Capítulo 9

Al ver el semblante serio de Román supe que no era una broma. Mis risas murieron y me sentí desfallecer.

Se quedó en silencio un rato, entonces sacó de su bolsillo una carta. Sin decir palabra, la puso frente a mí.

Era hermosa, los dibujos estaban perfectamente delineados, estaba impecable, esmaltada. Tenía que ser nueva. Me sentí tentada a tocarla, sin embargo, mantuve mis manos apartadas, algo me dijo que no era buena idea.

La reina de corazones tenía un porte magnífico, su vestido tenía adornos tan meticulosos, que parecían hechos a mano.

—Hermann tenía esto cuando lo encontramos.  

Una pequeña sonrisa apareció en mi rostro, por un momento sintiéndome salvada.

—Fue La Baraja —señalé la carta—. Esa es la prueba.

—¿Perteneces a La Baraja, Odele? —su tono fue ruin, cruel—. Nadie sabe de esto Odele, tomé la carta y la escondí. Fuiste la última que estuvo con Hermann dime ahora si perteneces a la organización.

—¡No!

Entonces lo entendía, de cualquier forma estaba jodida, Román podía acabar con mi vida en un pestañeo, me acusaban de asesinato por el momento, pero si Román mostraba la carta sería asesinato y formar parte de la organización.

—Entonces acepta el trato.

—¡Soy inocente! —exclamé—. No maté a nadie, si tengo que ir a juicio, estoy dispuesta.

—Perderás, te darán la pena de muerte y tu familia caerá en desgracia.

La simple mención de ello me hizo dudar. No me importaba demasiado lo que ocurriera con mis padres, pero José, mi hermano…

—Aún creo en nuestro sistema de justicia.

—Aún crees en Santa Claus.

—Los infiltrados son agentes con años de entrenamiento, yo ni siquiera soy capaz de mentirte a ti.

Era una bailarina, lo mío era subir por las telas, girar en el aro, trepar el trapecio.

—Este trato no es para siempre, hablé con los demás involucrados, están de acuerdo, pero no son muy pacientes.

—Podría morir.

—Si lo logras, consigues inmunidad.

Una inmunidad sin sentido porque yo no hice nada. Era inocente.

—Se supone que el ejército es del bando de los buenos.

—No con los criminales.

Lo que más me daba pánico era el hecho de que todos pensaban que yo era la mala, gracias a las pruebas, nadie buscaría otra respuesta.

—El éxito del plan radica en que nadie sabe que te tenemos, a ojos de todos sigues prófuga —comentó—. Si aceptas, saldrás libre, “La Baraja” te encontrará, te unirás a ellos

—En eso radica el éxito —explicó tranquilamente—. Nadie sabe que te tenemos, a ojos de todos, sigues prófuga. Fingiremos que atrapamos al culpable, diremos que lo tuyo fue un error y se levantarán las acusaciones. Irás con “La Baraja” y dirás que estás tan resentida, que quieres unirte a ellos para vengarte —arrugó la nariz—. Me informarás y cuando el líder caiga, todas las pruebas que te incriminan serán destruidas.  

—Lo tienes tan bien planeado, sabías que iba a aceptar —mi voz destilaba veneno—. Enfermo de m****a.

Su sonrisa triunfante casi me hizo vomitar.

—Nunca me fallas, Odele —se levantó—. Nunca lo harías.

Me llevó hasta una enorme habitación hexagonal en la que ya estaban Sabina, Yoav, un hombre mayor y una mujer de aspecto feroz.

—General Arreola —saludó el hombre—. ¿Ya tomó una decisión?—su mirada dura e intimidante cayó sobre mí—. El tiempo se agota.

—Podemos firmar en cualquier momento.  

—La Fuerza Especial de Meza ha demostrado incapacidad e ineptitud en este caso —expresó la mujer, hostil—. ¿Qué le hace pensar que una prófuga arreglará las cosas?

Hablaban de mí en tercera persona, además de irritante, era molesto. Al parecer, esa mujer era alguien con un rango todavía más elevado que el de Román y a juzgar por su postura, no estaba muy contenta.

Escuchar que entre tres personas decidían mi destino, me hizo ver que la justicia en el país no existía, tampoco la búsqueda por la verdad.

¿Cuánta gente inocente estaba encarcelada debido a esto? ¿Cuántos perecieron bajo la pena de muerte sin ser culpables?

—La Fuerza Especial tuvo algunos errores en el pasado, esta vez yo estaré a cargo.

—¿Y si no funciona?

—La matan y ya —Sabina intervino—. Entregamos su cadáver a los Meyer y todos contentos.

Maldita desgraciada, su voz altanera, la mirada despectiva, si pudiera, la golpearía hasta verla sangrar, hasta que sus huesos crujieran, hasta que…

—¿Usted se hará responsable?

—Totalmente.

—Entonces, adelante, en lo que concierne a La Oficina, no estamos enterados.

Sin dirigirme una mirada y menos aún despedirse, salieron. La duda que me asaltó inmediatamente fue: ¿Qué era La Oficina?

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