en mis fosas nasales, se mezcló con un aroma metálico que podría haberme hecho vomitar de no ser porque en ese momento no tenía fuerzas para hacerlo.Abrir los párpados fue un martirio, pues ante cualquier esfuerzo mi cabeza punzaba duramente, rebotaban de un lado a otro en mi cráneo.Me sentía exhausta, incluso respirar se me dificultaba, pero conforme más era consciente del aire entrando y saliendo de mis pulmones, más recuperaba fuerzas, el latido de mi corazón bombeaba sangre a cada parte de mi ser, escuchaba el eco de los pálpitos. ¡Sangre!Sentir mi pulso me hizo ver que estaba… Viva.Respiraba, me movía, veía, sentía. Eso fue lo peor, porque, así como me hacía consciente de la parte física, también lo hacía de mis pensamientos, mis recuerdos. La realidad de la traición y la humillación.Moví un pie, luego el otro y poco a poco, mis muñecas despertaron. Ponerme de pie fue difícil, tuve que agarrarme de la pared más cercana y poner todo mi esfuerzo en
Si se trataba de un proxeneta, era su día de suerte, me puse en bandeja de plata.— Qui es vous? —su tono era ronco y grave, no había duda de que era un hombre—. Ils ont prévenu que vous as tué quelqu'un.Algo que siempre detesté de mis años de formación, fue que mis padres solo me obligaron a aprender un idioma: Inglés. No era experta, pues dejé de practicarlo con los años, pero tenía nociones que me permitirían comunicarme en nuestro país vecino del norte: Walshe.Pudiendo aprender francés, italiano o alemán, me quedé estancada en el inglés.Para el día de hoy teníamos conexiones mucho más importantes con Gremia, Schweinzig y Etiale. Meza, mi país, era el más poderoso.Eso era, debía estar en Etiale, el país vecino del sur de Meza. Y el tipo ese debía estar hablando francés.—Sorry, I don`t speak… Your fucking language.—Who are you? What are you doing here?Ay, no sé ni por qué le hablé en inglés, después de todo, tampoco es como que hubiese poca gente que supiera español. Solo que
Sentía el estómago arder por la ira, aunque también podía deberse a que estaba famélica, no había pasado ni una hora desde que desperté, pero sentía un agujero, podría comerme una vaca. El tipo ese estacionó frente a la estación junto a las patrullas, abrió la puerta y salió exponiendo toda su anatomía. Madre santa, hombres así deberían estar prohibidos, hacen que una se desconcentre, que tenga pensamientos que solo deberían aparecer en situaciones específicas… No cuando estaba arrestada y temía por mi vida.—Tengo derechos —espeté mientras me llevaba al interior de la estación—. Quiero saber de qué se me acusa.De pronto, mis piernas flaquearon y mi cabeza dio vueltas, ya no pude mantenerme en pie.—Ya no puedo —jadeé, incluso hablar requería de mucho esfuerzo—. Me siento mal.El tipo titubeó un antes de bufar y apretar los labios, me tomó entre sus poderosos y cálidos brazos para levantarme con tanta facilidad como si fuera un peluche.Me llevó hasta una especie de recepción en l
Lo último que recordaba era a Román yéndose junto con Sabina mientras mi sangre se esparcía por el suelo y luego nada, todo era un vacío negro.La noticia me dejó tan impactada, que no pude hablar, me dejé arrastrar hasta el interior de un cuarto detrás de la recepción. Fue hasta que se cerró la puerta que pude reaccionar.—No conozco a ningún Hermann, ¿no escuchaste? —mi voz sonó más chillona de lo que planeé—. ¡Alguien me mató! ¡Me dispararon! Mi esposo me abandonó para irse con su amante. ¡Me dejó morir!El tipo apretaba con fuerza mi brazo, me estaba haciendo daño, no podía creer que, aún después de soportar el dolor de la bala atravesando mi cuerpo, pudiera verme afectada por sus dedos enterrándose en mi piel. Escocía, como si estuviera al rojo vivo y mi sangre se volviera de fuego.Una vez que me soltó, vi que estábamos en una especie de oficina, la luz de la lámpara en el escritorio era muy bajita, como si el foco estuviera librando su última batalla antes de fundirse. El tipo